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No éramos dioses. Diario de una pandemia #46

Volver a casa

18/05/2020 - 

VALÈNCIA. En el coche me he sentido como si hubiese atracado un bankia con El Dioni, como un delincuente que huía con el botín y a lo lejos se oían las sirenas de la policía. Desde que me he incorporado a la V-30 no he dejado de mirar el retrovisor por si me seguía la Guardia Civil. En la guantera llevaba una carpeta con los informes médicos de mi padre y un rollo de papel higiénico. En realidad, mi viaje está justificado en virtud de los apartados e) y g) del decreto de estado de alarma.

Mi padre ha tenido otra de sus crisis y mi madre, desbordada por la situación, necesita mi ayuda. Además no los veo desde hace tres meses.

Es gozoso tener toda la autovía para ti. Hasta llegar a Albacete no veo ningún control en la carretera. Lo mismo sucederá cuando regrese.

A las nueve de la mañana, la ciudad donde nací presenta un aspecto fantasmal. Sólo algún corredor con la lengua fuera confirma la existencia de vida en la ciudad. Recorro el centro y hago fotos para este diario. En muchos balcones cuelgan banderas nacionales con crespones.
Espero a que sean las diez para subir a casa. Llevo mascarilla y me protejo las manos con los últimos guantes que me quedan. Abro la puerta y ahí está mi madre, esperándome en el pasillo. Es triste y raro no poder abrazarla ni tampoco a mi padre, que se levanta de la cama cuando me oye entrar.

En casa de mis padres comemos por turnos

En el comedor cada uno se sienta en un extremo. Comemos por turnos. Son personas de riesgo. Siempre te queda la duda de si has hecho bien en visitarlos, si no habrás sido imprudente. Nunca hubiese imaginado una situación parecida. A pesar de lo efímero y precipitado del viaje me consuela verlos bien, dentro de lo que cabe. Ellos también están contentos de tenerme en casa porque deseaban verme.  

Un corredor cruza la plaza de Gabriel Lodares, con la bandera nacional a media asta, en Albacete.

Esta visita me da fuerzas para resistir unas semanas más, hasta que esto se aclare un poco. Como ignoramos la duración del encierro, debemos buscarnos pretextos, argumentos, lo que sea, incluso engañarnos, para sortear la depresión.

La libertad tardará en llegar. El dictador maniquí ha confirmado otra prórroga del estado de excepción ¡hasta julio! Pretende que sea la última, sólo pretende. Tiene garantizado el apoyo del cobrador vasco del frac y casi seguro el de los herederos políticos del tontiloco de Companys. Luego están los centristas ingenuos de la niña Arrimadas, pañuelos de usar y tirar.

A Madrid se le han sumado Zaragoza, Sevilla, Valladolid, Salamanca, Logroño, Barcelona… La revuelta de los cayetanos y los pocholos se extiende a pesar de la presencia de grises que siguen las órdenes del ministro guaperas, empeñado en perseguir las críticas a su Gobierno pinocho.

Este sábado ha muerto Julio Anguita, un comunista honrado que hablaba con la claridad pedagógica de un maestro de escuela.

El fútbol no es lo que era

Dicen que ha vuelto el fútbol en Alemania. He visto fotos del Borussia Dortmund y el Schalke jugando en un campo vacío. Los jugadores del Borussia han celebrado sus goles sin abrazarse. Lo han sustituido por un choque de codos. 

A falta de pan, aquí no tardará en llegar el fútbol. No habrá pan pero que no falte el circo. El circo es el fútbol. El Gobierno lo necesita como agua de mayo para que el personal canalice su frustración en la dirección correcta.

"No es moral y puede ser ilegal", ha dicho el experto en cejas, en alusión a la práctica incipiente de incluir en un currículo laboral la inmunidad al coronavirus.

Entrada principal del parque Abelardo Sánchez en Albacete.

La peste china, además de conducirnos a regímenes autoritarios con apariencia de democracias, convertirá en parias a los enfermos del virus de Wuhan. Serán los leprosos de este siglo. Veremos situaciones de racismo sanitario con el pretexto de proteger la salud de los ciudadanos en general, y de los trabajadores en particular. Una forma de fascismo terapéutico que el doctor Simón y yo rechazamos por inhumana.

El mundo que viene tiene todas las trazas de ser atroz, espeluznante, siniestro.

En Barcelona las casas de citas no dan abasto atendiendo las llamadas de clientes que desean poner fin a dos meses de abstinencia extraconyugal. Por estos pagos debe de suceder algo similar. València, en tanto que ciudad mediterránea, tiende al vicio, al pecado y a la promiscuidad, y esto, sin lugar a dudas, la hace sumamente atractiva.

Casi mato a un caracol

En mi caminata de esta tarde casi piso a un caracol que me he salido al paso en un camino embarrado. Me he arrodillado para verlo mejor. Me ha gustado su concha, de un color que no sabría describir. Lo he dejado marchar, no sin antes desearle una feliz noche.

Este lunes de mayo volverá a sonreír la primavera. Después del desprecio de hace una semana, València pasa a la fase 1. Podremos tomar una cervecita en una terraza, ir de rebajas, comprar las últimas novedades en París-Valencia y tantas cosas más.

Sólo se quedan atrás los barceloneses y los díscolos madrileños, que siguen empeñados, erre que erre, en no votar a socialistas o comunistas. ¡A quién se le ocurre! No entiendo por qué se quejan. Después de todo va a ser cierto que este Gobierno, a falta de otras virtudes conocidas, tiene corazón.

Esto me recuerda a una canción de mi infancia, cuando la seño nos la hacía repetir golpeando los pupitres con una regla: "A ver, niños, repetid conmigo: '¡Qué buenos son que nos llevan de excursión, qué buenos son que nos llevan de excursión'".

Y nosotros, carne de parvulario, repetíamos con vocecitas chillonas: "¡Qué buenos son que nos llevan de excursión, que buenos son…".

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