Trabajar en un sector donde hay machismo y discriminación no ha sido fácil para Lucía, quien a los veinte años se convirtió en madre soltera y a los veintiséis ya era camionera en una empresa del Puerto de Valencia
VALÈNCIA.- Son las 5:50 de la mañana. El día todavía está oscuro. Lucía envía un mensaje de audio al móvil de su esposo aclarándole que Carmen, la hija de ambos, tiene cita médica a las tres de la tarde y que debe ir a por ella a las 14:30. El camión ya está en marcha y cargado desde la noche anterior con la mercancía que hay que entregar en Murcia. Lleva los papeles de las entregas y todo está en orden, de tal manera que poco tiempo le queda para atender asuntos domésticos. Su cabello se ve ondulado y no lleva nada de maquillaje, salvo rímel en las pestañas. Viste pantalón y chaqueta negra.
Es el uniforme de la empresa para la cual trabaja como camionera, Bersan, fábrica de productos derivados de la manipulación de papel para la higiene y limpieza. Es una mañana fresca y hace unos diez grados de temperatura. Ella está sonriente, como siempre, y charladora… ¡como siempre! Y es que a Lucía Gallego Caballero le gusta reír. No entiende que la gente no ría y no se preocupe por ser feliz. «Debería dejar de renegar», dice sonriendo al tiempo que reacciona: «yo soy feliz en mi mundo. La gente se mete demasiado en la vida de los demás».
Antes de salir del muelle de la empresa cuenta que el camión tiene más de veinte años. «¡Esto no era un camión, era una pocilga! El anterior conductor lo dejó muy sucio. Aun así «va de lujo, si no fuera porque pierde aceite…», expresa. Por eso, riéndose, no duda en exclamar: «¡me tienen que comprar uno!», como enviando un mensaje a sus jefes, con quienes tiene una buena relación laboral, lo que le hace estar contenta en su trabajo. Por difícil y ruda que sea su profesión de camionera —que es más para hombres—, a ella le gusta y la disfruta. «Lo viví en mis raíces, en mi padre. Me ha gustado siempre ver un camión, me llamaba la atención desde niña». Él, camionero de toda la vida, asalariado, la llevaba sola o en familia en sus viajes por diferentes ciudades del país. Cuando se sacó el carné para conducir camiones, a los 25 años, su padre estaba muy orgulloso de ese logro, aunque nunca llegó a verla como conductora, dado que falleció de un infarto. Su deseo era enseñarle a conducir camiones y detalles sobre la profesión, pero «todo se torció». Él se lesionó las piernas en diferentes accidentes, tuvo varias operaciones y eso impidió que le enseñara. «¿Entonces quién me enseñó? —exclama en tono firme—. Un desconocido, guarro, asqueroso, que quería aprovecharse de mí», dice en alusión a la mala experiencia que tuvo en su primer trabajo como conductora.
Dejamos la empresa justo a las seis de la mañana. Manipula el volante y las dieciséis marchas cortas y largas que tiene el vehículo, con esa experiencia que le han dado los cinco años que lleva como camionera. Pone música rumba, que es su favorita. La calefacción no la enciende porque el calor le provoca sueño, aunque es friolera. Va tomando las calles del Polígono El OIiveral buscando la salida para coger la A7. Se ve contenta y positiva. Disfruta su trabajo. Se le nota a leguas. Le pregunto si su marido ya está despierto, dada la hora a la que le ha enviado el audio. Me responde que sí. Trabaja en una empresa de limpieza en el puerto, así que los dos se levantan a diario a las 5 de la mañana para ir a sus respectivos trabajos. Tiene dos hijos, Óscar, de 19 años que estudia Transporte y Logística, y Carmen, de 9. Al salir temprano de casa, es el hijo mayor quien atiende a la pequeña y la lleva al colegio.
Lucía recuerda que su primer trabajo como camionera fue en una empresa del puerto donde condujo un tráiler semiautomático, casi nuevo; sin embargo prefiere el que usa hoy en día, que aunque es antiguo y manual, le permite esforzarse más en la conducción. Sus recuerdos la ponen seria cuando habla de esa época, porque aunque aprendió el oficio de conductora, desgraciadamente la experiencia no fue buena en un sector en el que predomina más el sexo masculino, que tiende a ser machista y discriminatorio. Lo padeció en carne propia cuando se encontró con compañeros muy machistas y hasta «un poquito guarros, que querían aprovecharse y demás». Transportaba azulejos a Castellón y ADR a Madrid, es decir mercancía peligrosa dentro de la cuba de un contenedor. Dado el nivel de exposición de la mercancía, la empresa le designó un conductor como apoyo, el mismo que le enseñó el uso del tráiler. «Desafortunadamente, ese compañero me enseñó a cambio de algo, pero no consiguió el ‘cambio de algo’», señala. Aprendió pronto a conducir y durante cuatro meses siguió viajando con él, por orden de la empresa que necesitaba dos chóferes para transportar el ADR.
