Es un guionista y actor de éxito que se hizo rico y popular con su trabajo, no cabe duda. Pero la forma de conseguirlo fue muy diferente a lo habitual. Trabajó con sus chistes, no con los que un estudio de mercado asegura que van a funcionar. Es más, muchos de los diálogos de Curb your Enthusiasm eran improvisados. Si no vuelve a las pantallas perderemos un talento de la Inteligencia Humana, la que ya fue sustituida por la Inteligencia Mercantil, que es de la que aprende la actual Inteligencia Artificial.
VALÈNCIA. Es bastante habitual que los espectadores tengan mitificado el concepto de final de una serie. Tienen que acabar en alto, con algo simbólico y espectacular que justifique las horas ahí metidas. La irritación con el famoso final de Los Soprano, que dejaba la puerta abierta a pensar lo que uno quería, fue una buena prueba del estado de la cuestión. Se necesitan desenlaces racionales, explicaciones, justificaciones a todo lo anterior. Es curioso cómo la figura de la ambigüedad incomoda.
Con Curb your Enthusiasm ha pasado algo similar. Se supone que la serie ha acabado en esta temporada, aunque quién sabe, y se exigía un final a la altura. Personalmente, no me ha parecido un gran final. [Dentro destripe] Una mera recopilación de buenos chistes del pasado, pues ya ves tú qué ocurrencia [Fuera destripe] Se nota el desdén de Larry en darle un desenlace ceremonioso a su criatura.
Para final emotivo, el de Richard Lewis, que actúa en una condición física muy debilitada y que murió este año, en febrero, después de varias operaciones de corazón y un diagnóstico de Parkinson. Su presencia en esta última temporada, sabiendo que había muerto en el momento de ver los episodios, da mucha pena. Aparte, si eso importase, su personaje era, ante todo, entrañable. Por no mencionar los chistes que incluyen en estos capítulos sobre quién le deja qué a quién en el testamento.
En su conjunto, una pena. Porque, si esta serie no vuelve, perder a Larry David es perder un referente. Son veinticinco años de un humor en absoluto complaciente. En España quizá no podamos pillar todos sus matices, pues se basa en el contraste de situar a un judío de Brooklyn en el país de las sonrisas, California. No se me ocurre un equivalente ibérico.
En conversaciones informales he discutido sobre si sería un madrileño en Catalunya, o en Barcelona, mejor dicho. Sin embargo, el madrileño puede tener un tono parecido a las calles de Brooklyn, que sin duda tiene Larry, y no encaja en una sociedad más ordenadita como es la barcelonesa, según los estereotipos más básicos, pero en mi opinión la personalidad catalana se parece más a la de Larry cuando exige esa especie de orden en las pequeñas cosas, de donde parten luego casi todas las tramas.
En todos esos guiños hemos estado perdidos, pero en los demás, no. La magia de esta serie estaba en la personalidad, en no poderse comparar a ninguna otra. No la hay porque nace de un talento insobornable y, encima, buena parte está improvisada. ¿Cómo podemos definir esto? Pues como fruto de la expresión humana. Ahora la gente se hace cruces con la Inteligencia Artificial, pero el arte popular que vemos en los medios y plataformas no es otra cosa que la expresión del mercado. Tiene un diseño –muy noble- pensado para la obtención de beneficios. Larry, por su parte, da buena cuenta de ellos, bien rico es, pero su modus operandi partió de la singularidad.
En una ocasión le preguntaron sobre el Emmy que ganó por el episodio de Seinfeld, The Contest, sobre masturbación. Su respuesta fue muy sencilla y clara al mismo tiempo: “se escribe sobre lo que se conoce”. El entrevistador insistió, “el programa ha sido criticado por depender demasiado del sexo y otras funciones corporales”, y Larry insistió también: “Se escribe sobre lo que se conoce”.
En la última entrevista que le han hecho sobre el supuesto final de Curb your Enthusiasm seguía igual de lacónico y, al mismo tiempo, inteligente. Le preguntaron por qué ha durado veinticinco años, y simplemente dijo: “porque es graciosa”. No obstante, Ari Melber, la entrevistadora, hiló bastante bien y, en la conversación, en el marco del Festival de Tribeca, le presentó la opinión de un lector de Inteligencia Artificial sobre la serie.
El bot dijo que lo que funcionaba era el miedo al ostracismo social, que es la cuerda floja sobre la que el protagonista hace funambulismo. Ahí Larry negó la mayor, pero no por no estar de acuerdo, sino porque se negaba a analizar su obra en esos términos. Contestó: “no soy un intelectual, solo un idiota de Brooklyn, solo escribo guiones divertidos, no los analizo”. Y ahí está uno de los grandes méritos del programa, en que encima es mentira que escriba los guiones. Muchas líneas de los diálogos de la serie son improvisadas. Y hace falta mucho valor.
También tiene dicho Larry que él es un diamante. Un hombre seguro de sí mismo puede estar bien, dice, pero cuando ese hombre es calvo, eso indica un plus de seguridad. Y ciertamente, eso es lo que ha transmitido toda su vida dentro y fuera de los platós y cerca o lejos de la máquina de escribir. Hay que tener en cuenta que confesó que si entró en televisión fue por su relación con Jerry Seinfeld. La cadena ya estaba comprometida en hacer una serie con él y, por su contacto, Larry entró a los guiones.
Un caso de amiguismo mientras los pobres mortales se machacan en escuelas de guión y suspiran por becas o colaboraciones, o se trituran en programas que odian a ver si logran trabajar algún día en uno que les guste. Larry se ahorró todo eso por una conexión, pero luego si le fue bien, y aquí tenemos que creerle, fue porque le daba igual. Eso ya no es tan frecuente en los guionistas.
Quería hacer un buen trabajo, pero no estaba pensando en ningún momento en el éxito del programa. Ahí sí que está una de las claves de que un producto cultural se convierta en relevante: cuando no le tenga miedo a las consecuencias. La prueba es que haciendo monólogos ya no le fue tan bien, según él, por negarse a complacer al público.
Aquí el mérito de Larry David reside en haber tenido la misma actitud cuando ha trabajado para la NBC y para HBO. Es un hecho que la televisión por cable, que no dependía de la publicidad, aportó unas cotas de libertad para hablar de sexo o drogas que aún permanecen, aunque ahora sean el mercado y la competencia feroz los que estrechan las miras, puesto que obligan a tirar de mínimo común múltiplo; pero esas libertades inéditas en televisión fueron las que pusieron en órbita su serie, con equívocos sexuales, racistas, homófobos y una larga lista de situaciones que no se permiten las generalistas. Ese contexto impulsó la genialidad de Larry, porque Larrys hay muchos, pero estas situaciones, pocas. De hecho, esa ventana de libertad creativa y dinero para invertir en ella, es dudoso que siga vigente. Con su adiós, menos.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado