Hoy es 9 de octubre
El asesor de inversiones de Renta 4 Banco tiene claro que la relación de confianza con los clientes, a base de tiempo y paciencia, no la puede ofrecer un robot
VALÈNCIA. En el año 1779 Nedd Ludd, un trabajador de una fábrica textil del condado de Leicestershire tuvo un rapto de rabia y destrozó dos telares mecánicos. Esta furiosa acción fue su respuesta a las malas condiciones laborales que él y sus compañeros padecían en su empresa. Su nombre bautizó un movimiento social, el ludismo, compuesto por artesanos ingleses que entre los años 1811 y 1816 protestaron contra la instalación de nuevas máquinas en los centros fabriles. La Revolución Industrial había traído la introducción de telares y máquinas de hilar mecánicas que ponían en peligro sus puestos de trabajo y que presionaban a los obreros que resistían el corte con salarios más bajos.
Un par de siglos después, el 5 de diciembre de 2016, el gigante de la distribución en internet Amazon abrió un supermercado en Seattle sin cajas para cobrar, ni cajeras. De hecho, en el supermercado Amazon Go los clientes cogen lo que quieren de los estantes y salen sin hacer cola y sin pagar en la salida. Pero, no, no se preocupen, pagan por sus compras. Lo que sucede es que cuando entran al supermercado activan una aplicación y cuando salen el importe de la compra se carga en su cuenta de Amazon Prime. ¿Cómo lo hacen? Con tecnología. Los sensores siguen a los clientes mientras deambulan por la tienda y registran los artículos que toman. De momento, no hay cajeros de otros supermercados que hayan acudido a plantarse ante la tienda con piquetes para cerrarla o quemarla.
Ejemplos como el supermercado de Amazon, el coche autónomo de Google o el nuevo modelo de tractor autónomo de CHN, el Magnum, que puede trabajar sin descanso y que se supone que revolucionará la agricultura extensiva, amenazan con acabar con muchos puestos de trabajo como cajeras, taxistas y trabajadores agrícolas. En esta línea, en 2011, en su libro 'La carrera contra las máquinas' (2011) los investigadores del MIT Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee escribían “la raíz de nuestros problemas no es que estamos en una gran recesión, o un gran estancamiento, sino más bien en las primeras etapas de una gran reestructuración”. Igualmente, los economistas Carl Benedikt Frey y Michael Osborne, de la Universidad de Oxford, advierten que en EEUU el 47% de las ocupaciones corren el riesgo de desaparecer en beneficio de computadoras y robots.
Para Frey y Osborne la robotización y la computarización han estado históricamente confinadas a tareas rutinarias, pero, ahora los algoritmos que manejan un gran volumen de datos están siendo usados en cada vez un mayor grado, con lo que pueden sustituir fácilmente al trabajador humano en una amplia gama de tareas cognitivas no rutinarias. Además, los robots avanzados están ganando sentidos y mejorando su destreza, lo que les permite realizar un mayor rango de tareas manuales. En su estudio concluyen que la mayoría de los trabajadores que trabajan en transporte y logística, así como la parte importante de las labores propiamente administrativas de la oficina y las de producción de las fábricas son las áreas donde se concentrará el riesgo de robotización e informatización. Igualmente, Frey y Osborne explican que hay una importante correlación negativa entre salarios y nivel educativo con la robotización. Así, a más robotización menores salarios y a menor nivel educativo de los operarios que realizan las labores mayor robotización.
Todo ello nos lleva a la pregunta importante de este artículo, la que se hacen Sachs, Benzell y Lagarda (2015): ¿Aumentan o reducen los robots (y la computerización) el bienestar global de la sociedad? Por un lado, es evidente que su uso aumenta la producción y que puede poner bienes y servicios en el mercado a mejores precios. A todos nos gustaría entrar al supermercado y salir sin colas. Por otro lado, eliminan puestos de trabajo, reducen salarios y empobrecen a los trabajadores que no pueden competir con las máquinas, con lo que se amenaza no sólo a los actuales operarios, sino también a los de futuras generaciones.
Por tanto, ¿cuál es el efecto neto de estas fuerzas? ¿Se pueden compensar las unas a las otras? Los autores concluyen que cuando los robots pueden sustituir a los humanos en la producción en ese sector los salarios declinarán, así como el ahorro de esos segmentos poblacionales y su bienestar Por ello, proponen una conclusión intuitiva e interesante, que el Gobierno ejerza su poder compensador y redistribuidor dentro de la sociedad, para que una mejora de la productividad mejore el bienestar del conjunto de la sociedad y de futuras generaciones. De este modo, en su modelo se planteaba un impuesto gubernamental a los robots.
Así, llegamos a la segunda pregunta interesante de este artículo: ¿se han de establecer impuestos a los robots? Bien, es un tema que ya llegó en mayo de 2016 al Parlamento Europeo a través del borrador de un informe elaborado por la diputada Mady Delvaux de la Comisión de Asuntos Jurídicos. Centrándose en cómo los robots podrían impulsar la desigualdad social, el informe propuso que podría darse una "necesidad de introducir requisitos de información corporativa sobre el alcance y la proporción de la contribución de la robótica y la Inteligencia Artificial a los resultados económicos de una empresa a efectos de impuestos y contribuciones de seguridad social". La propuesta de Delvaux no fue bien acogida y pocas voces, como la de Bill Gates, se alzaron para apoyarla.
Sin embargo, para concluir, cabe recordar lo que Edmund S. Phelps4 definía como la importancia fundamental de que los ciudadanos mantengan un "lugar en la sociedad”. Phelps escribió que cuando muchas personas ya no pueden encontrar trabajo para sostener a una familia, se producen consecuencias preocupantes y "El funcionamiento de toda la comunidad puede verse afectado". Es decir, como apunta Robert Shiller “hay externalidades en la robotización que justifican alguna intervención gubernamental”. En su opinión, los ingresos del impuesto podrían “ser dirigidos hacia un seguro sobre salarios, para ayudar a las personas reemplazadas por la nueva tecnología para hacer la transición a una carrera diferente”. Algo que estaría “de acuerdo con nuestro sentido natural de la justicia y así ser probable que perdure”.
Por último, si me preguntan si tengo miedo de que un robot se quede con mi trabajo, mi respuesta es no. Como asesor de inversiones de Renta 4 Banco tengo claro que el activo más importante que he construido con mis clientes es una relación de confianza. Algo que se crea con tiempo y paciencia, con largas conversaciones para conocerlos y entenderlos. Porque los humanos no son máquinas, son seres psico-químicos imposibles, por ahora, de parametrizar.
Felipe Sánchez Coll es asesor de Inversiones de Renta 4 Banco