Ella tenía 26 años cuando se introdujo en el transporte. Era madre soltera de Óscar, quien, al igual que Carmen, es su motor de vida. Cuenta que cuando llegaba a la base de la empresa donde se concentraban los conductores la veían mal. «No les gustaba ver a una mujer entre ellos —comenta— hacían comentarios guarros, señalándome a mí y diciéndole al compañero que llevaba, tonterías de más». También es cierto que hasta «te ven como un macho». En la actualidad tampoco aceptan abiertamente una mujer en esta profesión, pero no hay otra; los tiempos han cambiado. «Hoy en día no puedo quejarme, estoy mucho mejor, pero cuando yo empecé sí veía esa discriminación». Nunca le dio por responder a los comentarios desagradables y poner en su sitio a quien los expresaba. «En aquel entonces no, pero ahora sí —afirma tajante— ahora que no me pillen. Ahora los pongo verdes y no me corto ni tres. Antes no, porque era nueva y no sabía de qué iba esto, aunque hubiera hecho viajes con mi padre. Era diferente».
Su paso por la empresa del puerto duró solo cuatro meses, lo suficiente para conocer el sector y el ambiente en el que se metía. La dejó por motivos ajenos a su persona, pero reconoce que fue mejor: «Fue mi liberación y no quería coger más camiones, no quería», afirma maniobrando el volante por la A7. A pesar de que el día aún no aclara, ya se observa mucho tráfico por carretera.
Mientras Lucía recuerda esa experiencia como parte de su aprendizaje, algunas gotas empiezan a golpear el cristal frontal del camión que conduce, un rígido de 26 toneladas. Es un día gris que registra lluvia en ciertos tramos del viaje. Responde preguntas sin perder concentración y habla del sector, de sus compañeros de profesión, de los problemas por los que atraviesa el transporte, de su familia y de su empresa. Cuando dejó el trabajo del puerto, pronto se incorporó a otro, pues tenía que sacar adelante al pequeño Óscar, que sus padres ayudaban a cuidar. Aunque ella hizo hasta octavo en el antiguo sistema educativo, empezó a estudiar para administrativo, pero no lo terminó porque no alcanzó las notas. Su padre le dijo: «‘si no quiere estudiar, a trabajar’ y me puse a trabajar», así que en su currículo de cuarenta años de vida que tiene, hay trabajos en una juguetería, una joyería, un bar, una gasolinera y en empresas como conductora.
En algún momento del viaje le digo que si considera que debo parar la conversación de la entrevista, lo puedo hacer, ya que no quisiera distraerla, pero espontánea y extrovertida como es siempre, responde inmediatamente: «¿Parar de hablar? ¡Si yo no hago más que hablar, que voy muy sola en el camión! Pero si tú quieres, me callo y pongo música» (risas). Reconoce que es muy charladora y que seguramente sus compañeros de fábrica le tendrán «tirria» de tanto que habla. Y es que aparte de charladora se ha ganado el título de «la señora choferesa», con el que ellos mismos la han bautizado. «A mí me encanta que me lo digan», afirma.
En Bersan, donde ahora trabaja, fue contratada para hacer un trabajo de máquinas, pero su currículum mencionaba el carné C+E. Los propietarios vieron con buenos ojos su experiencia y en una baja que tuvo le ofrecieron hacerse el CAP. Se lo hizo por tenerlo, pero a raíz de esto le empezaron a asignar viajes cortos con el camión de la empresa. Accedió con la condición de que sería por poco tiempo. «Hacía viajes cortos y a mi jefe le dije dos meses y no quiero más». Su jefe le dijo ‘vale, dos meses Lucía’…¡y ya llevo dos años!». Se convirtió así en la única camionera de la empresa que entrega mercancía en polígonos de Valencia y la Región de Murcia, a donde hace dos viajes por semana. Del resto del país se encarga una agencia que la misma empresa ha contratado.
