La música jazz del canadiense Oscar Paterson rebota contra las paredes de Rewind, el peculiar anticuario que Vicent Bonora abrió en Burjassot hace año y medio. La tienda -ahora lo llaman ‘showroom’- está en una calle preciosa de Burjassot sobre la que cae el primer sol de la mañana. Una curiosa travesía que sube y baja de forma caprichosa entre casas bajas de pueblo. Rewind está justo enfrente del antiguo mercado de Burjassot, uno de tantos edificios fantásticos que se desperdician con karaokes insufribles y presentaciones de falla. A muy pocos parece importarles ya que el edificio, hecho sin una pieza de hierro, donde Blasco Ibáñez pronunciaba sus discursos electorales, fue construido en 1892. Nadie entra casi nunca en la tienda de Vicent, pero el negocio prospera porque lo que vende, fundamentalmente muebles antiguos, encuentra su salida por otra parte y por otras provincias y países.
El lugar es entrañable. El edificio de una planta es hermoso y justo enfrente tiene un comercio, Droguería Los Silos, que parece de toda la vida. Delante del escaparate hay un naranjo borde donde un amo ha dejado el voluminoso recuerdo de su perro. Pero Rewind parece a salvo de todo. Allí dentro te abraza la calidez de la madera, que esparce su aroma a teca o palosanto por toda la planta baja en la que destaca la especialidad del negocio, lo que lo convierte en casi una rareza, los muebles tocadiscos. Ahí es un número uno en Europa.
La tienda es una aventura para Vicent Bonora, un hombre de 48 años que la maneja con su mujer, Inmaculada. Antes, durante más de veinte años, Vicent había trabajado como gerente de cooperativas agrícolas. “Pero acabé hasta las narices de discutir con todos los agricultores del mundo. Mi pasión es la madera. Yo empecé hace años a restaurar muebles con mi madre, Maribel, que le encanta. Y también soy coleccionista. Bueno, más bien soy acaparador, más que coleccionista. Llegó un momento en el que pensamos en casa vender algún mueble y nos trasladamos a una nave que tenía mi pareja en Benimàmet. Allí empezamos a restaurar y a vender. Después nos mudamos aquí porque vivimos arriba y decidimos comprar el bajo para montar un pequeño showroom”.
El arranque fue hace once o doce años, pero Vicent estuvo alternando su trabajo con la venta de estos muebles hasta hace tres. Sus clientes son casi todos de fuera de València: Madrid, Barcelona, San Sebastián, Andalucía… “Aquí en València es muy difícil. No paro de intentar llegar a los arquitectos e interioristas, pero no hay manera. Es complejo”. Vicent asegura que este tipo de mueble racionalista, de calidad y atemporal está de moda. “Es tendencia. Falta que la gente desarrolle una sensibilidad hacia lo antiguo. Aunque este tipo de diseño con líneas puras nunca se ha dejado de llevar. Pero en España, y más en concreto en València, la escuela de arquitectura tiene una tendencia muy enfocada hacia lo vacío y lo blanquito, pero la calidez que da la madera, no te la da nada”.
Todo lo que vende Bonora son piezas únicas, de segunda mano, que ha restaurado él mismo. Vicent dice que de este negocio lo que le gusta es trabajar con objetos bellos y compartirlos -más bien venderlos- con la gente, que cuando los ve, “surge inmediatamente el flechazo”. Los muebles, que son de los años 50, 60 y 70, provienen fundamentalmente del norte de Europa: Suecia, Dinamarca, Inglaterra, Escocia… “De España no tengo nada”.
Vicent Bonora nació en València, pero sus padres tenían la casa que hay justo arriba de esta planta baja en Burjassot. “Esto era una zona de veraneo hace 150 años. Está un poco más alto que València y hace un poco más de fresquito. Aquí se vive muy bien. La huerta está ahí al lado. Aunque en términos comerciales no ha sido la mejor elección. Aún no ha pasado nadie, en año y medio, que haya entrado y me haya comprado un mueble. Igual si estuviéramos en otro sitio…”.
El ahora anticuario es un ingeniero agrónomo que anteriormente pasó por las cooperativas del Perelló y el Real. “En el Perelló llevaba las verduras orientales. Allí estuve 13 o 14 años. Antes estuve comprando naranja por toda España. Cuando tomé la decisión de dar el cambio tenía una cría (ahora tiene 14 años). Al principio lo hacía en mi tiempo libre y hará tres años que me dejé la agronomía. Ahora disfruto mucho trabajando. No sabía que eso era posible. Cuando ves la cara de un cliente satisfecho o que te llama después agradecido, da mucho placer”.
Su primera venta fue un mueble tocadiscos que le compró un amigo hace doce años. Vicent cuenta orgulloso que aún lo tiene en casa. La mayoría de sus muebles tocadiscos son Bang & Olufsen, una marca danesa (fundada en 1925) que es de las más punteras. “En España apenas había tocadiscos de estos. He visto registros y sólo encontré uno. Hablé con la persona que lo tenía y era un dentista de València que nació en Dinamarca. Aquí no había otro de esta marca. Había de railite y cosas así. En la España de la época no había este tipo de muebles. Por eso no compro muebles de aquí, porque no llegan al estándar de calidad que necesito”.
