VALÈNCIA. Viernes noche, pasadas las diez horas, conseguimos mesa para cenar en un chiringuito a orillas del Mediterráneo. La camarera nos atiende con amabilidad y profesionalidad, su dulce acento nos anima a preguntarle por su país de origen. Isabel es venezolana y como su hermana huyen de su tierra pero allí está su familia sufriendo
VALÈNCIA. Los niños corretean entre las rocas de piedra tosca buscando cangrejos, las madres conversan tranquilas mientras no los pierden de vista, un matrimonio en silencio lee la prensa del día y todos comentan el agobiante calor que está haciendo. Esa es la preocupación en estos primeros días de agosto de la mayoría de españoles que están disfrutando de unos días fuera de su domicilio habitual. Porque decir que no están trabajando sería incorrecto, la mayoría entre viajes, maletas, traslados a la playa o diversas actividades, trabajaban más que durante el año con la rutina acomodaticia.
Y ahí seguimos en esta burbuja que se llama Unión Europea y que no se sabe si estallará por el este de las tensiones rusas, el oeste del Brexit o el sur de la inmigración ilegal e incontrolable. Pero mientras, otra cañita, sorpresa comentarios porque Neymar deja el Barça y cabreo porque el calor es agotador y ni las noches son lo refrescantes que esperamos. Pese a la cantidad de noticias en los medios, de imágenes y vídeos impactantes y de testimonios desgarradores, tengo la sensación de que nos cuesta demasiado sensibilizarnos o empatizar con el drama y la gravedad de la situación de un país hermano como es Venezuela.
Viernes noche, pasadas las diez horas, conseguimos mesa para cenar en un chiringuito a orillas del Mediterráneo. La camarera nos atiende con amabilidad y profesionalidad, su dulce acento nos anima a preguntarle por su país de origen. Isabel es venezolana y como su hermana huyen de su tierra pero allí está su familia sufriendo. Apenas lleva dos meses en España, trabaja ocho horas diarias y no pierde la sonrisa, su familia regenta una farmacia en Venezuela y me confiesa que la han tiroteado y que la situación allí es invivible. No puedo dejar de pensar en ella que ve cada día cientos de turistas extranjeros y españoles que eligen en una variada carta comida y bebida; contempla como las calles de la localidad costera donde reside amanecen limpias tras noches donde los jóvenes disfrutan del ocio y de la tranquilidad de pensar que nada les va a pasar.
La juventud –y toda la sociedad– de un país como Venezuela atraviesa por una situación de caos y de pre-guerra civil por culpa de una clase política que goza incumpliendo la ley, manipulando a sus compatriotas, alimentando el odio a las democracias occidentales y destrozando la vida y la prosperidad de un país que posee una riqueza natural impresionante. Desde la Unión Europea casi miramos hacia otro lado o deslizamos comentarios como el del Secretario de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica y el Caribe, García Casas, cuando dice: “hay sensibilidades distintas, pero la declaración fue acordada por los 28. Tenemos que ir todos al compás, al ritmo que marca el consenso.” Suena hasta melódico, compás, ritmo…y cómo no la palabra mágica: consenso.
Si analizamos la evolución de Venezuela viendo aquella entrevista de la campaña electoral con un Chávez trajeado y poniendo cara de bueno y negando todas las atrocidades que después cometió y su delfín ha continuado –es sorprendente como siempre hay alguien que empeora la situación–, deberíamos preocuparnos, solidarizarnos y sobre todo vacunarnos. El populismo que ha destrozado a Venezuela tuvo su incubadora y su think tank con muchos de los que en la España de 2017 ocupan escaños en nuestro parlamento y pretenden gobernar nuestro país.
El ínclito Chávez llegó a decir –no dejen de ver la breve entrevista del enlace superior– que creía en una política humanista, que se entendería con todos y que respetaría a los empresarios y que la riqueza estuviera en manos privadas. Miren luego las colas y estanterías vacías en toda Venezuela. En política se puede mentir, manipular, engañar y lo más grave: aniquilar los derechos y libertades de una sociedad, de un país, de un pueblo. Aquí en España seguimos preocupados por esas cosas tan sencillas que suceden en las sociedades libres, pero deberíamos también preocuparnos (y mucho) por las voces que siguen clamando por referéndums ilegales, procesos constituyentes y perversas soflamas para “darle voz al pueblo”, cuando sólo quieren darle hambre y terror, eliminando la libertad individual, la seguridad jurídica y la democracia representativa. Ejemplos haylos, y creciendo por desgracia.