ALICANTE. Todavía existen episodios de nuestra historia reciente que desconocemos. Momentos, nombres y lugares que nos son extraños. Guillermo Sendra regresa a la literatura, como siempre con historias punzantes y sorprendentes, con su quinta novela, Sepulcros Blanqueados. Se trata de un thriller donde el autor nos presenta un inquietante crimen en las postrimerías del franquismo. “Con 18 años gané mi primer premio de relatos cortos, posiblemente motivado por mi afición a la lectura”, comenta el escritor. Ese chispazo de alegría fue el primero, al que le siguieron unos cuantos más hasta llegar al presente. “Siempre digo que la lectura y la escritura son amantes que van de la mano. Luego, pues lo que suele pasar, la carrera universitaria y el trabajo de abogado me obligaron a dejar de lado la escritura, hasta que hace unos 12 años retomé en serio esta afición con la firme idea de publicar. Y hasta ahora”, sentencia Sendra.
La literatura tiene algo magnético, y el policiaco es quizás el género más en boga. “La escritura es para mí una válvula de escape de emociones y sentimientos. Es una especie de dialogo con uno mismo donde introduces intencionadamente temas que afectan a la dualidad humana, como el amor y el odio, la vida y la muerte, la esperanza y el desasosiego”, reflexiona el escritor. La literatura crea mundo, mejores o peores, reflejos de las inquietudes del propio creador. “La escritura me permite crear personajes, imaginar situaciones, pergeñar historias. El escritor se convierte en una especie de destino caprichoso que incide sobre las vidas de unos personajes inventados que suelen ser reflejo de vidas reales”, señala.
Sendra ha abordado temas como el mundo de la prostitución en su novela, Sin alma en Concierto para silencios ausentes en mi menor, trata de asesinatos espeluznantes con jóvenes muertos con una hoja de poesía en la mano. Y ahora un asesinato de un prelado. “Crecí leyendo los relatos de Edgar Allan Poe y de Sir Arthur Conan Doyle y viendo películas de cine negro, como Los Sobornados, El sueño eterno, El halcón maltés, El tercer hombre, Sed de Mal, y especialmente películas de abogados como Testigo de cargo o Anatomía de un asesinato”, apunta. Viendo todo ese cine no es de extrañar su querencia hacia el noir. “Me encanta esa atmósfera única y visual de los thrillers , donde la tensión atrapa al lector, quien, de una forma u otra, es un partícipe más de una trama que le estremece, le angustia o le sobresalta ; donde se le reta a desenmarañar un misterio antes de serle desvelado”, dice.
Los investigadores desfilan por diferentes escenarios como camposantos, y descubren lugares aberrantes como el campo de concentración para homosexuales de Tefía en Fuerteventura, llamada Colonia Penitenciaria Agrícola, un lugar desconocido por muchos. “Un simple artículo de prensa recabó mi atención”, señala Guillem. “A partir de ahí una ardua labor de documentación me lleva a conocer el testimonio-denuncia de diversas personas que, por el mero hecho de pertenecer al colectivo LGTBI, sufrieron el infierno de Tefía”, explica sobre sus indagaciones. “Otros muchos homosexuales fueron encarcelados en módulos independientes de prisiones como las de Carabanchel, Valencia o Badajoz. Lo que más me sorprendió de la historia de Tefía, no fue la crueldad o las condiciones extremas que sufrieron los homosexuales allí recluidos, sino el hecho de que nadie conocía de su existencia; y entonces me pregunté ¿cuantas tragedias habrán habido que se nos han ocultado?”, apunta.
