Hablamos de propuestas rechazadas, de proyectos a medio gas y de fórmulas para seguir adelante a pesar de la decepción
VALÈNCIA. Arrancamos con una máxima propia del Capitán Obviedad: por regla general, los asuntos que asoman el hocico en medios culturales y conversaciones de sobremesa son aquellos que han logrado hacerse realidad. La película sobre la que se debate es la que ha conseguido ser filmada y estrenada. Quien concede la entrevista es la escritora a la que sí le dieron el premio. En una sociedad obsesionada con cumplir objetivos, acumular victorias y dinamitar récords, de los que se quedaron por el camino no sabemos nada. Aviso a navegantes: no va a ser así en los próximos párrafos. En esta ocasión, abandonamos las narrativas del triunfo y ponemos el foco en aquello que no llegó a despegar o lo hizo a medio gas. En las frustraciones que pueblan los oficios creativos. Observamos derrotas, rechazos y decepciones. Proyectos que reposan en un cajón. Propuestas recibidas con estruendosos silencios. Eventos que no alcanzan la repercusión esperada. Obras de teatro ignoradas por el público o vilipendiadas por la crítica. Negativas editoriales y conciertos vacíos. En definitiva, nos acercamos al fracaso en los trabajos culturales y a sus aristas.
En esta disección de las decepciones creativas, comenzamos tratando de responder a una pregunta básica, ¿de qué hablamos cuando hablamos de derrota en estos oficios de ADN artístico? Para empezar, un factor fundamental es el ámbito por el que pululemos. No es lo mismo un revés sobre el escenario que en las oficinas de una editorial.
Gestora cultural y distribuidora de cortometrajes, para Irene Cubells el concepto de fracaso no cuenta con una definición monolítica: “podemos pensar que es organizar un evento y que no tenga el público que esperabas. Pero no debe ser el único medidor, aunque sí sea el más importante para el político o gestor público que lo subvenciona. Cuando ideamos por primera vez esa actividad, ¿nos pusimos como meta que viniera mucha gente? Seguramente no. Nunca hay que perder de vista esos primeros objetivos y revisarlos cada poco”. En ese sentido, se niega a reducir el sabor de boca únicamente una cuestión cuantitativa, a una cifra aislada: “a veces, tras el evento, se te acerca alguien y te comenta lo mucho que lo ha disfrutado. Esos medidores de éxito también son importantes y pueden darte claves de en qué se diferencia esta acción de otras”.
Cambiamos de tercio y fijamos el foco en el sector de la ilustración. ¡Que entren las desilusiones dibujadas! “Una decepción típica y dura es enviar un proyecto muy trabajado a una editorial y que te rechacen. O enviar tu porfolio a agencias y que no te acepten. También es recurrente que en un principio se interesen por tu trabajo, pero en cuanto quieres negociar tus condiciones, dejen de contestar. ¡El ghosting está extendidísimo y es muy frustrante!”, apunta la autora Xulia Vicente, quien cuenta en su zurrón con obras como Duerme pueblo, firmado junto a Núria Tamarit (La Cúpula). Otro puchero de angustias: “cuando todo el feedback que recibes de un cliente es negativo. Ninguna de tus propuestas les gusta, nada les convence…. De hecho, el año pasado en APIV (Associació de Professionals de la Il·lustració Valenciana) pusimos en marcha el Saló dels Rebutjats, una exposición colectiva centrada justamente en mostrar trabajos que, por un motivo u otro, no vieron la luz”.
David Silvestre es periodista, poeta y gestor cultural, así que en su caso, el fracaso adquiere distintas máscaras según la faceta profesional. Como autor, señala, por una parte de “la decepción con uno mismo, por ejemplo, al no cumplir con la rutina de escritura que te has marcado”. Pero también de la desilusión externa: “construir un texto para tratar de comunicar algo muy concreto y que luego no consiga conectar con la persona que lee o escucha. Eso es un buen chafón”. Si hablamos de sus peripecias en la gestión cultural, señala dos grandes decepciones que riman con las confesadas por Cubells. Por un lado, enfrentarse a un evento vacío “al que la gente ha decidido no asistir. Es muy duro, pero, tal vez, es más duro organizar algo, que asista gente, y luego resulte ser un tostón por el bajo nivel del contenido o por el mal funcionamiento de otros elementos”. Y por último, el gran terror de quienes se dedican a la comunicación cultural: “convocar una rueda de prensa y que no venga ningún medio. Esa sensación de desplome y de autocrítica automática es tremenda”.
La épica del perdedor y la mística del malditismo quedan muy bien convertidas en literatura, pero enfangarse en ellas no parece la forma más sana de habitar la existencia. Toca plantearse cómo surcar los fracasos cuando estos llaman a la puerta; cómo salir indemne del traspiés y asumir que no siempre se puede ganar.
Autora de títulos como Amb fil de seda (Sembra) o La gatera (Ara Llibres), para Muriel Villanuevala derrota no es una cuestión estática y categórica, sino una de las variables a tener en cuenta en cada fase del proyecto. El fantasma de la desilusión siempre está ahí, pero en vez de fingir que no existe, la autora apuesta por una convivencia pacífica: “siendo escritora, tu trayectoria es una continua mezcla de éxitos y fracasos en distintos frentes. Eres tú quien debes prepararte emocionalmente para ese vaivén y asumir que es parte del oficio. Desde que comienzas un texto pueden surgir todo tipo de escollos. Intentar acabar una obra y no conseguirlo ya es una decepción. O presentarte emocionada a un premio y no ganarlo. Puedes publicar con una gran editorial y sentir que eso ha sido una victoria, pero que luego se venda poquísimo y te invada la sensación de fracaso. Y siempre está la duda de si tu pieza no era suficientemente buena o la editorial no le ha dado la difusión adecuada…”.