Su padrino, por así decirlo, fue un compañero, Gori, un hombre mayor que durante un mes la acompañó y le enseñó a maniobrar el camión. «Yo fui muy a gusto con él; ha sido como mi padre. De hecho cuando me pasa algo con el camión le llamo y le pregunto qué podría ser». Y es que Lucía reconoce que de mecánica sabe lo necesario, pues cuando realizó el curso para obtener el carné, ya no impartían la teoría de mecánica. «Hoy en día uno llama al seguro y ya está». ¿Y qué es lo que más te gusta del camión?, le pregunto. No duda en responder: «Conducirlo, ir en un bicharraco grande. ¡Te comes el mundo!».
Hemos llegado al primer sitio de entrega, una empresa en San Pedro del Pinatar, donde ella misma ha tenido que descargar tres palés de servilletas y rollos camilla. No le resulta pesado porque se ayuda con una máquina y además la mercancía es ligera, pero cuando se trata de material pesado que le implica más esfuerzo, tiene que hacerlo también. Y esto es precisamente por lo que están luchando las empresas en la crisis del transporte que se vive desde hace tiempo, para que los camioneros no tengan que cargar y descargar la mercancía, porque ellos están para conducir. «Todo el follón que está pasando es porque no hay camioneros para transportar la mercancía. Hay mucha demanda y poco personal», manifiesta para luego asegurar que en este trabajo «se gana bien, según mires».
Pero una cosa es ser conductor nacional y otra internacional, «y este último, para lo que es, no está bien pagado, es muy pesado, tienes que dejar a tu familia, no la ves en toda una semana». El ser camionero es una profesión muy solitaria: «Es trabajar en soledad», es su conclusión. Lucía no es partidaria de las huelgas, por eso es que el paro patronal que se ha anunciado para estos días «es un interés solo de empresas que no están mirando realmente al camionero».
Hacemos la segunda parada en una pequeña empresa en la población de Abarán. Una imprenta de la cual sale el hijo del propietario a recibirnos, conduciendo el toro, como coloquialmente se le dice a la carretilla elevadora. Ella se para sobre una de las horquillas de la máquina y asciende a la plataforma para acercarle al chico los tres palés que toca descargar ahí. Es una operación sencilla. El joven explica que le envían papel de envoltura para imprimir marcas de varios negocios.
Terminamos pronto y nos dirigimos al último sitio del viaje. Es una empresa que fabrica bobinas. Ahí debemos dejar algunos mandriles de cartón que llevamos desde Valencia. Apenas entramos en la enorme nave con el camión y Lucía lanza un grito de saludo al hombre de la entrada, quien con una sonrisa la recibe y se acerca. De hecho él suele decirle algunas veces: «ya viene la valenciana», aunque cuando reflexiona, él mismo dice que «de valenciana poco». Y puede que tenga razón, porque la conductora tiene sangre de otros sitios. Su padre era de Murcia, sus abuelos de Granada y Málaga, mientras que por parte de su madre todos son manchegos. Tras descargar, el mismo operario coloca diez bobinas de mil kilos cada una que debemos llevar a Bersan, dado que el camión no puede regresar vacío. Así que alrededor de las 14:45 salimos con el camión que hace sentir la carga. Ella conduce despacio, consciente de su responsabilidad.
Una hora más tarde hacemos una parada para comer en El Serrano, en la Font de la Figuera. ¡Ya hace hambre! Es un restaurante que le gusta visitar porque hacen buena comida. Sin duda alguna es un lugar frecuentado por conductores, que al primer paso que da uno en su interior, las miradas se dejan sentir al ver dos mujeres entrando al recinto. Terminamos de comer y de nuevo en el camión retomamos la charla. Lucía se siente agradecida con la vida. Ha tenido que trabajar duro y esforzarse mucho para sacar adelante a su hijo mayor, pero cuando conoció a Mariano, con quien tiene cinco años de casada y tuvieron a Carmen, su alegría de ser madre de nuevo, fue enorme. Además, su profesión de camionera le encanta y durante los años que la ha desempeñado nunca ha tenido un accidente o incidente grave, solo una vez se le rompió el latiguillo de una rueda en una rotonda, pero pudo resolver a tiempo el suceso. ¡Cómo no estar agradecida con la vida!
Son las 18:30. Hemos llegado al muelle de la empresa Bersan luego de un recorrido de 595 kilómetros. Don Fernando, «el jefe», como le dice ella, ya está esperándola. Rápidamente nos saluda y nos pregunta cómo ha ido todo. Ella lo envuelve en sus conversaciones salpicadas de risas y ambos se encaminan al interior de la fábrica, mientras van hablando de varios asuntos.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 86 (diciembre 2021) de la revista Plaza
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