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'MEMORIAS DE ANTICUARIO'

Arte religioso: de la devoción a la admiración

20/03/2016 - 

VALENCIA. Para apreciar su grandeza, el arte religioso debe mirarse con mentalidad abierta, más allá de la finalidad para la que fue creado o para la que se exhibe en estos días en los que la mejor escultura sale a las calles, componiendo estampas estéticamente únicas. A través del arte religioso, hay quienes se sienten más cerca de Dios por devoción,  hay quienes  más al genio del hombre por admiración.

Estos días, con sus noches, las intrincadas calles de los centros históricos españoles se convierten en un enorme escenario teatral, donde el arte de los grandes imagineros españoles cobra toda su grandeza a través del severo recogimiento en unos casos y de la exaltación barroca en otros. Dejando la fe de cada uno o la ausencia de la misma a un lado, los elementos meramente estéticos concitados, nos sobrecogen y alertan todos los sentidos.

Hace tiempo la presencia tan avasalladora de arte religioso en España, frente a otras temáticas, me producía cierto rechazo. Sólo veía Vírgenes y santos por doquier y buscaba otros paisajes visuales. Aprender a mirar, en este caso el arte, es un largo y fascinante camino al que no le veo final, porque no lo tiene. Conforme lo he ido transitando he pasado del rechazo a la  aceptación, para llegar a la fascinación. La devoción, la fe, es algo íntimo, pero el arte, y sus caracteres figurativos y más o menos abstractos (porque, incluso el arte más objetivo tiene siempre un lado de abstracción, como una de las dos caras de una misma moneda), se sitúa en una esfera distinta a la del finalista carácter religioso de la pintura, escultura o composición musical.

San Serapio de Francisco de ZurbaránSi cogemos el impresionante San Serapio de Zurbarán vemos que  arte religioso es también expresión, peso, texturas; si admiramos el San Sebastián asistido por Santa Irene de Ribera del Museo de Bellas Artes de Bilbao vemos composición, anatomías, claroscuro, color, sentimientos; en el San Jerónimo de Velázquez degustamos el arte del bodegón o en su San Antonio Abad visitando a San Pablo su genialidad para representar las figuras en un paisaje al que convierte en protagonista. La naturaleza y la arquitectura, la monumentalidad y el detalle, el desnudo y los drapeados, las tinieblas y la luz, la serenidad y el dramatismo, el instante y la narración. Todo está ahí.

Esto no va, evidentemente, de religión sino de arte, pero es poco discutible que la compleja y riquísima iconografía cristiana, y más concretamente católica, es de una indiscutible belleza plástica y espiritual, y todos los grandes maestros antiguos y buena parte de los modernos, han trabajado sobre esta. A nadie se le ocurre no visitar una exposición antológica sobre El Greco porque no profesa la religión católica, así como no creo que quien es creyente deba impresionarse en mayor medida que quien no lo es, de la belleza de los frescos de la Iglesia de San Nicolás una vez han emergido sus colores tras su limpieza. De igual forma se estremece el creyente o el descreído con el  Requiém de Mozart o la Pasión Según San Mateo de Bach. Estamos en terrenos de la sensibilidad más que de la religiosidad.

 San Antonio Abad y San Pablo, de Velázquez

Como decía, la producción de arte religioso en España es abrumadoramente superior, frente a otras temáticas, durante los siglos que van de la Alta Edad Media al finales del siglo XVIII, con la llegada de la Ilustración y la Academia. Si el arte debe reflejar el mundo en que este acontece, ello es reflejo de la infiltración de la institución eclesial en todos los ámbitos de la sociedad del momento  desde lo económico a lo político, más si cabe desde el Concilio de Trento. La Iglesia católica como el gran mecenas. Esto da lugar a que la pintura “privada” de temática profana o doméstica, el tema  mitológico o de otros géneros como el paisaje se cultivara en menor medida que en otros contextos culturales como el ámbito flamenco, italiano o anglosajón. La infrecuencia con la que en el mercado español se encuentra una pintura antigua que no sea religiosa, hace que en términos generales, esta tenga un valor económico superior a la religiosa.

Una de las cuestiones poco comprensibles, del escasamente comprensible mercado del arte actual  es la “injusta” valoración del arte religioso e incluso el arte antiguo en general, si la comparamos con una parte del arte contemporáneo, incluso si la comparación la hacemos con los maestros antiguos, siempre excluyendo a una veintena de estos de los que a penas sale obra al mercado (Leonardo, Velázquez, Rafael, Caravaggio etc). Pongamos un ejemplo: es un hecho poco discutible que el pintor nacido en Xátiva en 1591, José de Ribera, es uno de los grandes artistas del siglo XVII. Su figura se estudia y se esguirá estudiando en las facultades de historia del arte y sus obras cuelgan en las paredes de los mejores museos del mundo. Su producción no es pequeña pero si limitada, si la comparamos con otros artistas, y relativamente escasa habida cuenta que mucha de esta se encuentra colgada en colecciones y museos. Pues bien, sin entrar en cifras, que en este caso son todo menos mareantes,  una pintura de puntos de colores del artista contemporáneo inglés Damien Hirst es fácil que es adjudique en subasta por una cantidad que doble a la de un cuadro de tamaño medio pintado por el enorme artista español. Cierto, no todo el mundo puede permitirse desembolsar esa cantidad, pero ¿qué les parece si les digo que un Warhol puede costar viente o treinta veces más que un buen Murillo?

San Sebastián, José de Ribera

Es cierto que dentro la la enorme pléyade de arte religioso existe una gran cantidad de obras de pobre calidad. Cuando un anticuario logra conseguir un buen cuadro de esta temática y  lo adquiere un comprador, le invade cierta sensación de inquietud por la dificultad para reponer una obra antigua de calidad. Si bien hoy en día  se puede conseguir con facilidad obras religiosas a muy buenos precios, estas o bien su tema es poco atractivo, bien requieren una costosa restauración o simplemente la calidad de ejecución es pobre. El mejor arte antiguo empieza a escasear y va poco a poco ingresando en colecciones privadas y públicas, a buenos precios, de las que ya es muy difícil que salga a la luz. Por el contrario he visitado unos cuantos estudios de artistas contemporáneos y llama la atención la cantidad de obra, que, por centenares , acumulan sin vender. Cuando a principios del siglo XX le ofrecieron al gran marchante Joseph Duveen, ingentes cantidades de obras de pintores impresionistas, para colocarla a los millonarios norteamericanos del momento, sacó a relucir el hombre de negocios que llevaba dentro y vino a comentar algo como ”sí sí, muy bonitos, pero “Monets” hay muchísimos sin embargo obras de los grandes maestros del Renacimiento hay pocas”.

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