Había dejado de acudir los domingos al estadio. Las mañanas fueron sustituidas por las tardes, y el rastro por el antiguo Luis Casanova. No salía de ese bucle melancólico llamado poble de Mestalla. Uno de esos días de precepto del mes noviembre, de una València californiana, me topé con un buen grapado de papeles amarillentos y polvorientos. La caja contenía muchos recortes de antiguos periódicos locales, algunos de interés, otros no tanto. Escondido entre las noticias se zafaba una carta de un socio del Valencia CF dirigida a Vicente Peris.
Este señor, valencianista de cuna, había conocido en la infancia los interiores del Bar Torino, retratándolo, y le agradecía su labor al frente de la entidad. Aquel testimonio lo guardé como en oro en paño. Aletargado, alejado y separado de las gradas, volví a recalar militando por dos ejercicios, en el barrio, en la comisión de la falla Exposición. Mestalla hechiza.
El lunes recibía un mensaje de Javier Alfonso, director de Valencia Plaza, que no esconde su filiación por el Valencia: "Pedro acuérdate de las bodas de oro de la muerte de Peris para la columna del sábado". Javier siempre al filo de la noticia. Lógicamente no quería empañar la semana Peris, ni competir con otros historiadores del club que saben mucho más que yo, y he preferido escribir sobre la faceta personal y extradeportiva de un Peris, embajador y diplomático de la ciudad de València.
Y así ha sido, lo tenía fácil, con Merchina mantengo contacto directo. Me interesaba mucho destacar el papel que tuvo Peris en restablecer las relaciones diplomáticas entre España y México, gracias a la participación del Valencia en un campeonato que se celebró en el país azteca. No debió ser fácil tal empresa porque los visados fueron concedidos en la embajada mexicana en Lisboa. Peris fue el jefe de una expedición valencianista a la nación del tequila en un momento político embrutecido.