Una ficción puede convertirse en el mejor vehículo para contar una historia real como marco. “Podría decirse que el asesinato del obispo me sirve de excusa para desvelar algunas de las muchas historias trágicas que fueron acalladas por el régimen franquista. Pretendo, con ello, reivindicar las injusticias de una época negra e impune de la historia de este país”, comenta. El trabajo de campo para documentar el libro habrá sido largo, a veces tedioso y otros sorprendente. “Tras imaginar la trama en mi cabeza me comprometí a visitar la mayor parte de los lugares que menciono con el fin de ser lo más fidedigno posible en sus descripciones. Y lo cierto es que ese viaje iniciático enriqueció mucho la novela, pues surgieron nuevas perspectivas y nuevas historias”, señala. Estar en los lugares siempre ofrece una visión mucho más amplia e impregna de cierto espíritu de lugar. “Tengo que destacar el tour turístico que realicé, acompañado por mi pareja, por los cementerios que se relacionan. Quería que los camposantos fuesen un protagonista más de la trama, que tuviesen un papel predominante, y para ello debían ser el hilo conductor entre los distintos acertijos; cada cementerio guarda una historia, y cada tumba revela un secreto”, apunta.
En ese peregrinaje algunos lugares marcaron al escritor. “Recuerdo que quedé deslumbrado por el cementerio de Poblenou, en Barcelona y, cómo no, por la inefable y conmovedora escultura del Beso de la Muerte, para cuya descripción precisé de varios capítulos. Poblenou es una especie de torre de Babel de la cultura funeraria, donde conviven símbolos masónicos, religiosos, celtas o egipcios. Una visita que también me impresionó fue a la leprosería de Fontilles; en un principio solo quería visitar el pequeño cementerio donde están enterrados los enfermos de lepra y las monjas que fueron muriendo con el tiempo; regresé varias veces, pues con cada visita descubría nuevas facetas; ahora es un lugar decadente pero que aún guarda vestigios de lo que fue”, recuerda.
Quizás Fontilles sea uno de los lugares más desconocidos que tenemos en Alicante. “Un lugar único con todos los servicios, teatro, pabellones por sexo, residencias para matrimonios, enfermería, laboratorios, iglesia, incluso una cárcel, todo ello en un recinto encerrado entre murallas por miedo al contagio; un lugar para vivir por siempre”. Al principio del libro el autor afirma que todos los datos son reales, cuesta créelo. “Naturalmente el asesinato es pura ficción, pero los datos y las historias que rodean la trama están documentados”, aclara Sendra. “Es más, incluso puedo afirmar que en ocasiones me he visto obligado a suavizar la historia real por temor de que no fuese creíble para el lector. Lo que se suele decir: la realidad supera a la ficción”.
La documentación en esta novela es muy interesante, no solo habla de la trama del asesinato, sino que también sirve en cierta medida como viaje al pasado. “Mi intención, cuando comencé a escribir esta novela, era justamente la de desenmascarar hechos trágicos, darlos a conocer, lo que me obligó a informarme y a documentarme. De ese arduo trabajo de información surgen los datos sobre los “húmedos” o miembros de la Unión Militar Democrática, organización militar clandestina opositora al franquismo; o la represión de la Brigada Político-social en la ciudad de Valencia; o las mujeres rapadas, purgadas con aceite de ricino y procesionadas como castigo por ser simpatizantes de la República”. Una serie de datos que ponen los pelos de punta en algunos casos. “Yo aconsejo al lector que según vaya avanzando en la lectura fuese verificando los datos y las historias en internet, o incluso que visitase virtualmente los lugares reales que aparecen en el libro, como los cementerios, o la Lonja de la Seda, o el campo de concentración de Tefía, no para corroborarlos, sino para enriquecer y completar su apreciación personal sobre esas historias y lugares”, explica.
En las tres primeras páginas ya da un golpe de efecto: un hombre muerto con una inscripción en la frente. “La explicación es sencilla. Mi novela anterior, La Locura del Viento, de género histórico, me ha dado muchas satisfacciones, pero también me supuso un gran trabajo documental y un enorme desgaste intelectual, por lo que decidí que en mi siguiente novela disfrutaría del relato dando rienda suelta a mi imaginación”, dice el autor. Esa imagen causa un gran impacto, y ardes en deseos de saber más. “Qué mejor inicio que mostrar en el primer capítulo, como tú dices, el cadáver de un obispo con una extraña inscripción de sangre en su frente: la primera prueba o acertijo que debe resolver el lector. Imaginé plantear el desarrollo de la novela como una partida de ajedrez entre el asesino y el lector, en el que cada movimiento condiciona la estrategia del oponente”, apunta. Las intrigas de la iglesia siempre han servido como fuente de inspiración para muchas historias.
