Joan Montero se pasa el día detrás de un tenderete amarillo lleno de pulseras y collares. A su espalda tiene una playa de postal, la de Els Pujols, en la zona más turística de Formentera. Está atiborrada de italianos, restaurantes y tiendas de ropa. Y ahí, al principio del breve paseo marítimo, en una esquina, pasa cada verano este valenciano de 72 años para vender sus pulseras hechas a mano. No pasa desapercibido. Joan tiene un aspecto peculiar. Viste con un escueto bañador. Nada más. Ni calzado, ni pantalones, ni camisa. Y luce una melena blanca que le da, junto a su torso tostado, un aspecto salvaje. Pero luego él es un hombre muy tranquilo que vive feliz en ese rincón de la pequeña isla de las Pitiusas.
A Formentera llegó hace un mundo. Joan tenía 16 años en el ya lejano 1967 cuando entró por La Savina, el puerto de Formentera. Este adolescente necesitaba trabajar y se enteró de que había faena de albañil en Ibiza. Cuando llegó lo mandaron directo al ferry para ir a la isla vecina porque estaban construyendo el Hotel Cala Saona. El negocio era y es de la familia Ferrer. El abuelo, la primera generación, emigró a Argentina con 13 años. Cuando volvió se compró un terreno en Sant Ferran y, tiempo después, en los años 20, montó la histórica Fonda Platé (allí llegó, mucho después, la primera antena de televisión de toda Formentera). Durante la Guerra Civil, se mudaron a Barcelona y su hijo entró a trabajar en el barco del cónsul de Islandia. Con él viajó por el sur de Francia y así fue como llegó hasta Mónaco, donde estuvo empleado como cocinero del príncipe Rainiero, quien años después fondeó con Onassis frente a Ses Illetes y le devolvió la visita.