Iba por TVs recitando listines telefónicos enteros y publicó decenas de libros para aprender a memorizar, Harry Lorayne, que acaba de fallecer, hizo de la memoria su forma de vida en el mundo del espectáculo, pero lo interesante es el porqué. Su padre le daba palizas por sacar malas notas, que no podía mejorar por su dislexia, y Lorayne se refugió en aprender a memorizar para mejorarlas. Cuando su padre se suicidó, se quedó en extrema pobreza y, de nuevo, empleó la memoria para ganarse la vida con trucos de magia callejeros basados en recordar
VALÈNCIA. Esta semana ha pasado completamente desapercibida en España la muerte de Harry Lorayne, un personaje realmente singular. Desde luego, con mucho más interés que muchas personalidades del universo anglosajón que fallecen y aquí hacemos funerales de estado en las redes sociales. La relación de Lorayne con la televisión estuvo marcada por sus múltiples apariciones en programas de entretenimiento, entre ellos el clásico Ed Sullivan Show o The Tonight show, donde salió más de doscientas veces realizando exhibiciones memorísticas.
Tenía muchos libros publicados sobre cómo entrenar la memoria y los jaleos que montaba en los platós eran impresionantes. Era capaz de recordar el nombre de todos los asistentes del público. También recitaba listines telefónicos enteros. Retaba a los asistentes con pagar mil dólares si no era capaz de recordar el nombre de alguno de ellos, pero lo más interesante de todo era cómo había llegado hasta allí y por qué se dedicaba a eso.
En una entrevista llegó a manifestar que sus padres eran "pobres profesionales". Aparte de las privaciones, creció en un entorno en el que sufrió malos tratos vinculados a su rendimiento académico. Como tenía dislexia, sus notas eran bajas en una escuela con modelos anacrónicos y, al llegar a casa, su padre le daba palizas. Ahí se forjó el personaje. El niño, atemorizado y harto de recibir golpes, decidió refugiarse en la memoria para tratar de salvar la papeleta en el colegio. Fue a la biblioteca y cogió volúmenes sobre entrenamiento de memoria del siglo XVIII. Lo que más le llamó la atención fue cómo los oradores de la antigua Roma empleaban "loci" o puntos de referencia para recordar largos pasajes. Así logró mejorar las notas.
Eso sí, como ocurre con los maltratadores, su padre no dejó de pegarle por otros motivos. Siguió así hasta que se suicidó cuando Lorayne contaba con 12 años. Ahí la familia fue a la ruina y de nuevo volvió a aparecer ese factor tan cinematográfico de toda esta historia. Para salir adelante, volvió a recurrir a su viejo truco, la memoria. Robó unas botellas de leche para, con el dinero del casco, comprar una baraja de cartas y se puso a emplear su memoria en trucos de magia. Abandonó la secundaria y no le fue mal.
En los años 40 comenzó a actuar y en los 50 ya estaba circulando por las televisiones locales y los clubes de Lower East Side. Luego triunfó en la televisión porque a su capacidad para recordar había que añadir su forma neoyorquina de hablar a toda pastilla, lo que completaba el espectáculo haciendo que fuera aún más admirable.
El New York Times contaba en su obituario cómo asombró al mundo con sus reglas mnemotécnicas para memorizar. En un primer programa, donde se aprendió el nombre de centenares de asistentes, cuando luego explicó cómo era capaz dijo que se imaginaba ideas y las asociaba con los nombres y con las caras. Por ejemplo, de un caballero llamado Theus, le dio la vuelta a su nombre pensando en EEUU y dibujó mentalmente un mapa de Estados Unidos en su nariz y rasgos faciales. Solo con eso, en cuanto le volvió a ver la cara, supo que era Theus, inequívocamente.
También solía mencionar pueblos en latitudes exóticas, contestaba a preguntas sobre los Oscar acerca de los más mínimos detalles de su historial, se sabía de memoria dinastías chinas... Así fue cómo en los años 70 le cayó el mote de "El Yoda de la memoria". Eso sí, siempre dijo que la memoria tenía que ver solo con la memoria, no con la inteligencia.
Presumía de que, en toda su carrera, con su truco más habitual, haciendo giras por platós y por pueblos, al final había llegado a recordar los nombres de veinte millones de personas. Siempre dijo que no había inventado nada, que ejercitar la memoria se hacía desde el mundo clásico, pero su técnica le sirvió no solo para girar por todo el país en el mundo del espectáculo, sino para publicar numerosos libros y relacionar sus métodos con estrategias empresariales o formación para directivos. Todo esto además de publicar la revista de magia, Apocalipsis.
Como ha resaltado el Washington Post esta semana, Lorayne también tuvo una labor menos visible en la que, entre bastidores, ayudaba a los actores y artistas a recordar sus guiones en el mundo del cine.
Personalmente, no hay nada del personaje televisivo que me llame especialmente la atención, tan solo que no recuerdo este show en nuestras pantallas y somos tendentes a copiarlo todo. Mentalistas, teníamos a Anthony Blake, pero de lo que ejercía era de vidente. Famoso fue el espectáculo que montó introduciendo el número de la lotería en una caja fuerte del Centro Comercial La Vaguada en Madrid. En lo único que coincide con Lorayne es en que luego también se dedicó a ser coach, pero ahora tampoco era para memorizar nada, sino para superar el estrés y la ansiedad.
Lo realmente interesante de la historia de Lorayne, que llegaría lejos, como digo, si viniese contada en una película de sobremesa, es cómo un chaval con una discapacidad logró salir adelante por sí mismo con una proeza como acudir a una biblioteca a por la solución. Es, sencillamente, bonito.