Para Vicente, la forma de encajar esas derrotas depende en gran parte “de cuánto te importe en realidad ese proyecto. Si yo ahora preparara un dosier para un cómic, ahí estaría mi alma entera puesta y recibir rechazos sería muy duro. A veces tienes una imagen de la editorial ideal para tu proyecto, pero es necesario rebajar expectativas, negociar contigo misma. En cambio, cuando son encargos, no propuestas tan personales, no estás tan implicada emocionalmente y eso hace que los reveses no te afecten tanto”.
Silvestre apuesta por el método ensayo-error como fórmula de supervivencia: “lo esencial es tener claro que ningún fracaso suele ser definitivo. Siempre se está a tiempo de cambiar dinámicas. Los proyectos efectivos, personales o profesionales, cuestan de montar y cuesta que den resultados. Asumir que va a haber errores y esforzarse en rectificarlos es la clave”. Por su parte, Villanueva elige como palabra clave la diversificación, tanto de expectativas como de títulos: “cuando acabo una novela me creo un plan de acción con distintas alternativas. Así, si una editorial me rechaza, tengo un plan b; y si no gano un certamen, sé a qué otros puedo presentarme. Tengo un camino claro que ir siguiendo. También lo aplico a la creación: intento tener distintas obras en distintas fases de ejecución (una en proceso de escritura, un álbum infantil siendo ilustrado, una pieza de narrativa a punto de salir de imprenta…). O compaginar encargos con títulos más personales. De manera que si una de las propuestas no sale bien, me siento acompañada por las otras y la sensación éxito-fracaso queda más equilibrada”. “Emocionalmente, es esencial no jugármelo todo a una carta. Si me quedo paralizada en un descalabro, obsesionada con una obra, mi capacidad creativa va disminuyendo y se me hace mucho más complicado abordar el siguiente texto”, confiesa.
También sobre el manejo de expectativas habla el actor Vicent Domingo, quien, por puro instinto de autopreservación, defiende la necesidad de “relativizar tanto lo bueno como lo malo: ni cuando tienes un triunfo es tan importante ni cuando algo falla es tan terrible. Hay que mantener los pies en el suelo porque las artes escénicas son un mundo efímero, con subidas y bajadas muy rápidas. Claro, si estás inmerso en una gran producción con mucho presupuesto y acaba en desastre, el chasco que te llevas es mucho mayor que si tienes entre manos un proyecto humilde del que no esperas tanta repercusión…”.
En esta toma de perspectiva como filosofía vital, los intérpretes juegan con una ventaja: por las propias características del oficio, tienen más desarrollada la capacidad de escuchar noes que el común de los mortales. Así lo cuenta el actor: “cada año optamos a muchos papeles distintos, algunos te los dan y otros no, y eso hace que te acostumbres a recibir negativas. De hecho, por probabilidad, lo normal es que te digan que no. La excepción es que te elijan. Convivir con el rechazo te ayuda a quitar peso a otras derrotas comunes en este sector, como sentir que tu producción no conecta con el público o no lograr que las salas te programen”.
Aquí Cubells aborda otra ladera en esto del triunfo y sus periferias: la asociación automática “entre éxito y crecimiento perpetuo”. Esas ansias, de nuevo cuantitativas, por multiplicar lo creado, por cabalgar siempre hacia un ‘más’ insaciable: más días de programación, más actividades planificadas, más espacios, mayores cifras. “¿Y si un evento tiene que dejar de crecer o incluso decrecer para recuperar la esencia? Como trabajadoras, acabamos sepultadas de tareas, sin tiempo para parar y pensar si lo que hacemos tiene sentido. Puede que ese crecimiento perpetuo se haga a costa de las personas que lo hacen, incluidas nosotras mismas. ¿Queremos o quieren que hagamos más por el mismo dinero y en el mismo tiempo?”, plantea.
Merodear por los trabajos culturales supone a menudo asomarse a las trampas de la vocación, a los cepos para osos que abundan en ese magma llamado ‘dedicarte a lo que te gusta’. Así, Xulia Vicente esboza uno de los claroscuros de los trabajos creativos que se funden con la identidad del propio individuo: “cuando llevas dibujando desde pequeña, es algo que forma parte esencial de tu personalidad, que está completamente engarzado en ti. Por eso, los primeros rechazos resultan especialmente duros para tu autoestima: algo con lo que disfrutas mucho, se convierte en algo que te hace daño y tienes que aprender a batallar con ello mentalmente. La culpa la tiene el ambiente competitivo que nos rodea y que se te mete dentro, resulta muy difícil no compararse con los demás y desear alcanzar sus logros. Poner freno a los bucles de pensamiento dañinos requiere de un trabajo psicológico”. Según la ilustradora, el antídoto para acallar esos demonios se basa en asumir “que tú no puedes hacer lo que hacen los demás, pero ellos tampoco pueden crear lo que tú creas, que cada uno tenemos un camino propio”.
Este es un momento tan bueno como otro cualquiera para plagiar vilmente a Tolstói (en Culturplaza no nos andamos con chiquitas) y finiquitar estas líneas con un “todos los éxitos se parecen, pero cada fracaso lo es a su manera”. Larga vida a la derrota.