VALENCIA. Es frecuente escuchar que las personas y, entre ellas, las élites directivas, aprendemos de los errores. Sin embargo, también necesitamos aprender de comportamientos que consideramos buenos, acertados o incluso excelentes. Esta afirmación es especialmente cierta cuando hacemos referencia a los valores, pues no es posible aprehenderlos teóricamente sino que es necesario vivirlos e interiorizarlos para que terminen moldeando nuestra forma de ser. De hecho, un empresario no es responsable porque diga serlo, sino porque en sus comportamientos y decisiones manifiesta responsabilidad. Un niño no aprende a ser honesto porque se lo repitan muchas veces en su vida, sino porque en su familia, en la escuela y en sus relaciones personales, vive la honestidad como un valor importante y un referente de comportamiento. Por tanto, para poder aprender del buen comportamiento necesitamos referentes o ejemplos que nos ayuden a emularlos.
En este sentido, la crisis económica y financiera precedida por una etapa de extraordinario crecimiento en el sector de las cajas de ahorro es un buen contexto para realizar este aprendizaje. ¿Han respondido todas las cajas a las oportunidades de expansión y especulación de la misma forma? ¿Qué consecuencias han tenido esas respuestas? ¿Qué valores han movido esas respuestas? Nuestra respuesta es contundente. No todas las cajas actuaron igual, no en todas prevalecieron los mismos valores y las consecuencias han sido claramente diferentes.
La crisis evidenció los problemas que tenían las cajas de ahorro y que debían ser solucionados de inmediato para evitar una mayor catástrofe económica. Los problemas identificados por los organismos competentes fueron principalmente la falta de solvencia, la dependencia del sector inmobiliario y de la construcción, el exceso de capacidad acumulada, el tamaño medio reducido y problemas de estructura. Para cada uno de estos problemas se adoptaron medidas correctoras. Estas medidas dieron como resultado, además de la contracción acelerada del mercado financiero, la pérdida del modelo tradicional de cajas de ahorro, dándose el fenómeno denominado banquerización, que afectó a casi todas las cajas de ahorros. Así, y según el informe de 14 de mayo de 2014 de la Confederación Española de Cajas de Ahorros, del total de 45 Cajas de Ahorro que existían a comienzos de 2010, 43 han participado en algún proceso de consolidación, lo que en volumen de activos totales medios representaba el 99,9% del sector. Sólo dos entidades han permanecido al margen de estos procesos. Son las dos últimas Cajas de Ahorros existentes en España. Caixa Ontinyent es una de esas dos entidades supervivientes.
En un reciente trabajo que ha merecido el XI Premio de Investigación Renau Piqueras, y realizado junto con Fernanda Gordon, hemos analizado la vinculación entre los valores compartidos en Caixa Ontinyent y que nutren su cultura corporativa, y sus decisiones estratégicas. Y el efecto que entendemos que ha tenido el ajuste entre valores y decisiones: la supervivencia de la entidad.
Respecto a la estrategia, encontramos que Caixa Ontinyent ha mantenido una estrategia con un claro enfoque geográfico y orientada hacia la especialización local. Ha tenido un crecimiento lento y continuado. Con cada nueva acción han ido ensanchando las fronteras de sus arenas, como una mancha de aceite y cada uno de estos pasos se ha caracterizado por la prudencia y por el arraigo. Este arraigo incluye el conocimiento que la caja tiene de las necesidades de sus clientes y de la comunidad, la estrecha relación que ha conseguido establecer con los skateholders, además de la fuerte implicación de los directivos en tomar las decisiones. La prudencia ha sido el denominador común en la toma de decisiones ante nuevos retos manteniendo a buen recaudo los intereses de los suyos.
Si uno mira muchas de las empresas que han sobrevivido a la crisis no le será difícil encontrar prudencia ni arraigo. Prudencia en empresas y empresarios que se han mantenido comprometidos con su negocio sin dejarse tentar por las ganancias rápidas y especulativas que estaban tan a la vista de todos. Arraigo, en sus relaciones, con un profundo conocimiento y estrecha relación con los suyos, empleados, clientes y proveedores. El informe sobre competitividad de las empresas valencianas presentado en AVE en septiembre de 2015 apuntaba en esta dirección. Las empresas excelentes de la Comunidad Valenciana se caracterizaban, entre otros, por no despistarse de sus negocios nucleares y por la asunción de riesgos controlados.
