València

EL CALLEJERO

Pablo vende los recuerdos más originales de València

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Suena la música cultureta de Dilo Camilo, un programa de RNE, y Parche, un perrito tranquilo, parece dormitar en una especie de camastro al lado de la mesa donde trabaja Pablo Casino con una Coca-Cola Zero a mano. A su alrededor, un mundo de recuerdos, algunos francamente llamativos como unas fotografías de la Renault Express o del Simca 1000, unos cajones atiborrados de cajas de cerillas o el cartel de un antiguo campeonato de atletismo. Objetos sin ningún interés o con mucho interés, según quien cruce por la puerta, y esa, quizá, es la gracia de Novedades Casino, el negocio de este hombre de 44 años con barba y coleta.

Un pequeño ventilador Orbegozo alivia el calor en otro verano infernal, tan cotidiano como algunos de los recuerdos, una especie de souvenirs ‘raros, que pueblan la tienda de la calle Cádiz. Es el último destino de un negocio que empezó en el Carmen, en la calle Bolsería, y que después estuvo a punto de naufragar en la calle Azcárraga. Hasta que una propietaria con corazón de Ruzafa prefirió alquilarle la planta baja a Pablo para vender sus fetiches que a alguien con la pretensión de hacer dinero fácil con un apartamento turístico o una tienda, otra más, de alquiler de bicicletas.

Pablo Casino estudió Historia del Arte después de dos intentos frustrados en sendas carreras: Biblioteconomía y Documentación, y Psicología. En ambas empezó y, cuando llevaba unos meses, pensó: ¿Y qué demonios pinto yo aquí? Al final se interesó por el Arte, en parte porque pensaba que no podía seguir huyendo de por vida y, desde luego, sin grandes expectativas. “Pensaba que no tenía salida, pero al menos podía leer y estar a gusto durante cinco años, y lo acabé”. Durante la carrera hizo fotografía y eso le gustó más y empezó a dar clases. Un oficio que hoy mantiene, siempre en paralelo, junto a su compañero Ricardo Cases.

  • Foto: KIKE TABERNER

Antes, siempre en permanente huída, se fue a Bélgica porque sí. Sin beca Erasmus por medio, pensó que cumplidos los 31 era un buen momento para ir a buscarse la vida en Bruselas, una ciudad con mucha vida pero también con unos inviernos espantosos por culpa del frío y la lluvia. “No sé muy bien qué hacía allí, pero me puse a trabajar en un hotel y, gracias a ese viaje, pude matricularme en una escuela de arte muy guay (Ecole Nationale Supérieure des Arts Visuels La Cambre). Solo hice un año, pero creo que ahí me reafirmé en que podía intentar hacer cosas muy poco eficientes económicamente. El hotel, además, estaba en la plaza donde ponen el rastro y la gente del rastro venía a desayunar al hotel. Allí empecé a desarrollar el interés por todo este tipo de imagen”.

Dueño de bar

En aquellos años también se lanzó a otra aventura sin sentido: ser el copropietario de un bar del Carmen, L’Ermità. Allí pasó de parroquiano a socio por una de esas carambolas extrañas que solo le suceden a él. “Pero a los dos años la verdadera dueña debió de entender que le convenía más seguir sola y lo dejamos”. Pablo daba sus primeros pasos como empresario ruinoso. Como en 2013, cuando, recién vuelto de Bruselas, le propuso a Eva, una amiga, pagarle un alquiler para poder ir de vez en cuando a su taller para hacer cosas con papel. No fue nunca porque empezó a trabajar por las noches en un hotel y a dar clases de fotografía con Cases.

