NO ÉRAMOS DIOSES. DIARIO DE UNA PANDEMIA #8

¿Y si rezamos?

25/03/2020 - 

VALÈNCIA. Este viento me está volviendo loco. 

La iglesia principal del pueblo sigue abierta. Sorprende y se agradece que el párroco no haya ordenado clausurarla. Todo está cerrado, menos los supermercados, los estancos y las farmacias. Y mi quiosco, mi querido quiosco.

Cada día acudo a rezar a la iglesia de San Jorge. Pido por mis padres, por Begoña, por mi hermano y mi sobrino, por mis amigos, por mi país y por mi tierra. Entro cuando es mediodía y repican las campanas. En la puerta han pegado un cartel dirigido a los feligreses, que recomienda “recurrir fervientemente a la oración”, no caer “en formas irresponsables de alarmismo y pánico” y observar “de manera escrupulosa” las instrucciones de “las autoridades sanitarias”. Debe de firmarlo el arzobispo Antonio Cañizares, pero no estoy seguro.

No me interesa lo que dicen Cañizares y sus obispos.

El templo está hoy vacío, como casi siempre. Me gusta el silencio y fijar la mirada en el altar mayor. En lo más alto está Cristo y a sus pies San Jorge. La iglesia está en obras desde hace meses. Algunas capillas están siendo remozadas. Los obreros han dejado de venir. Hay andamios en los laterales, escaleras, cubos con pintura, manchas de yeso en el suelo. Todo tiene un aire transitorio, de faena a medio hacer.

Alguien abre la puerta. Giro la cabeza y es una mujer mayor. Con la mano que le queda libre (con la otra sujeta la bolsa de la compra) se santigua. Se marcha pronto dejándome a solas con Dios.

Caen ancianos como gorriones

Sigue muriendo gente, muchos ancianos que caen como gorriones, y continúa elevándose la cifra de fallecidos. Mi país está a la cabeza del mundo en estas estadísticas siniestras. Lejos de calmarme, los argumentos de los políticos y los científicos me sumen en el pesimismo. Están tan derrotados como nosotros, e intentan disimularlo en vano. Nadie controla nada, la imprevisión reina por doquier, estamos a merced de un virus maligno y chino.

Si los políticos naufragan, si los científicos se contradicen, si los líderes desaparecen (en el supuesto optimista de que los haya), ¿a quién nos encomendamos? ¿A nuestro Gobierno falsario e inepto? ¿A la torpe OMS? ¿A la moribunda UE? ¿Al niño repelente Mark Zuckerberg?

Es hora de dirigir la mirada a Dios, que es un muerto que goza de muy buena salud, dijese lo que dije aquel loco filósofo alemán. Nuestro destino está, hoy más que nunca, en sus manos.

Soy fatalista: todo está escrito. Nuestra vida es un plan fijado de antemano por alguien externo. Nuestra voluntad no cuenta nada; es una ilusión para reconfortarnos y creer que somos los dueños de nuestro destino. Aceptar esta dolorosa verdad significa haber alcanzado la condición de adultos.

La historia más hermosa

Recemos aunque Dios sea solo producto de la imaginación de los hombres que entran en pánico. Recemos aunque Dios no exista y sólo sea el protagonista de la más hermosa de todas las historias hermosas que se han imaginado. Al fin y al cabo, los seres humanos nos alimentamos de historias, de ficciones. Gracias a ellas sobrevivimos. Y la ficción, no se nos olvide, es más poderosa que la realidad. ¿Quién puede dudar de que don Quijote es más real que la ministra de Hacienda?

Recemos todos en torno a la misma mesa, los creyentes, los agnósticos y los ateos. Recemos por los muertos y por los que morirán, por los que se agarran a la vida en los hospitales, por los médicos, enfermeros y celadores que exponen su vida por los demás. Recemos para que esta pesadilla pase lo antes posible.

Acordémonos de nuestros antepasados; aprendamos de ellos cuando le rezaban a san Vicente Ferrer para que los librase de la peste.

Mi hermano me acaba de llamar para decirme que mi tío Luis está ingresado en la clínica Ruber de Madrid. Mis primos temen por su vida. Rezaré también por él esta noche.

India ha ordenado el confinamiento de sus 1.350 millones de habitantes.

El viento, este endemoniado viento que no cesa. 

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