En el caso de Caixa Ontinyent, además, el compromiso con la mejora social es su valor más palpable ya que su efecto lo viven día a día los miembros de la comunidad.
Comparada con el resto de cajas, encontramos que Caixa Ontinyent ha actuado de forma diferente y no ha seguido en muchas ocasiones la tendencia del mercado, si ésta era contraria a estos valores de arraigo, prudencia y compromiso. Se ha dado siempre importancia a los valores y experiencias pasadas no inclinándose por opciones que podían alejarle de su modelo de negocio y de su razón de ser. La cultura basada en los valores del arraigo local, la prudencia y la mejora social le han permitido mantenerse en una posición competitiva sólida, distinta al resto, pero sólida. Como botón de muestra de esa solidez, desde 2007 y hasta 2013 el ratio de morosidad de la entidad siempre ha estado por debajo de la tasa del sector de las cajas de ahorros.
En el sentido contrario, son múltiples los ejemplos que inundan la prensa desde hace unos años. Sólo en lo que llevamos de 2016 podemos referirnos a dos de ellos.
No parece que sea la prudencia la que llevó a la Caja de Castilla la Mancha a su situación de primera caja intervenida por el Banco de España y quebrada. No parece prudencia contable que, como ha salido a la luz en el juicio a sus máximos responsables, un escrito del supervisor del 21 de octubre de 2008 les tuviese que exigir pasar 474 millones de créditos sanos a morosos, 536 millones a subestándar (en riesgo de morosidad) y otros 539 millones a "vigilancia especial".
No parece que sea el arraigo, con un profundo conocimiento y estrecha relación con los suyos, empleados, clientes y proveedores, lo que llevó, a nuestra en otro tiempo tan admirada Bancaja a colocar preferentes entre clientes sin formación financiera alguna ni a salir más tarde a Bolsa en unas condiciones que, como ha sentenciado el Tribunal Supremo para el caso de los pequeños inversores, no respondían a una relación que se basaba en la confianza. Esos pequeños inversores no eran otros que los clientes de las distintas cajas que conformaron Bankia, cuya relación con la entidad se basaba en la confianza y que no tenían acceso a otro tipo de información complementaria que no fuera la del folleto de la oferta. No parece que sea la prudencia ni el arraigo lo que ha llevado a que la que en su origen fue la Caja de Ahorros de Valencia fundada en 1878 por la Real Sociedad Económica de Amigos del País con la denominación “Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia” haya desaparecido como tal después de más de un siglo de vida.
Por otra parte, se puede considerar que algunas de las cajas de ahorro desaparecidas han alcanzado una mejor posición en el mercado al integrarse o fusionarse a otras entidades financieras de mayor tamaño. Es cierto, algunas lo han hecho.
Sin embargo cabría valorar, si este nuevo modelo de negocio justifica la pérdida de identidad y por ende la extinción de un modelo de negocio que ha supuesto un impacto social tan grande en España a lo largo de la historia. Como ya señalaba Ballarín en 1991, en la misión de las cajas de ahorro se encontraba la de financiar y sostener la obra social, la de fomentar el hábito del ahorro entre las clases sociales más modestas y la de contribuir al desarrollo económico de su zona de implantación. Desde una perspectiva de economía social entendemos necesaria la continuidad de las cajas de ahorro, como instrumentos de beneficio social. Entre otros, por ejemplo, han ayudado de diversas maneras a facilitar la dinamización de la sociedad civil facilitando que organizaciones sin ánimo de lucro, asociaciones de diversa índole tuviesen acceso a apoyos financieros. La labor que las cajas de ahorro han desempeñado en la economía y en la sociedad es indiscutible, y se ha hecho gracias a un modelo de negocio que no buscaba el beneficio particular sino que buscaba el bienestar común de la sociedad. En la Comunidad Valenciana ya somos conscientes de lo que ha supuesto esa pérdida.