aparece la ume y una horda de voluntarios

Y al tercer día tras la Dana se vio (un poco) de luz en Picanya 

2/11/2024 - 

PICANYA. La expresión "solo el pueblo salva al pueblo", pocas veces se ha escuchado y sentido tanto en la sociedad valenciana. Si la pandemia ya sacó lo mejor y lo peor de la misma, como todas las situaciones límites, la Dana vuelve a poner sobre la mesa una solidaridad extrema sin la que, las primeras horas de unas poblaciones fundidas a negro por un aluvión de agua, serían a día de hoy todavía más críticas.

Si Paiporta fue la zona cero en el desborde del barranco del Poyo, las poblaciones de Picanya, Alfafar o Catarroja han sufrido también grandes estragos. Es el día tres tras la Dana en la segunda, y el barro aún sigue estando en calles y casas. Después de tres días empiezan a verse efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) junto a hordas de personas que llegan desde València y otras poblaciones para prestar su ayuda, en una jornada donde muchos ciudadanos han podido ver un poco más de luz en sus maltrechos hogares gracias a la colaboración. Una jornada en la que también muchas personas se preguntan por qué el Estado no ha mandado a todo el ejército y para lo que existen justificaciones dispares según a quién se pregunte.

Cepillos, cubos, rastrillos que entran en casas de desconocidos para quitar capas y capas de barro que arrollaron hogares y negocios y que no creo que los cuerpos oficiales del Estado fueran a limpiar. "Estamos comprobando cómo hay gente que se está echando a las calles andando, con la mejor voluntad y desde la mejor buena fe del mundo, pero es imperativa la necesidad de que vuelvan a sus casas y no colapsen las vías que necesitan nuestros efectivos para trabajar", decía Mazón en la mañana de este viernes. Unas palabras que, a quien se encuentra con el problema, no hacen más que indignarle, porque el colapso lo tuvieron ellos cuando de repente sus casas y sus pueblos estaban arrasados y, pese a todo, tienen que dar las gracias por estar vivos.

Volvamos al pasado martes. Picanya, el agua empieza a desbordarse, la policía dice que no se puede pasar por la calle Valencia porque el agua ya entra, poco antes de las 19. Dejar el coche donde se pueda, correr a casa, mirar por la ventana y tener la esperanza de que la riada no llegue a un primero, lamentando cómo será la situación para los vecinos de las casas más cercanas al barranco y en pisos bajos. El agua entrando por la puerta de la comunidad, mirando a la escalera para comprobar que no sube y todo listo para, si es necesario, seguir subiendo pisos. Suena una alerta a las 20. A quién le importa cuando el agua ya asciende en la calle dos metros. Adiós al agua potable -qué ironía- que, tres días después, en una parte de Picanya sigue sin volver.

Llega la media noche del martes, el torrente finalmente ha pasado y algunos vecinos bajan a comprobar el estado de sus coches. Poco que hacer. El barro no deja prácticamente caminar. Mejor dejarlo estar para el día siguiente. Día 1 tras la Dana. Bajamos a la calle. Los vecinos hablan de que no hay puentes, de los que no han podido sobrevivir, de las trágicas historias de quienes lo pueden contar pero casi no lo hacen. Acercarse al barranco es no solo ver que la infraestructura por donde pasabas todos los días ya no existe, sino que hay casas de vecinos que tienen todos sus muebles empotrados contra la puerta. Que hay coches que ni en un accidente habrían quedado tan maltrechos. Es ver a comerciantes que abren su negocio por primera vez tras la catástrofe y lo ven de barro hasta arriba. Es sentir que parece que es suficiente estar vivo pero, pueblo salva a pueblo, y quienes empiezan la limpieza (sin agua) de sus comunidades y sus calles fueron los vecinos, no las fuerzas públicas.

Se avanza en el día, en el que hay informaciones falsas de nuevas roturas de presas que terminan con multitud de vecinos en terrazas, todavía más asustados. A quién van a creer si un presidente de la Generalitat restaba importancia al señalar que a las 18 horas de un martes aminoraría el temporal pero no supieron controlar que, una hora después, empezaría una catástrofe que ya lleva 202 fallecidos. La presencia de atención municipal escasea durante ese primer día, al menos en la zona de Vistabella, donde vecinos menos afectados ayudan a otros a limpiar sus propiedades o les dan provisiones en el caso de que no tengan. Un día en el que durante ocho horas saquean un Mercadona y nadie se acerca a poner orden. En el que se rompen cristales de coches en un polígono.

Un día uno en el que la gente no tiene agua potable ni sabe cuándo volverá, se le acaba la comida y no es hasta última hora de la tarde cuando alguien llega a poner orden con los saqueos, en los que se ve a individuos salir con dos jamones en las manos o con garrafas de aceite de cinco litros. Un día en el que la gente se siente desamparada porque ningún tipo de autoridad pública o contrata aparece por las calles para empezar a quitar coches, para limpiar, para socorrer a los vecinos. Una parálisis que generó un desamparo al no saber cuando qué y donde el nuevo uniforme pasó a ser botas y lodo por doquier.

Llegó el día 2, y empezó a aparecer el reparto de comida, el agua embotellada y una sensación de que, al menos, la gente podría subsistir. Labor que también anticiparon ciudadanos. Un día en el que Mazón salía a hablar de ayudas, de dinero. Qué importa a veces eso cuando miras a tu casa o tu negocio y ves todo lo que has perdido. Un día en el que los vecinos recuperaban sus propios coches cortando árboles o sacándolos del barro con cuerdas por la falta de ayuda pública. En definitiva, algo que el martes era un barrio, pasaba a ser el escenario de una película del lejano oeste.

Llegaba el día tres, donde apareció un poco más la luz gracias a los voluntarios, que ayudaron a muchos vecinos a sentir que su hogar estaba más cerca de ser como el pasado martes. Un día donde las calles tienen menos barro, casi los mismos coches patas arriba, y muchas salicornias de plástico de alguna planta de reciclaje que quedó arrasada. Un municipio donde han desaparecido tres puentes que conectan las dos partes de la localidad, que ha perdido por el momento su conexión de transporte público con la ciudad y que esperan la ayuda pública para poder volver a la normalidad. 

Hay muchas formas de decir las cosas pero, con toda seguridad, un ciudadano que tiene que afrontar una situación como ésta no quiere una regañina, como las que los políticos han protagonizado este viernes de Todos los Santos. Empezó por la mañana con el president de la Generalitat, siguió con la consellera Nuria Montes -quien tuvo que pedir disculpas por sus palabras faltas de empatía hacia las familias de los fallecidos- y terminó casi a la media noche con una restricción de movilidad. Un clima en el que los numerosos voluntarios reivindicaron la necesidad de más ayuda tras visitar las zonas afectadas. Poco después, la Generalitat decidió convocar a todos la mañana de este sábado las 7 en la Ciudad de las Artes y las Ciencias para hacer su propia coordinación. Bien si va a ser para mejor, pero basta ya de lecciones morales a quienes han perdido tanto y a quienes intentan ayudar. 

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