VALÈNCIA. ¿Cuándo estos hijos de la grandísima me van a permitir ver a mis padres? Es un derecho sagrado que me niegan. Superada la contención de estas ocho semanas de arresto, no puedo calificarlos de otra manera, aunque tenga todo el respeto por sus madres. También podría llamarlos malnacidos, canallas, malvados e impostores. Hoy he atardecido muy hiperbólico y muy feroz.
A las seis de la tarde, el maniquí —ese monstruo de la soberbia— ha presentado el Plan para la Transición hacia la Nueva Normalidad. ¡Qué pomposidad verbal! Cuando uno carece de ideas para sacar al país de la hecatombe, recurre a palabras de hojalata que son carcasas vacías de significado. Es la neolengua con la que nos confunden e intentan amordazarnos.
Nueva normalidad, desescalada, disciplina social… la jerga que nos lanzan cada día como cubos de basura. Palabras que tratan de ocultar una realidad sangrante.
¿Cuándo estos hijos de la grandísima me van a permitir visitar a mis padres, que viven en la Mancha y a quienes no he podido ver desde hace casi dos meses? Es un derecho que me asiste, y me lo niegan como en la peor de las dictaduras.
El reencuentro con ellos se aleja un poco más, siempre unas semanas más, primero marzo, luego abril, después mayo y ahora hasta al menos el final de junio, "si todo va bien", anuncia el presidente pinocho, que ha instaurado un régimen autoritario con el pretexto de la pandemia.
Como era de esperar, el plan adolece de inconcreción porque no aclara, por ejemplo, la fecha del levantamiento de las restricciones para nuestra libertad de movimientos. Me quedo, sobre todo, con que se prohibirá viajar entre provincias.
Para este Gobierno es un gozo prolongar el estado de excepción de manera indefinida. Así tiene las manos libres para imponer unos decretos que no se aceptarían en una democracia que mereciese tal nombre. El último de ellos trata de meter a los jueces en cintura. Siguen además con la idea de que la instrucción de las causas penales sea atribuida a los fiscales, los chicos de la señora Delgado, la que fue ministra socialista de Justicia y bromeaba con el preso Villarejo. ¿Es esto una democracia? Ni siquiera se molestan en disimular las formas. Todo es inquietante y chusco en esta partida de hombres y mujeres que han entrado a saco en nuestros derechos y libertades.
España se desliza hacia una dictadura de apariencias democráticas si la excepción se transforma en la regla.
Después de casi dos meses de encierro, después de tantos miles de muertos y contagiados, después de tanto engaño y tanta incompetencia, se agota la paciencia. Estamos hartos. Ya no nos hace ni puta gracia el Resistiré de los bisabuelos del Dúo Dinámico, ni las palmas de los vecinos tontorrones, ni las sirenas de los coches de la policía y de los camiones de los bomberos. Menos palmas y más protestas.
Del Resistiré hemos pasado al Ya no puedo más del gran Camilo Sesto. Esta canción refleja el estado de ánimo de la media España que se resiste a comprarle sus bulos al Gobierno del maniquí.
No podemos más con el arresto domiciliario. La economía española —hoy se han conocido los demoledores datos del paro del primer trimestre— no puede permanecer paralizada por más tiempo. A cientos de miles de empresas se les acaba el oxígeno para sobrevivir. Un millón de hogares tiene a todos sus miembros en el paro. Regresa el hambre de los peores días de la crisis de 2008.
Antes de conocerse la mala noticia de la tarde, mi madre me lo anticipaba: "No vamos a estar como estábamos". ¡Qué gran razón tenía la mujer! Adiós a un tiempo en que no encontrar mesa libre en un restaurante era un problema un viernes por la noche.
El periodista Michael Robinson ha muerto. También la gente simpática se muere. También se fue José María Calleja y otros compañeros del gremio menos conocidos.
No me acostumbro a llevar la mascarilla. Se me empañan las gafas y no puedo hablar por teléfono. No sé qué haré cuando llegue el calor. Se me están acabando los guantes.
La librería del pueblo me avisa de que ha recibido los diarios de Iñaki Uriarte. Una buena noticia, al fin. La literatura acude siempre a mi rescate cuando todo parece irse al garete. Un libro es la tabla a la que se agarran náufragos como yo.
Mientras haya libros, habrá esperanza.