“Por mucho que inventes, siempre te quedarás corto”, dice Sendrá. “La Iglesia en sí es un enigma, una fuente de elucubraciones; es tal su grado de secretismo, de ocultismo y de maquinación, que genera una atracción magnética, una curiosidad malsana para quienes observamos desde fuera tanta grandilocuencia”. La iglesia es muy novelesca. “De ahí el título de la novela. Porque nada es lo que parece. El libro contiene diversas explicaciones al ritual eclesiástico que pueden resultar curiosas para el lector; y también se hacen referencias a episodios papales poco piadosos”, afirma el escritor.
Sucede en 1975 y retrata muy bien la época; la incertidumbre por el futuro por la posible muerte de Franco, el programa Estudio 1, La casa de la Pradera o La marcha verde. “En 1975 tenía escasamente 9 años, por lo que la novela no contiene experiencias o recuerdos autobiográficos”, dice. “Pero quería que el contexto fuese lo más fidedigno posible con la finalidad de que el lector de cierta edad, que vivió aquella época, se viese reflejado en ella y le aflorasen imágenes y recuerdos. De ahí que utilice por sistema y como un recurso literario, la reproducción de las noticias --reales-- del momento, bien por referencia a los periódicos o a los noticiarios emitidos por la radio o la televisión públicas”, comenta.
No solamente hay noticias, una de las partes importantes es la cultura de aquellos años. “Para recrear ese contexto histórico tuve que bucear en las hemerotecas del mes de octubre de 1975, para conocer los programas de televisión que estaban siendo emitidos por aquel entonces o los discos que más se oían o las películas que estaban en cartelera en ese momento dado”. Una forma de introducirnos en la historia, como hacen series como El Ministerio del Tiempo. “Todo para generar en el lector una atmósfera de nostalgia, de reavivar sus recuerdos; que el lector, al llegar a un concreto capítulo, se revuelva en su asiento al recordar que él también, en aquel año, vio en el cine la película El exorcista o que bailó en los guateques la canción “Saca el güisqui cheli”.
Gálvez y Velarde son los investigadores del caso, Velarde es un inconformista y comprometido y Gálvez un conservador, dos perfiles diferentes, como por ejemplo en La isla mínima. “Son personajes antagonistas pero que se complementan y que, a la vez, representan a la generalidad de la ciudadanía de aquel momento”, dice. Dos personajes con los que viajas hasta el final de la historia. “Gálvez es un trozo de pan, algo arcaico, simplón, que teme los cambios, un policía de la vieja usanza que sabe nadar y guardar la ropa al mismo tiempo. Velarde es el reflejo de la España moderna y preparada que quiere avanzar, dejar tras de sí la dictadura y pasar página, que no le gusta la realidad de opresión y represión que le rodea”.
Las parejas protagonistas funcionan muy bien en las historias, son contrapesos, aliados pero a veces enfrentados en sus posturas. “Como he dicho al principio, intento en mis novelas explorar la dualidad de la condición humana, y ambos protagonistas representan las dos caras de la misma moneda: el idealismo y el pragmatismo, el inconformismo y la mansedumbre”. Gálvez y Velarde nos recuerdan a muchos personajes. “Imagino que cuando preguntas a quiénes se asemejan es porque te ha venido a la mente la pareja formada por Don Quijote y Sancho Panza; salvando las distancias, es cierto que ambas parejas comparten cualidades; tanto Gálvez como Sancho son la voz pausada y prudente que contrasta con el espíritu mucho más impulsivo de sus respectivos acompañantes”.