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'Cómo ser Bill Murray', la aproximación definitiva a la mente de un actor insólito

Su figura se ha popularizado tanto en los últimos tiempos que ha ido más allá incluso de sus logros como actor, siendo venerado por muchos como gurú feliz de lo extravagante

12/12/2016 - 

VALENCIA. "Nadie te va a creer". Cuenta la leyenda que así se despide de ti Bill Murray cuando irrumpe en tu vida sin previo aviso para robarte una patata frita de las que te estás comiendo, o una calada del cigarro que estás fumando. Puede ocurrir también que a punto de cruzar una calle concurrida junto a un semáforo, justo cuando tu mente vuele entre varias preocupaciones y compromisos que te ocuparán hasta la hora de cenar, Murray te tape los ojos desde atrás con las manos y te pregunte: “¿quién soy?”. O puede que estés haciéndote unas fotos de boda con tu pareja en un parque y de pronto un intrigante espontáneo se una a vosotros con la cabeza tapada por la camiseta mientras se rasca la barriga con parsimonia. Cuando de pronto el misterioso personaje acabe siendo Bill Murray, que pasaba por allí y decidió tomaros el pelo, descubrirás que lo tienes difícil para que alguien te crea cuando lo cuentes en casa o en el trabajo. Imagínate, ¿por qué alguien tan célebre iba a perder su valioso tiempo colándose por unos instantes en vidas ajenas?

Con toda probabilidad, un alguien común del star system no se tomaría tantas molestias para arrancarle sonrisas a desconocidos, mucho menos hoy, donde los escoltas y los séquitos están a la orden del día. Pero Bill Murray no es una estrella más en el firmamento de los actores y actrices consagrados, él es algo más, una fuerza de la naturaleza que tocó tierra en el Saturday Night Live hace ya algunas décadas y que lleva desde entonces recorriendo el planeta repartiendo risas aquí y allá, metido en situaciones inverosímiles de esas que llevan su sello, esas que solo él puede provocar o protagonizar. Pese a contar con casi sesenta películas a sus espaldas, algunas de ellas tan icónicas como Cazafantasmas, Lost in Translation o Atrapado en el tiempo, la relevancia actual de Murray tiene más que ver con las anécdotas, locuras y leyendas que se le atribuyen que con su filmografía. Su forma de aparecer y desaparecer de la vida de los demás, tras haber practicado en ella una agradable alteración, ha hecho de él una especie de criatura mítica, como Santa Claus o el Ratoncito Pérez. Solo que él no aparece en una fecha señalada en concreto -aunque hace dos años el Festival de Toronto sentó las bases de un posible Día de Bill Murray-. Él podría alegrarte el día en cualquier momento, de madrugada, de día o de noche. Que se lo digan a W. Smith, quien le pidió un favor a Murray mientras rodaba con él un vídeo promocional para un centro educativo para niños con dificultades de aprendizaje: el favor consistía en grabarle andando por un pasillo mientras se marchaba a casa. El resultado, a continuación. Si sale Bill Murray, casi siempre vale la pena.

Como decíamos, Murray guarda ciertas similitudes con algunas entidades fantásticas, pero a él no puedes rezarle. Ni dejarle una carta o un diente y confiar en que aparezca -aunque puestos a intentarlo, lo del diente, por excéntrico, tendría más posibilidades-. Porque Murray, celoso de su magia, es un tipo muy inaccesible, alguien con quien es casi imposible contactar, que solo facilita una línea gratuita con un contestador que no se ha molestado en personalizar a quienes quieren contactar con él y no forman parte de su círculo más íntimo. No cabe imaginar más paz y más independencia que la que encarna este modo de mantenerse comunicado, aunque sea parcialmente. Qué desahogo poder permitirse algo así. Precisamente por estas dificultades para acercarse a Murray, es de agradecer que alguien se haya entregado a un trabajo como el que ha materializado Gavin Edwards, periodista neoyorquino de la Rolling Stone y autor de Cómo ser Bill Murray, obra publicada en estas tierras por Blackie Books. El libro, con pinta de regalo estrella de estas Navidades en los círculos de amantes del cine y la literatura, desgrana en diez pasos la compleja forma de pensar que el autor le presupone a Murray tras analizar su biografía y escuchar gran cantidad de testimonios de personas que de un modo u otro han tenido algo que ver con él.

Edwards considera que si todos fuésemos un poco más Bill Murray, el mundo sería un lugar mejor. Pero no todo aquel que se ha cruzado en la vida del actor comparte esa opinión, también hay quien lo considera exasperante, irritante, egocéntrico o maleducado, alguien capaz de sacar de sus casillas a experimentados profesionales de la industria del cine o a organizadores de torneos de golf -Murray es un gran forofo de este deporte- con su falta de respeto por las normas y protocolos, lo cual además de ser una actitud vital con aroma a juventud, rebeldía y libertad, es también un engorro para quienes tienen que convivir con él. La misma Sofia Coppola llegó a temer el desastre hasta que Murray apareció en el rodaje de Lost in Translation una semana después de que este hubiese empezado. No dio señales de vida durante los siete días. Simplemente apareció y protagonizó una de las mejores películas de su carrera. Las particulares características que hacen de él alguien extraordinario son las mismas que pueden hacer que llegues a tener problemas con él. Que se lo digan a Harold Ramis, quien fuese su amigo y compañero de profesión: Murray dejó de hablarle de la noche a la mañana durante veintiún años tras el rodaje de Atrapado en el tiempo. Al parecer, el detonante fue el hecho de que Ramis no dedicase tiempo a revisar personalmente el guión con Murray, enviando a un ayudante en su lugar. Solo volverían a hablarse en una última visita que le hizo Murray justo antes de morir a modo de despedida, estando Ramis ya gravemente enfermo.

Como no podía ser de otra manera, si se quiere elaborar un mapa completo de Bill Murray, se tiene que hablar de sus luces y de sus sombras, y en este sentido Gavin Edwards ha sido honesto: a nadie se le escapará la devoción que siente por el actor hincha de los Chicago Cubs, desde luego, pero no por ello se han maquillado los hechos que peor le sientan a la imagen que legiones de fans tienen de él. ¿Por qué habría que hacerlo? Al fin y al cabo, aunque a veces cueste creerlo, Murray es un terrícola más, solo que uno con unas virtudes que no se ven con demasiada frecuencia. Ramis dijo de él que era como todos los Hermanos Marx en el cuerpo de un solo hombre: “el ingenio de Groucho, la brillantez pantomímica y la lujuria de Harpo, incluso esa cualidad de hombre de la calle de Chico”. Murray parece empeñado en que sus días y los nuestros sean cualquier cosa menos el Día de la Marmota. Por es capaz responder al saludo de un admirador por la calle al grito de: “¡cabrón, te voy a morder la nariz!”. Y derribarlo, y sí, morderle la nariz.

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