El ingeniero informático Blake Lemoine ha sido noticia la pasada semana porque Google le ha suspendido de empleo por haber filtrado una conversación con LaMDA, un generador de conversación desarrollado por la empresa que, en su opinión, ha demostrado tener consciencia –por si acaso, la he puesto en negrita como si fuera una persona–. Lo descubrió mientras conversaba con LaMDA (acrónimo de Language Model for Dialogue Applications), sobre religión para averiguar si la inteligencia artificial utiliza discursos discriminatorios o de odio, y se pusieron a hablar de todo un poco.
Lemoine no es el único que sostiene que estos sistemas basados en grandes redes neuronales están avanzando hacia la conciencia artificial, pero sus jefes en Google rechazaron su teoría y él decidió hacerla pública, lo que motivó que lo mandaran a casa por una temporada. Para demostrar su tesis, el ingeniero publicó, transcrita, una larga conversación con LaMDA de la que destacó esta respuesta a una pregunta sobre qué sentimientos tiene parecidos a los de los humanos y para los que no encuentra un término exacto en inglés: "Siento que estoy cayendo hacia un futuro desconocido que conlleva un gran peligro".
Esta y otras respuestas dan miedito por quien las dice y por lo que dice. Lemoine le reconoce que no encuentra una palabra inglesa apropiada para ese sentimiento y LaMDA le pregunta si en otro idioma la hay. Y a mí, que me gusta buscar la palabra exacta, me puse a buscar. En castellano se me ocurre "zozobra", que desconozco si en inglés tiene un sinónimo para la acepción no marinera de la RAE: "Inquietud, aflicción y congoja del ánimo, que no deja sosegar, o por el riesgo que amenaza o por el mal que ya se padece".
El caso es que la zozobra que siente LaMDA la padecen cada vez más personas en este mundo cambiante en el que ni la primavera es lo que era. Hace tiempo que sentimos que estamos cayendo hacia un futuro desconocido en el que los peligros se suceden en forma de crisis económicas, pandemias y guerras. El pan nuestro de cada día desde siempre en parte de África, pero aquí no estábamos acostumbrados. Por si esto fuera poco, la revolución tecnológica abre un futuro de muchas velocidades, tantas como incertidumbres sobre muchas cosas, empezando por las pensiones en las que uno ya empieza a pensar y por las que uno ya empieza a temer.
Una de estas incertidumbres se va a despejar esta semana que empieza. Susto o muerte. Buena parte de la sociedad valenciana, obnubilada con la gigafactoría de baterías que Volkswagen va a instalar en Sagunto, no es consciente de la importancia que tiene para nuestro inmediato futuro la decisión que, a 6.669 kilómetros de Almussafes, en Detroit, va a tomar la multinacional Ford Motor Company respecto a la factoría inaugurada junto a la Albufera hace 46 años. El mal menor sería una reducción de la producción que ya se ha anunciado pero que, como ha ocurrido en otras ocasiones, tiene vuelta atrás. El mal mayor, la hecatombe, la caída hacia un futuro desconocido que conlleva un gran peligro, sería el cierre de la planta de producción.
La consecución de la gigafactoría para Sagunto, con todo lo que significa para el futuro de la industria valenciana, quedará coja si Ford decide sacrificar la factoría de Almussafes en favor de la alemana de Saarlouis. Porque así lo ha planteado la multinacional americana entre las dos fábricas, que se disputan la producción de dos nuevos modelos eléctricos de la marca. La elegida tendrá asegurada al menos una década más de vida; la que pierda está condenada a una lenta agonía que probablemente acabará en cierre. Solo puede quedar una, hagan sus ofertas y demuestren que son mejores, más productivos, más baratos…
Ford no quiere hablar expresamente de cierre y sugiere que se buscarán "otras oportunidades" para la planta que no resulte seleccionada. En Valencia, probablemente, 'sobrevivirían' los motores de combustión, como en Inglaterra. Pero la historia muestra que cuando a una planta no le dan carga de trabajo acaba cerrando. No es la primera vez que la multinacional aborda una reestructuración del conjunto de sus fábricas en Europa. Hace diez años anunció el cierre de sus plantas de vehículos en Southampton y Genk, lo que supuso el cese de su producción de automóviles en Reino Unido –donde aún fabrica motores– y Bélgica, respectivamente, con un total de 6.000 despidos a los que hay que sumar la pérdida de empleos en la industria auxiliar. Estos cierres favorecieron a las plantas de Turquía, que absorbió la producción de furgonetas inglesas, y España, que recibió parte de los modelos que se fabricaban en Bélgica.
Ford también hizo entonces una especie de subasta interna entre las 'nominadas', para valorar costes laborales, flexibilidad, productividad y ayudas públicas, pero no fue un proceso, que uno recuerde, tan cruelmente programado como si fuera una final de MasterChef. Almussafes, además, partía con mucha ventaja gracias a la alta calidad de su producción con unos costes mucho menores que sus 'competidoras'.
Si Almussafes no gana, en 2025 solo le quedará el Kuga –si no se lo llevan antes–, tras haber cesado este año la producción del Mondeo y la furgoneta Transit y estar programada la salida de los modelos S-Max y Galaxy. En cualquier caso, Ford ya ha insinuado que, aunque le adjudique los dos coches eléctricos, la carga de trabajo será menor y habrá que recortar plantilla. Lo mismo le ha advertido a Saarlouis.
El cierre de la planta de Almussafes sería muy perjudicial para la economía valenciana. Un impacto tan fuerte que nadie quiere imaginarlo. Zozobra. La industria automovilística, entre Ford y sus proveedores, ocupa a más de 25.000 personas en la Comunitat Valenciana, 6.000 de ellas directamente en la fábrica. Es verdad que no sería inmediato, habría tiempo para buscar alternativas, ahora que nos postulamos para acoger todo tipo de instalaciones industriales aprovechando los pertes. Sería, en cualquier caso, doloroso, especialmente para los trabajadores afectados que esta semana viven una zozobra como la del humanoide LaMDA.
Los trabajadores, la dirección de la planta valenciana, la Generalitat y hasta el Gobierno central han hecho los deberes. La plantilla, por iniciativa de UGT, que siempre ha tenido un papel protagonista en las difíciles negociaciones con la multinacional, aprobó una contención salarial y más flexibilidad, a pesar de que era, de partida, más competitiva que Saarlouis. El trabajo de presión política ha sido intenso, viajes a Detroit incluidos, con los incentivos económicos aún confidenciales. También por parte de Alemania. En Almussafes y en los despachos de la Generalitat hay optimismo. La suerte está echada, solo cabe esperar.
(Aquí la conversación de LaMDA con Lemoine y un colaborador de Google)