Burjassot tiene, sin saberlo, la tienda más grande de Europa especializada en muebles tocadiscos. La mayor parte del tiempo Vicent lo dedica a rastrear por internet en busca de estos objetos tan singulares, unos aparadores de madera que esconden bajo una tapa un tocadiscos y, a menudo, una radio y un radiocasete. Luego compra el mueble y lo primero que hace, antes de restaurarlo, es llevárselo a un técnico de València para que repase y repare el aparato, el tocadiscos. “Son piezas únicas: no hay más”.
Vicent riñe al fotógrafo porque acaba de dejar sus trastos encima de un mueble reluciente que ya está vendido a un cliente de Burdeos. Entonces se levanta y descubre el tocadiscos que hay debajo de la tapa de madera palosanto. Al lado hay otro, hecho con madera de teca, que es donde está sonando Oscar Paterson con un trío. Vicent retira el vinilo y enciende la radio. Le da vueltas al dial mientras cuenta que lo único que le añade nuevo a los muebles es una entrada de bluetooth.
Algunos muebles le llegan en un estado catastrófico y entonces se tiene que esmerar para dejarlo como si fuera nuevo. “A un anticuario le gusta vender muebles sin tocar porque, en teoría, aunque hay muchas, debería conservarse en estado original, pero mis clientes quieren que estén perfectos y ese es mi trabajo, restaurarlos. Lo que sí hago es darle el mismo tratamiento original para que quede como si saliera de fábrica. Si llevaba cera o aceite de carnauba, yo utilizo lo mismo. Si llevaba algún tipo de barniz concreto, lo mismo. Ya hemos hecho la investigación y compramos muebles que ya conocemos. La idea es dejarlo como nuevo, no inventarnos un mueble nuevo”. La mayoría de sus compras provienen de Dinamarca, la patria de Bang & Olufsen. “Y porque los muebles daneses son una maravilla. Lo que hicieron los ingleses, de hecho, fue llevarse diseñadores daneses. Así no copiaban pero se inspiraban fuertemente…”.
A Vicent, desde niño, siempre le ha gustado coleccionar objetos muy diversos. Una de sus primera colecciones fue una de llaveros. Aunque él se resiste a llamar coleccionismo a lo que hace. “A mí me gustan los trastos. Tengo que luchar mucho conmigo mismo para tener esto en orden. Mi gran obsesión son los tocadiscos. Dedo tener 40 o 50. Tengo también un comediscos. Pero sobre todo acaparo cosas bellas. Me gusta mucho ir al rastro y ahí me quedo con objetos porque tengo el ojo muy entrenado para ver cosas que valen la pena. Arriba, en casa, tengo un cuarto lleno de trastos”.
Su colección de tocadiscos va acompañada de una gran cantidad de vinilos. A veces se encuentra con clientes románticos que se dejan llevar por la nostalgia y compran el mueble tocadiscos sin tener un solo disco. Entonces va y les regala uno. Otras veces el comprador tiene gusto por lo antiguo y cuando ve los sifones de La Revoltosa que están encima de los muebles, al lado de los viejos teléfonos de góndola, Vicent les da uno. Su hija adolescente, Álex, también tiene sus vinilos y le gusta ponerse su música en el plato y escucharla a la antigua usanza. Hay días que Álex lleva a sus amigos a la tienda y los chavales se entusiasman al poder tocar por primera vez ese aparato casi mitológico con el que sus padres les han dado la turra más de una vez.
El último disco que compró Vicent fue The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, de David Bowie, y lo encontró en el rastro a muy buen precio. Él es de los puristas que defienden que su sonido es único. “Tiene un sonido que no tiene nada más. Es un sonido muy especial, característico, cálido…“. Ya ha dejado de sonar el de Oscar Paterson, que estaba puesto en un Beomaster 1200 del 63, un tocadiscos dentro de un mueble de teca. Es la pieza más cara de la tienda y, aunque Vicent se hace el escurridizo, acaba contando que los muebles, sobre todo aparadores, cuestan entre 1.500 y 2.000 euros, y los tocadiscos, con el mueble, ya se van entre 3.500 y 7.500.
Vicent Bonora está feliz con su nuevo oficio. Sólo se fustiga por no llegar a los valencianos y apunta que de los últimos cinco muebles que ha vendido aquí, sólo uno era de una persona de València; el resto, norteamericanos o franceses. Un día les visitó Berto Romero. “Es un friki de los 60 y los 70, y le encantó. Se volvió tarumba y me pidió tiempo porque aún no le cabe otro mueble en casa”.
Mientras cuenta sus cosas, Vicent mueve sus brazos desnudos en este otoño disfrazado de verano. Unas cicatrices en el brazo derecho delatan un momento oscuro por el que da apuro preguntar. Pero el anticuario cuenta sin reparos que es el recuerdo de un accidente que sufrió cuando aún era un bebé. “Me tiré encima un cazo de agua hirviendo con cuatro o cinco meses. Yo era una bestia parda”. También se rompió una vértebra del cuello, ya de adulto, haciendo alpinismo en hielo. Le encanta subir montañas y en cuanto puede se escapa a los Pirineos o a Sierra Nevada.
Vicent empieza ahora, casi como despedida, un paseo por la trastienda. Allí huele a cola y madera. Las paredes son blancas; los techos, altos, con las vigas a la vista. Al lado, en la planta baja contigua, está intentando reproducir “un pequeño apartamento vintage”. Aquí las paredes están decoradas con láminas y fotografías de la obra de su tío, Enric Moret, un escultor que recuerda a Botero que vivió exiliado en Cuba. Allí abre un armario y saca parte de su colección de las primeras consolas de videojuegos. Lo viejo le seduce, no hay duda.