VALÈNCIA. El estreno de And just like that, la continuación de Sexo en Nueva York (Sex and the City, 1998-2004), diecisiete años después de su cierre, ha vuelto a poner sobre la mesa algunas cuestiones en torno a la representación de la diversidad sexual o racial (la de clase no, porque aquí solo hay una clase social: la que va de acomodada a muy muy muy muy acomodada. Son ricas y son élite).
Casi al mismo tiempo se ha dado a conocer el tráiler de Cómo conocí a vuestro padre, el ¿spin off, secuela, nueva versión? de Cómo a conocí a vuestra madre (How I met your mother, 2005-2014), que se estrenará en enero. Y donde en la original eran cinco amigos blancos y heteros, aquí tenemos a un grupo de gente que incluye asiáticos, latinas o personas LGTBI.
Que las series y el cine cada vez atienden más a la diversidad es un hecho. Y uno por el que alegrarse, aunque aún quede mucho por hacer. La sociedad es diversa, las personas estamos cruzadas por varias identidades y las pantallas no pueden seguir siendo blancas y heterosexuales e ignorar la existencia de gentes de todos los orígenes y colores, orientaciones e identidades sexuales o capacidades diferentes. Eso es lo que explica que ambas series, derivadas de otras previas muy exitosas, lleguen ahora asumiendo algunas de estas cuestiones.
No es nuevo. Prácticamente todos los innumerables remakes de series antiguas que nos han inundado en los últimos años han incorporado esa diversidad de un modo u otro. No hay más que comparar el elenco principal del SWAT (1975-1976) original (que aquí se llamó Los hombres de Harrelson), con el actual. En la primera era un grupo exclusivamente masculino, comandado por un hombre blanco, en el que había un afroamericano. Uno solo, rasgo habitual en las series policiales de esos años: un personaje secundario negro para cubrir cierta cuota. En su remake actual, que va por la quinta temporada, el equipo incluye varias mujeres, asiáticos, un jefe de la unidad afroamericano que es el protagonista (Shemar Moore), además de una capitana del SWAT, su jefa inmediata, latina (Stephanie Sigman).
En la nueva versión de Embrujadas (Charmed), las muy blancas y heterosexuales hermanas Halliwell del original, son ahora dos latinas y una afroamericana, una de ellas lesbiana. O en Magnum P.I., la mítica y muy masculina serie protagonizada por Tom Selleck, incluye ahora una mujer y un actor latino (Jay Hernández) como protagonistas.
Fuera de los remakes, pero manteniéndonos en el campo de los procedimentales, encontramos series como 9-1-1 y su spin off 9-1-1 Lone Star, producciones ambas de Ryan Murphy, que siguen las peripecias de sendos grupos de rescate compuesto por policías, bomberos y paramédicos, en Los Ángeles y en Austin, respectivamente. Entre los personajes que integran ambos equipos y sus respectivos entornos hallamos hombres, mujeres, blancos, asiáticos, afroamericanos, latinos, homosexuales, trans, no binarias o personas con discapacidad.
Es interesante traer a colación estos títulos, series procedimentales de cadenas generalistas, y no series de plataforma ni de nicho. Dada su condición de productos comerciales para un público familiar y amplio y, salvo en el caso de Embrujadas, no juvenil, que sean tan conscientes de la necesidad de representar la diversidad y de otorgar protagonismo a quien nunca lo tuvo revela que las cosas están cambiando. Quiero decir que para estudiar la importancia que está adquiriendo la representación y visibilidad de la diversidad, probablemente sean mucho más significativas estas series que no otras obras autorales, de mucho mayor calidad, riesgo y complejidad, sin duda y que nos gustan mucho, pero son minoritarias, como por ejemplo, Podría destruirte, Euphoria o Sex education. Lo que no quita, que quede claro, lo necesario que es que estas series existan y nos confronten con algunas realidades que muchas veces no vemos o no queremos ver. Por mi parte, haría que Sex education (y quizá también las otras dos) fuera de visión obligatoria en todos los institutos y centros educativos.
Claro que otra cuestión, porque no todo es la cantidad, es cómo se representa esa diversidad y cómo se tratan algunas de estas cuestiones. El caso de And just like that es significativo por la torpeza con la que se ha hecho. Lógicamente, sus protagonistas sigan siendo ricas blancas cis hetero y la serie trata de mostrar cómo les ha afectado el paso del tiempo y el modo en que, en la cincuentena, aquellas mujeres que rompieron algún que otro molde en el tratamiento de la sexualidad (porque sí lo hicieron) encaran nuestro 2021 y los grandes debates en torno a las cuestiones de género y raza que no se planteaban, o no por lo menos como ahora, en los años de la serie original.
Digámoslo ya, lo hace de un modo forzadísimo. Y da lugar a algunas secuencias bochornosas como esa en la que Miranda, a la que recordábamos como una abogada progresista, inteligente y comprometida, no sabe qué decir o hacer cuando se encuentra con que la profesora de Derecho de un curso sobre Derechos Humanos al que se ha apuntado ¡es negra! Como si no nunca hubiera tratado con una persona afroamericana. WTF! Y sí, se supone que la escena ha de ser cómica pero no lo es. Es imposible y ridícula, además de traicionar completamente el personaje de Miranda, que resulta irreconocible. Por no hablar de ese otro inenarrable momento en el que Carrie, que ahora, por supuesto, tiene un podcast, es incapaz de responder a preguntas sobre sexualidad frente a una persona no binaria y a un incel, uno de esos descerebrados representantes del neo machismo (que no tiene nada de neo porque, en realidad, es el de siempre).
Se nota mucho que los creadores se han visto obligados a mostrar una diversidad que en la original brillaba por su ausencia, porque no la tenían en cuenta más allá del cliché del amigo gay en función de complemento de moda. Pero resulta ridículo su planteamiento, con esa necesidad de meterlo todo como sea en el primer capítulo, para que queda bien claro lo moderna que es esta secuela y lo consciente que es de todo lo que ha cambiado desde aquella Sexo en Nueva York: personajes no binarios, realidades LGTBI, debates sobre la raza y la negritud, sexualidad no normativa, etc.
En cualquier caso, valoremos lo que supone que la continuación de una serie mítica se vea obligada a introducir todas estas cuestiones, aunque lo haga mal. Es una señal inequívoca de que en el mundo de la ficción y la representación no se pueden soslayar algunas realidades que, hasta hace poco, eran ignoradas, aunque sepamos que esto es solo el principio y que quedan bastantes caminos por recorrer. La representación de la diversidad es inevitable. Y eso es muy bueno.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado