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CARTAS DESDE BOLONIA

Cuando el éxito resucita. De Natalia Ginzburg a Lucia Berlin

Ginzburg, Berlin, Lispector, Bolaño... La literatura, su historia y sus novedades, mantienen un azaroso contacto con el pasado. Como si ella misma fuera nueva lectura de los hombres y mujeres de letras. Como si en lugar de una trayectoria lineal y progresiva, lo literario se construyera de modo circular

12/09/2016 - 

BOLONIA. Acabados los funerales de Estado, en Amatrice siguen recuperando cuerpos y vaciando de escombros las viejas calles del pueblo. Las cámaras de televisión siguen acudiendo al lugar del terremoto, cuentan con pudor las cifras terribles y recuperan la memoria de L’Aquila, aquel lugar que sacudió la tierra en 2009. Nadie pensaba que el infierno pudiera tener su réplica apenas a 50 kilómetros de distancia. Tan pronto. De esta manera.

“Una vez sufrida”, dice Natalia Ginzburg, “la experiencia del mal ya no se olvida. Quien ha visto las casas derrumbarse sabe bien qué débiles son los jarrones con flores, los cuadros, las paredes blancas. Sabe muy bien de qué está hecha una casa. Una casa está hecha de ladrillos y de cal, y puede derrumbarse”.

La escritora sabía bien lo que significaba que se hundiera el mundo y la casa donde habitaba. Estas palabras las escribió en el pequeño pueblo de Pizzoli, un lugar perdido en los Montes Abruzos. Benito Mussolini había confinado allí a Leone Ginzburg, su marido, y a ella en represalias por su oposición al régimen fascista; en ese pueblo había pasado el matrimonio los días vacíos de la segunda guerra mundial; de ese pueblo habían sacado a Leone para matarlo en una cárcel de Roma. En ese pueblo, Pizzoli, Natalia Ginzburg escribiría: “No nos curaremos nunca de esta guerra. Es inútil. No seremos nunca más gente serena, gente que piensa y estudia y compone su vida en paz. Mirad lo que han hecho con nuestras casas. Mirad lo que han hecho con nosotros. No seremos nunca más gente tranquila”. 

Ese pueblo abruzzese, Pizzoli, está ubicado en el camino que va de L’Aquila a Amatrice, a 15 Kilómetros del primero y a 37 del segundo. En el territorio en el que se hunden las vidas y es necesario volver a construirlas.

Quién no adora a Natalia Ginzburg

Natalia Ginzburg era una escritora menor. Natalia Ginzburg escribía sobre la familia, sobre los afectos, sobre la tristeza de perder a un amigo, sobre las sensaciones de ser una mujer que crece, que envejece, sobre el paisaje de posguerra, sobre el amor cuando pasa, sobre la nada cotidiana. Natalia Ginzburg era especialista en temas menores. Sí, trabajó en la casa Einaudi. Sí, participó en política. Sí, se codeó con los grandes. Pero no era grande. Natalia Ginzburg era la mujer de un intelectual antifascista. Natalia Ginzburg era la madre de un escritor, Carlo Ginzburg, que escribió una novela sobre un molinero del siglo XVI e inauguró un nuevo concepto para los manuales de historia cultural llamado “microhistoria”. 

Natalia Ginzburg era aquella que acompañaba a la curia intelectual en todas las historias de la literatura, el nombre que se colaba de comparsa en todos los reportajes que mostraban nuevas claves de interpretación de Pavese, de Pasolini, de Eco, de Einaudi, de Calvino, de Levi, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla... [Bla, bla, bla puede sustituir a lo que se considera la gran literatura]

Sobre ella escribieron así. Su prolijidad permitió que sobreviviera. Su solidez, que fuera respetada. Su amistad, que fuera publicada. La Ginzburg, sin embargo, de menor ha pasado a enorme, y su literatura se ha revalorizado hasta colocar a la escritora a la altura que antes le negaban. ¿En qué momento regresó Natalia Ginzburg? ¿En qué momento su literatura doméstica se convirtió en la joya con que descifrar la rabia o la tristeza?

Manual para mujeres de la limpieza... 17 años después

Marina y Rosana insisten por whatsapp en ese nombre. La Fnac lo coloca en un lugar visible. Pódium en los ránkings de más vendidos. En el aeropuerto de Bogotá aparece de nuevo. Éxito en Estados Unidos. Éxito de venta de derechos. Éxito de crítica y de público. Cuando pasan más de 10 años de su muerte y 17 desde la publicación de su última obra, el fenómeno del momento se llama Lucia Berlin y su Manual para mujeres de la limpieza

Ahora se especula sobre su vida: sus maridos, sus cuatro hijos, sus innumerables problemas con el alcohol. Y se habla más que nunca sobre su literatura gracias a la recopilación de cuentos en los que abundan mujeres de todo tipo. Cómo se fabrica un fenómeno literario tiene un principio de respuesta si te llamas Alfaguara y distribuyes enormidades en veintitantos países. Pero no explica por qué Lucia Berlin es tan sorprendente, tan admirable y, sobre todo, por qué la conocemos ahora y no cuando vivía. Qué resorte ha operado en el mundo para que se vuelva novedad.

Últimamente se han dado casos jugosos de póstumos y supervivientes, hablando sobre la muerte y desde la muerte. Pero esto es otra cosa, es una resurrección de la literatura que la escritora (¡ay!) no tendrá la ocasión de disfrutar; el síndrome Van Gogh.

La brasileña Clarice Lispector gozó de reconocimiento y fama en su patria de acogida (en su patria, vamos) durante su vida. Pero muchos años después de su temprana muerte en 1977, volvió a aparecer en primera línea de la esfera pública, y llegó a las editoriales extranjeras convirtiéndose en escritora aclamada por la crítica y la fábrica de timbre y moneda de Brasil, quien llegó a fabricar un sello homenaje.

También Roberto Bolaño murió antes de ver cómo su obra recorría el orbe con la marca de la nueva ola de la literatura latinoamericana. Sí, publicaciones en Anagrama en los noventa. Sí, cierta repercusión. Incluso Javier Cercas, en Soldados de Salamina (obra que, por cierto, triunfó dos años después de haber salido a la luz sin pena ni gloria, gracias a una reseña en El País de Mario Vargas Llosa), lo saca como personaje de la novela: en concreto como vigilante nocturno de un cámping de Castelldefels, exactamente uno de los trabajos que desempeñó el chileno mientras estuvo viviendo en Blanes. Ya había publicado buena parte de lo mejor de su obra, Nocturno de chile, Estrella distante, Los detectives salvajes... pero la repercusión y el redescubrimiento llegarían con su póstuma 2666, la cual llegaría a recibir numerosos premios y reconocimientos. Bolaño se multiplicó después de su muerte, también por el halo misterioso de su vida, su exilio, su erudición y su muerte.

Similares fueron los casos de Rodolfo Walsh, un escritor asesinado y desaparecido por la dictadura argentina, y reeditado últimamente en España y Argentina; de Luis Martín Santos, quien murió inmediatamente después de publicar su extraordinario Tiempo de silencio; o incluso de los consagrados Galdós, Pardo Bazán o Blasco Ibáñez, a quienes el ambiente literario del franquismo había relegado al ostracismo y que fueron rescatados a partir de los años ochenta y noventa. Y sobre todo tantas relegadas que están esperando que alguien levante la pesada losa del canon masculino.

La literatura, su historia y sus novedades, mantienen un azaroso contacto con el pasado. Como si ella misma fuera nueva lectura de los hombres y mujeres de letras. Como si en lugar de una trayectoria lineal y progresiva, lo literario se construyera de modo circular, a saltos de mata, desapareciendo y volviendo a aparecer. Como si fuera verdaderamente un suceso extraordinario. Descubriendo nuestra historia muchas veces.

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