Esta semana no puedo más que volver a hablar de refugiados. Los ecos de la llegada del Aquarius, el informe de CEAR y el Día Mundial del Refugiado me llevan a hablar una vez más de la figura de los refugiados. Pero no quiero hablar de actuaciones políticas, mediáticas y de las políticas migratorias que dejan mucho que desear. Quiero hablar de sus historias y de sus vidas
VALÈNCIA. Para empezar me gustaría matizar que estas personas son refugiados y no delincuentes ni presos. Son personas que una vez escapan de sus vidas llenas de miserias y llenas de dramas llegan a un destino nuevo para volver a empezar, para volver a vivir y para volver a recuperar la dignidad como personas que perdieron o que nunca tuvieron.
Las personas que solicitan ser refugiados no tienen que ser delincuentes, no tienen que haber matado, no tienen que haber robado… su único “delito” es huir de sus países y buscar asilo y refugio en otros países aparentemente menos peligrosos. Se trata de personas que se encuentran en situación de irregularidad administrativa. Cualquiera de nosotros podríamos estar en esa situación si la estabilidad a la que estamos acostumbrados y garantizadas en Europa se desmoronara y tuviéramos que elegir entre la vida y la muerte.
A veces la ignorancia nos lleva a conclusiones, lógicas y pensamientos que no enriquecen nuestro entorno y causas un daño importante. La cadena es muy larga pero no olvidemos que nuestra riqueza depende de ellos.
Por ello haré un esfuerzo más en intentar explicar el origen de todo este drama y la vergüenza que supone el cierre de fronteras en Europa cuando gran parte del bienestar y desarrollo europeo depende de la riqueza y materia prima de los países en desarrollo a los que no dejamos de abusar.
Cuando un refugiado llega a destino y pasa los chequeos sanitarios necesarios, tiene un periodo de tiempo donde hacen vida normal. Algunos incluso vienen con algo de dinero que les sirve para moverse y establecerse e estabilizarse después de esas travesías donde se juegan la vida.
Estas personas que huyen de sus países, lo hacen por razones de vida o muerte la mayoría de veces. Se marchan y escapan de guerras, dictaduras y situaciones que nos costaría imaginar. Este viaje empieza antes de la travesía, empieza cuando se mentalizan que tienen que abandonar su país y a su familia. Ahí empiezan un viaje interior sin retorno porque una vez toman la decisión de salir es muy difícil que vuelvan a no ser que sean deportados o por causas de fuerza mayor.
Las mafias en los países en desarrollo son tremendas. Cada vez que va a salir un barco cargado de migrantes en busca de una esperanza de vida mejor, comienza la búsqueda y captación de futuros refugiados. Se corre la voz y empieza el negocio.
Existen personas pagadas por las mafias que van a comisión y que se encargan de captar a personas desesperadas para escapar de su realidad.
Según el número de migrantes que consigan para llenar el barco cobrarán más o menos. Una vez lo consiguen, cobran su parte y quienes suben al barco se empeñan económicamente por unos años con quienes les van a llevar a ese mundo donde se presupone encontraran un futuro y una mejor vida.
Este el sueño al que aspiran todos y pocos lo consiguen. En cualquier caso, hasta conseguir la estabilidad vital, emocional y económica pasan muchos años de travesía en un mundo donde están totalmente desprotegidos y donde se siguen enfrentando a situaciones dolorosas y difíciles.
La travesía suele ser un infierno. En el mejor de los casos llegan sanos y salvos pero las hora y los días que se pasan en alta mar, en la oscuridad cuando se hace noche, o durante el día a plena exposición del sol sin apenas comida ni bebida (más lo que se llevan hasta que se acaben las existencias) hacen que las travesías sean de alto riesgo.
Cada embarcación tiene una ruta y atracan en puertos diferentes. Una vez pisan tierra firme se activa el protocolo de actuación. Y cada uno de ellos según su situación empieza a buscarse la vida. Aquí es cuando antes o después entran las oenegés, organizaciones que hacen un trabajo y una labor vital para garantizar los derechos básicos de estas personas que, repito, no son delincuentes aunque a veces así se les trate.
Las oenegés que trabajan con los refugiados son varias. Destaca especialmente esta semana CEAR que ha presentado el Informe Anual sobre su trabajo con refugiados. Un informe que habla de cifras. Cifras que son fáciles de pronunciar y difíciles de visualizar. por mucho que hablemos de un incremento de más de 1.000 solicitudes como refugiados en 2017 respecto al año anterior, o por mucho que hablemos de 2.300 solicitudes de asilo en la Comunitat Valenciana en 2017.
Me da la sensación que desde hace unos años ya se habla de refugiados como un “concepto” sin parar a pensar que son personas como tú y como yo. Son personas con sus vidas, sus inseguridades, sus miedos, sus familias, sus dramas… son personas que alcanzan niveles de sufrimiento inimaginables. Por eso, intento explicar el origen terrible que obliga a estas personas a abandonar a sus familias. Nadie lo hace por gusto.
Son personas que huyen de países con unos niveles de inseguridad y de corrupción tremendos alimentados por los países desarrollados que se aprovechan de ellos y luego les cierran las fronteras.
Por ello me cansa y mucho escuchar comentarios en redes de personas anónimas y públicas dañinos y xenófobos. Me cansan los comentarios de siempre: que si “efecto llamada”, que si “los españoles primero”, que si nuestros impuestos, bla, bla, bla … ignorantes al fin y al cabo. Y yo hace un tiempo decidí que no quiero perder el tiempo ni tener ignorantes en mi vida. Quienes así piensen, pido públicamente que se alejen de mí. No quiero perder el tiempo. Me canso. Me aburro.
La semana que viene… más!