Después de tantos bandazos, un día se despertó y se hizo una pregunta de peso: ¿Qué hago con mi vida? ¿Cómo me gano la vida? “Después de unos meses de pensar en diferentes opciones, se me ocurrió lo de la tienda. Ahora ya estoy acostumbrado a tenerla, pero a veces también pienso en la suerte que tengo de vivir con poca ambición y que eso me permita poder vivir de esto”. La tienda abrió en 2016 en la calle Bolsería. “Era un pasillo pequeño y un cubículo. Mi idea era montar un gabinete de curiosidades. Me había ido cruzando con muchos objetos en papel de cosas valencianas que pensaba que ni la gente de aquí las conocemos. Como carteles de València con un grafismo antiguo o etiquetas de naranjas. Como hacía fotos, conocía a gente que hablaba de territorio. Y empezaba un turismo no tan loco como ahora, más equilibrado. Si ahora no hay enfoques parecidos a este, imagínate en aquella época. Luego, con el tiempo, ya he ido cogiendo más cosas”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Todos los días hay un cliente que entra, que da una vuelta silenciosa por la planta baja y al final de su recorrido se va a la mesa de Pablo y le pregunta de dónde salen todos esos objetos variopintos. “La respuesta es que cuanto más tiempo le echas, más frutos caen. Aparte de eso, en València hay varios coleccionistas que tienen material. Y a veces, una vez al año, viene gente a la tienda con material interesante. También hago cosas yo o traigo cosas de amigos míos”.

Hay algunos detalles relacionados con el deporte y a la pregunta de si es del Valencia CF, Pablo duda unos segundos pero acaba respondiendo que sí. “Bueno, del Valencia y del Levante. Pero también tengo un fotón del Camp Nou que no saco. No tiene sentido que yo tenga cosas aquí del Madrid o del Barça”.

Rentable, según se mire

El turismo ha elevado sensiblemente sus ingresos, pero Pablo rechaza que esa consecuencia le coloque en el bando de los partidarios de las visitas masivas. “Me gusta hacer la reflexión de que si hubiera menos turistas, aunque ganara algo menos, esta sería una ciudad más fácil para vivir, y también eso sería una ganancia. A mí gustaría que hubiera un equilibrio porque también me compra mucha gente de fuera que se ha instalado en València. Cuando empecé, hasta 2020 o 2021, había un equilibrio y se podía disfrutar un poco. Me ha venido bien. Y la génesis de la tienda está en que había muchos turistas por la calle y les podía interesar”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Durante el confinamiento, esos pocos meses que trastocaron tantas vidas, que dejaron un impacto tremendo en los corazones de mucha gente, Pablo decidió abandonar el local de la calle Bolsería. Entonces probó en la calle Azcárraga, no funciono y llegó un momento en el que llegó a plantearse dejarlo para siempre. Pero en ese momento su amiga Eva, la del taller al que nunca fue a trabajar, le comentó que el local de al lado, al principio de la calle Cádiz, llevaba tiempo vacío y podía ser un buen lugar para él.

En aquel momento, la planta baja era una especie de trastero donde el marido de la propietaria dejaba los utensilios de su recién iniciada afición por la pintura. Aquello estaba lleno de caballetes, lienzos y pinceles. La mujer se enterneció al escuchar la propuesta de su futuro inquilino y le entregó las llaves. Ahora son sus dominios y, a su espalda, tiene un patio que no se ve con algunas de sus cosas.

La pregunta, a bocajarro, de si es rentable Novedades Casino, la encaja con deportividad y una respuesta inteligente. “¿Si me va bien? Pues depende de la ambición que tengas. Si quieres tener dos hijos, dos coches y una casa, no te da. Yo no tengo nada de eso. Pero todavía estoy en un punto idealista del que no sé si me arrepentiré y el 99% de las cosas que tengo es porque realmente me gustan. Igual debería dar el paso para hacer algo más de negocio, pero pasan los días y soy feliz con lo que tengo. Y esa, quizá, sea otro tipo de riqueza”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Hace un años se separó de su mujer, con la que había incorporado a Parche a su vida, y eso, más allá de los males del corazón, le aportó libertad y le aligeró las dudas que pudiera tener sobre la solvencia de su pequeña empresa. Una libertad que, por ejemplo, aunque parezca absurdo, le permite mantener en la pared un cartel de Ebro que no ha vendido en los tres años que lleva en Ruzafa pero que le gusta tener a la vista. “Son decisiones que me cuestiono muy a menudo: si no lo vendo, ¿por qué no lo quito y vendo otra cosa? La gente que entra siempre hace comentarios, pero nadie lo compra”.

Vende cajas de cerillas

Lo que más sale por la puerta son carteles con la palabra València. Últimamente también han aparecido en la cima de este ranking los fósforos. “Siempre me han gustado las cajas de cerillas y he ido comprando colecciones específicas. Pero el verano pasado me hice con 60 kilos de cerillas que tuve que ir a recogerlas a Onda a una granja de pollos. Compré el lote por darme el placer, pero luego vi que cada día vendo varias cajas de cerillas. Es un recuerdito barato y diría que, ahora mismo, las cerillas me pagan la cuota de autónomos todos los meses”.

De la tienda vuelve cada día a casa con varias ventas y la vida social hecha. Por allí pasan charlatanes, curiosos con ganas de conversar y amigos que van de visita y echan la tarde. “No lo tenia planeado, pero salgo de aquí sin necesidad de socializar. Eso está guay y lo aleja de la idea convencional del trabajo. También tengo espacio para hacer cosas y seguro que podría producir más”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Pablo afirma que no le repelen los souvenirs de toda la vida: la paella, las castañuelas o la flamenca. Aunque él apuesta mucho más por un tipo de recuerdo que hable del territorio. “Creo que hablan más del lugar, en un nivel más complejo, todo este tipo de cosas antes que el imán de la paella, que es el esfuerzo mínimo de llevarle a alguien. Cuando vas de viaje tiene más gracia un recuerdo improvisado que un souvenir predeterminado. Pero a mí no me horrorizan la paella o la flamenca. Yo simplemente intento no tener souvenirs sino objetos que hablen de este lugar. Cuando voy de viaje lo que hago mucho es ir a tiendas, librerías, mercadillos… El rastro es el mejor lugar para encontrar algo que te guste de una ciudad”.

El rastro de València, en cambio, parece haber ido perdiendo encanto con el paso de los años. A Pablo no le gusta que lo hayan desplazado de Mestalla al nuevo emplazamiento al final de la avenida Tarongers, junto a un tanatorio. “En el de ahora hace mucho calor.  Desde que lo cambiaron me parece que compro y voy mucho menos. Mestalla me parece que, por cercanía y por el lugar que es, era mejor. Ahora no tiene árboles y está más lejos. Y no soy nadie que sepa de eso, pero los vendedores se quejan porque es menos accesible. Los precios también han subido un montón. Esta gente pide por una foto que nadie quiere diez veces más que hace cinco años. Fui el último domingo y apenas compré. Cuando estaba en Mestalla he llegado a pillar un taxi para volver porque no podía con todo lo que había comprado”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Parche sigue tumbado en su lecho. Al lado hay una de esas tiras de trapo que los amos lanzan en los parques para que el perro vaya corriendo, la coja y se la devuelva. No se ha movido del sitio en una hora. Muy cerca hay una vieja caja con botellas vacías de La Casera. La mayoría de los muebles también son antiguos y los ha ido incorporando Pablo poco a poco. No es un interior diseñado por un profesional. En otra caja hay un buen número de ejemplares de la Turia, la mítica cartelera de València. A algunos clientes, cuando tienen un cumpleaños, les gusta ir y llevarse la Turia de la semana que nació el amigo o el familiar. Es un regalo original y sirve para ver cómo estaba entonces el mundo o qué películas se anunciaban en los cines en ese momento.

Muchos de los que compran este tipo de regalo son del grupo de los fieles que acuden a Novedades Casino siempre que tienen que comprar un obsequio. Aunque en la fachada, en el cartel que corona la entrada con el nombre de Novedades Casino, ya advierte que él no tiene un horario demasiado concreto y, en medio, entre las dos palabras, se puede leer: horario irregular.

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