el billete / OPINIÓN

Vox

9/12/2018 - 

Sería ideal poder preguntar a cada uno de los casi 400.000 votantes de Vox en Andalucía por qué han elegido a un partido de extrema derecha. Como aún no se ha hecho el estudio –abstenerse el CIS–, uno no puede más que imaginar qué ha pasado, y la conclusión es que todo suma. Muy de acuerdo con Joan Ribó en que "si te pasas el día diciendo que viene el lobo, estás haciendo una gran propaganda a ese lobo feroz". Un error en el que ha caído no solo la candidata socialista Susana Díaz, sino algunos influyentes medios de comunicación de ámbito nacional que han dado a este partido hasta ahora extraparlamentario y residual, sin minutaje en las televisiones públicas, una cancha que para sí quisieran otras formaciones sin suerte como Pacma o Equo. Lejos de espantar a los votantes, lo que han hecho algunos medios y Susana Díaz es descubrir a muchos andaluces que existía un partido dispuesto a quitarles sus miedos.

Con un discurso populista –soluciones simples para problemas complejos– y con un programa imposible en el plano económico, revolucionario en el plano institucional y repugnante en el social, el partido de Santiago Abascal se ofrece para calmar los miedos y sufrimientos de quienes viven indignados en la España de lo políticamente correcto. Desde los aficionados a los toros que temen por la 'fiesta' a los hombres que se sienten humillados por las políticas de igualdad; desde quienes temen que los inmigrantes les quiten el trabajo o les rebanen el pescuezo a los castellanohablantes que no entienden el empeño de muchos por hablar otras lenguas; desde quienes temen por la unidad de España a los antiabortistas; pasando por cazadores, familias numerosas, maltratadores, policías y guardias civiles, autónomos, católicos, nostálgicos de franquismo y gente de orden que teme una revolución bolivariana si gana Pablo Iglesias.

Todo suma. En el país de la indignación a flor de piel, suma votos para Vox que un patán se cague en Dios o se suene los mocos con la bandera de España, y suma Rufián con cada sobreactuación en el hemicirco. La libertad de expresión es maravillosa pero tiene su lado peligroso cuando la respuesta a las boutades pasa de las redes sociales a las urnas. Suman votos las batallas perdidas por Rajoy y Sánchez frente al procés. Y lo de sacar a Franco de la tumba. Y Gibraltar.

A Abascal se lo han puesto fácil y además tenía el espejo de lo ocurrido en algunos países europeos. No tenía más que copiar el discurso y esperar a que sus rivales continuaran metiendo la pata. El procés aceleró el proceso de Vox y la caída de Rajoy a manos de un Sánchez apoyado por "comunistas, independentistas y proetarras" allanó el camino.

Nadie en Europa parece tener una fórmula eficaz contra el auge de la extrema derecha. Aislarlos de pactos ha funcionado solamente –que no es poco– para que no toquen poder, pero no para que dejen de crecer. Susana Díaz tiene derecho a exigir un pacto contra natura a PP o Ciudadanos para frenar a Vox porque en circunstancias no menos complicadas ella apoyó que el PSOE hiciera presidente a Rajoy contra natura. Pero, ¿qué autoridad tiene Sánchez, que rechazó aquella componenda, que después llegó al poder con el apoyo de EH Bildu, ERC y PDeCAT y que anda mendigando un pacto con los independentistas para no tener que convocar elecciones?

Lo que da miedo

El programa de Vox es un programa de quien no espera gobernar. Las propuestas económicas hiperliberales son tan irreales como lo eran los postulados anticapitalistas del Podemos primigenio, socialdemocratizados cuando llegó el momento de comprarse un chaletazo y negociar con el Gobierno de Sánchez. Las propuestas institucionales, entre las que destacan la eliminación de las Comunidades Autónomas, son tan revolucionarias como las que proponen incluir en la nueva Constitución el derecho de autodeterminación de las CCAA o la república. Abierto el melón, cuando se abra, cualquier cosa es posible y perfectamente democrática si se cumplen las reglas.

Donde Vox muestra su ferocidad es en la parte social de su programa, una temible involución en derechos de colectivos como los homosexuales y los inmigrantes, discriminación de la lengua madre no castellana de muchos españoles, mantenimiento de la desigualdad entre hombres y mujeres al eliminar la discriminación positiva y, lo más grave, la supresión de la ley integral contra la violencia de género. No su reforma ni su mejora, su supresión.

Quizás la forma de combatir a Vox sea hacer mucha pedagogía y ofrecer propuestas mejores y reales en lugar de ir al choque. Y dejar de usar a Vox como arma arrojadiza porque acabarán perdiendo todos menos Abascal. En ello deben estar PSOE, PP y Ciudadanos, pues parece que Podemos ya está en otra cosa, aprovechando la oportunidad sobrevenida de crecer por el otro extremo siendo el azote del fascismo. 

¿Fascista?

El partido Vox es extrema derecha pero aún no ha caído –y esperemos que no lo haga– en el fascismo propiamente dicho tal como lo define el diccionario –"actitud autoritaria y antidemocrática que socialmente se considera relacionada con el fascismo" (italiano)– y como uno lo entendía antes de que quienes ven fascistas por doquier banalizaran el término y la RAE acabara admitiendo que fascista es también alguien "excesivamente autoritario". España está llena de fascistas.

Y claro, con el listón tan bajo, cuando a Rivera le llaman fascista a Abascal se le queda corto el calificativo. Quizás no andaba tan desencaminada la ministra Dolores Delgado cuando habló de "extrema extrema derecha".

Para entendernos, fascista es España 2000 –partido del que Vox dice no querer saber nada–, que acompaña sus proclamas patrióticas y xenófobas con demostraciones de fuerza que dan miedo. El partido de Abascal ha protagonizado últimamente incidentes graves pero no como autor sino como víctima de los llamados 'antifascistas' –gritaban "Ortega Lara, de vuelta al zulo" y otras lindezas–, broncas que solo han servido para que el lobo contra el que alertaba Díaz pareciera un cordero. O más bien una cabra. 

Vox no va reventando manifestaciones ni mítines de los partidos rivales, ni sus cuadrillas van amedrentando por la calle a quienes no comulgan con sus ruedas de molino, como sí que hacen en Cataluña esas milicias independentistas que son ahora mismo, junto a los reductos violentos de ultraderecha, lo más parecido al fascismo que hay en España. 

Sí que denota el partido de Abascal, ahora que empieza a crecerse, tics antidemocráticos como impedir el acceso a sus actos a periodistas de algunos medios de comunicación –La Sexta y Ctxt–, una estrategia peligrosa para la democracia que está en el 'manual del populista' y que consiste en desacreditar al conjunto de los medios de comunicación y atacar a los más incómodos. También lo hizo Podemos al principio, con amenaza incluida de su líder de controlar los medios de comunicación privados. Y lo hace continuamente Trump. Lo terrible es que parece que les funciona.

Noticias relacionadas