VALÈNCIA. Los barrios de València comienzan poco a poco, muy poco a poco, a cobrar una vida que se creía perdida. Muchas persianas, la mayoría, siguen bajadas, pero un pequeño grupo de valientes ha decidido subir las de sus negocios. Gracias a ellos, la desolación de las calles es un poco menos evidente que hace tan solo un par de días. Pero las restricciones impuestas por el gobierno para la fase 0 de la desescalada hacen que a muchos pequeños comerciantes les resulte menos costoso no abrir que, como estos valientes, jugársela.
Si hay un negocio que está rompiendo todas las estadísticas son las peluquerías y barberías. Ríos de tinta, y cientos de minutos de radio y televisión se han dedicado a estos negocios desde que este lunes pudieron abrir. Ni el tener que pedir cita previa, ni las restricciones han echado para atrás a empresarios y usuarios.
Un claro ejemplo de ello es la Barbería El Artesano. Su dueño, Joseph, ya está dando citas para la semana que viene. El aluvión de clientes, no por esperado, ha sido menos bálsamo para la economía de este pequeño comerciante. Atiene a entre 12 y 14 clientes al día, aunque solo dos a la vez. Uno al que atiende él y otro con el que trabaja su compañero Óscar.
En las sillas hay dos clientes, Álvaro y Manu. Uno de ellos está cortándose el desastre de trasquilón que le ha hecho su novia, quien con toda la buena intención trató de pasarle la maquinilla sin tener en cuenta ese refrán tan castizo que dice: "los experimentos con gaseosa". "He tenido que bajar al perro con la gorra puesta todos estos días", asegura Álvaro entre risas. "Lo que se hace por amor", se escucha de fondo.
Cuando Joseph y Óscar terminan con ellos comienza un nuevo ritual. Un ritual impuesto a golpe de decreto, de enfermedad y de muerte: el de la desinfección total de todo aquello que ha estado en contacto con el cliente. Así, al barrido habitual se suman ahora la desinfección a base de agua con lejía del sillón, la pila de lavar el cabello y, obviamente, de todo el material como maquinilla, peines etcétera.
Un ritual que ambos realizan con una soltura y una rapidez inauditas teniendo en cuenta que solo llevan abiertos día y medio. Mientras siguen con su trabajo, una mujer pasa por la puerta y pide cita desde la calle para su marido. "Esto es un no parar", aseguran.
Pero no todos los negocios que han abierto desde el lunes tienen la suerte de tener a los clientes haciendo cola. Manuel Orts es el dueño de un estudio de fotografía que lleva su nombre. Manuel, como otros muchos fotógrafos ha visto como algunas de las bodas que tenía en cartera o están en el aire o, directamente, se han suspendido. Él no solo hace este tipo de eventos. De hecho no son su fuerte, pero sí que hace cuatro o cinco bodas al año que suponen unos buenos ingresos.
Normalmente trabaja en sesiones fotográficas tanto con particulares como con empresas. Unas sesiones que ahora llegan a cuentagotas. "Las empresas no han echado el freno de mano, pero sí han levantado el pie del acelerador. Con la pandemia, como todos, han visto sus ventas disminuidas y eso afecta al dinero que destinan a otras cosas como la publicidad", explica. "Tengo un cliente que vende escaleras metálicas. Me ha dicho que si a partir del 11 vuelven a vender como antes, pues vendrán para promocionar nuevos productos, pero mientras tanto aquí estamos, esperando".
Preguntado por cómo ve el futuro dice que "gris" y que se conforma "con no tener pérdidas este año". Mañana tiene una sesión de fotografía con una clienta que había reservado antes del confinamiento. Una sesión que espera sea la primera de muchas. Habitualmente a su estudio acuden bastantes personas que quieren fotografías para linkedin o para sus redes.
Con él confirmamos un secreto a voces, que muchas de las fotografías que hay en Instagram o incluso en Tinder son de profesionales. También tiene algunas influencers que quieren que su imagen en redes sea magnífica y perfecta. Una clientela que espera vuelva a su estudio a la mayor brevedad posible.
Muy cerca del estudio de Manuel está la librería Baranbang, especializada en cómics. Abrió en noviembre y, con solo tres meses y medio de vida, tuvo que cerrar en marzo. Su dueño es Jaime, que comenta que tomaron la decisión de no vender online por dos motivos: el primero, que no tenían la web terminada; pero, mucho más importante que eso, "que no nos queríamos arriesgar a poner en peligro a los repartidores. No queríamos que se contagiaran".
La reapertura "ha sido magnífica", han tenido un número de ventas que no se imaginaban y que esperan mantener. Cuando se les pregunta por estas semanas de cierre, como todos los libreros explican que la cancelación de la Feria del Libro los ha dejado tocados. "Habíamos apostado muy fuerte por la feria, teníamos una caseta doble y muchos eventos programados. Ahora se pasa a octubre, pero como coincida con Madrid, eso va a generar un conflicto de intereses para los autores quienes, muy probablemente, prefieran ir a Madrid que aquí a València. Pero somos optimistas. Hemos decidido no quejarnos", proclama.
Si hay un sector dentro del pequeño comercio que permanece, casi por completo cerrado, son las tiendas. Tras dar muchas vueltas, Valencia Plaza encuentra a Vanesa, la dueña de la tienda Che Cos’E de decoración y regalos. Está limpiando porque este miércoles abrirá sus puertas. "El dueño de la planta baja no perdona ni un euro del alquiler, así que tengo que abrir aunque solo haga dos euros al día de caja", se lamenta.
Sabe que solo puede tener en el interior a dos clientes a la vez y que tiene que desinfectar todo lo que toquen, pero no tiene opción. Su caso no es aislado. Muchos pequeños comerciantes se han encontrado con la negativa a negociar los precios de los alquileres de los dueños de las plantas bajas.
El último local que visitamos es Puro Vicio, un restaurante que tan solo llevaba 15 días abierto cuando se vio obligado a cerrar por el estado de alarma. Es de los pocos que han decidido abrir para servir comidas para llevar. Su dueña, Itziar, lo ve como una oportunidad de darse a conocer en el barrio hasta que el día 11 pueda montar la terraza. Ya tiene reservas para esa semana porque, como ella explica, "la gente está loca por salir, socializar y perder de vista un ratito el confinamiento".
La decisión de Itziar no ha sido ni por asomo la mayoritaria en el sector. De hecho, tan solo hay que dar una vuelta por los barrios de València para observar cómo la mayoría de bares y restaurantes siguen con sus persianas bajadas, como las tiendas. Ella, junto a su cocinero Kike han decidido arriesgar. Así, mientras explican que sirven menús y tapas para llevar, reparten publicidad entre los vecinos y viandantes que pasan por la puerta de su local.
Las condiciones impuestas al pequeño comercio para abrir sus puertas son tan duras y restrictivas que la mayoría de los locales siguen cerrados, pero un pequeño hilo de esperanza se abre con las persianas de algunos valientes que sí que han decidido volver a ofrecer sus servicios. El día 11, probablemente, las calles de la ciudad tengan todavía más vida que esta semana para así, poco a poco, volver a esa normalidad perdida el 14 de marzo cuando todos los españoles tuvieron que confinarse en sus hogares.