Asistimos al cambalache de los pactos que no llegan y aspiran a un reparto de poder. Pero de gobernar, nada. Ahora se irán de vacaciones con la extra de verano. Juegan con nuestros intereses; consentimos como fauna y flora
Siempre he considerado que, por lo general, las buenas ideas no suelen salir de las cabezas de los políticos de oficio designados para un cargo porque cambian de ellos como de ropa cada mañana, sino que provienen de los técnicos con que se rodean, si son técnicos de verdad en sus respectivas materias y saben de algo en lo que están. No siempre sucede así. Ya se sabe, como técnico recibe el doctorado cualquier miembro de partido al que se coloca como asesor de lo que haga falta si está al día en la cuota y tiene tiempo libre. O sea, está sin ocupación profesional reconocida.
Un buen político es aquel que escucha, sabe rodearse y ofrece oportunidades pero, sobre todo, deja que se desarrollen las ideas. No aquellos que se pasan todo el día intrigando o aspirando a un carguito. El/ella está para dar la cara, “apuntarse” después el tanto y defender las sugerencias. Pero no suele ser así habitualmente por desconocimiento, miedo o inseguridad.
Durante mi trayectoria profesional conocí a un altísimo ejecutivo que contó al final de sus días el secreto de su éxito. Confesaba que él lo que había hecho era rodearse de buenos profesionales a los que dejaba hacer. Intentaba no inmiscuirse en su trabajo. Incluso no lo hacía si se equivocaban mínimamente para que no se tambaleara o debilitara su confianza y autoestima. Era un método que le había funcionado durante sus más de cuarenta años de profesión. Gracias a ese sistema -de eso está repleto de literatura el mercado anglosajón-, su empresa había llegado a lo más alto. “No me deis las gracias, soy yo quien he de darlas porque me habéis llevado hasta aquí sin mucho esfuerzo. El verdadero éxito es vuestro. Yo sólo os dejé hacer, me dejé llevar”, confesó en su despedida.
Sin embargo, fue sustituido en el cargo y nombrado en su puesto un ejecutivo que creía saber más que nadie. El típico listo arrogante. Lo sufrí. Así que comenzó a dar órdenes y aquello comenzó a flaquear y los empleados a dejar de lado su compromiso. Así les fue con los años.
La política hoy en día es algo así. Miren los gobiernos creados recientemente y verán que los partidos no colocan por lo general en sus respectivos altos cargos a los mejores o los más especializados en cada área sino al perfil político de mayor rango. Y luego, los segundos escalones pasarán a manos de los propios cargos orgánicos de partido, según autoridad en comarcas o ciudades. Tal cual, aunque no tengan ni idea del territorio que pisan. Así que, no contamos con verdaderos gobiernos tecnócratas que es lo que ahora más que nunca falta, sino de gobiernos netamente políticos y politizados que sólo marean y se marean entre ellos por ansia de poder y protagonismo de rango.
Pero lo más preocupante de estas semanas inútiles que han discurrido desde que se han celebrado elecciones generales, autonómicas y municipales es que por culpa de la política o de los políticos, nuestro sistema permanece paralizado porque nadie se pone de acuerdo. Solo interesa la ambición desmedida de una corte de interesados a la que le da igual la economía del país o el bienestar de su sociedad. Están a lo suyo. A ver cómo se reparten los cargos, las parcelas de poder. Son tan contradictorios que pactan de forma dislocada, según vengan dadas o me toque lo que yo quiero.
Por ejemplo, en sistemas como Compromís, partido de partidos despartizados, son los asesores quienes negocian en pro de la sociedad y de los intereses individuales de cada sigla. No piensan en lo mejor, ni en la pérdida de tiempo. No, sólo en lo suyo o lo que interesa al que está por encima pero con el objetivo de ganar galones para poder sustituirlos/as en el futuro inmediato. Hasta lo reconocen. Son lobeznos hambrientos lanzados al ruedo del desgaste para morder por su amo. Con promesa de futuro, por supuesto.
A mí este país comienza a darme mucha lástima, pero sobre todo cierta vergüenza. No merecemos esta clase política que nos da dolores de cabeza y espectáculo innecesario, pero gestiona nuestros impuestos como le viene en gana. Es más, ante el silencio y la precariedad de muchos medios de comunicación hasta ahora críticos o que ejercían como contrapoder porque ya no llegan a todo ni tienen oportunidad de cribar o analizar, han inventado su propio sistema de comunicación. Esto es, las redes sociales se han convertido en altavoces de sus intereses y falsas verdades o verdades exageradas. Hoy cada uno de nuestros políticos dispone de una red clientelar y virtual que aplaude sus acciones y las comparte como realidad, aunque nunca hayan sido contrastadas. Son las que nos invaden con descaro. Han creado un entramado clientelista que nos desborda e impide en muchos casos priorizar junto a nuevos medios subvencionados como respuesta al sistema. Por tanto, ellos mismo crean una “verdad” que difunden sin miramientos, aunque esté distorsionada. No existe la autocrítica. Sus cápsulas privan de información real, pero tienen reflejo allá donde ellos desean. Es la nueva política de comunicación a la que se le ha dado categoría de veracidad. Nadie mira ya documentos, ni papeles, ni concesiones, subvenciones o gasto sin orden, como es el caso de RTVV que ya se ha quedado sin presupuesto para concluir el ejercicio. Gran gestión pública de la que nadie quiere saber nada para evitar la estigmatización.
Miedo me da comprobar cómo la sociedad cada vez más se aleja de la clase política y sólo se enfrenta a ella cuando le preguntan en las encuestas sociológicas cuál es su principal motivo de preocupación. Probablemente es lo que buscan. El hartazgo ante su ambición y hasta incompetencia disfrazada. Y eso no debemos consentirlo. La mediocridad y el ansia de poder necesitan un límite. Más que nada porque dan miedo. Hasta en las fotos de promoción financiadas a coste cero. Lo de siempre.
¡Hola, estamos aquí! ¿Vosotros, dónde estáis?