El exdirector de El Mundo ha publicado las memorias de su año como máximo responsable de la cabecera. En ellas desvela las cloacas, las filtraciones y la decadencia de la esencia periodística en las grandes redacciones
VALÈNCIA. David Jiménez levantó un importante polvareda en el oficio periodístico hace unos meses cuando publicó El director (Libros del KO, 2019), las memorias en las que relata el funcionamiento de las cloacas del estado durante su paso por los despachos de El Mundo. El libro no dejó indiferente a ningún periodista, especialmente a quienes aún trabajan en el diario. Sin embargo, la resistencia del corporativismo se contrapone a las loas que Jiménez ha recibido por destapar el escándalo de cómo el poder político controla la realidad mediática en los grandes medios de comunicación. Héroe o villano, este miércoles estuvo presentando El director en la Librería Bartleby de València y pudo atender a las preguntas de Culturplaza.
- Bueno, vienes a València y tienes cuatro o cinco entrevistas programadas, al final parece que se está normalizando algo la polvareda que despertó El director...
- No te creas, hay muchos que no me llaman. A quienes no les interesa ni mencionarme. El otro día estaba firmando el libro a un periodista que me dijo “En mi redacción se stá devorando el libro, todo el mundo lo está leyendo, pero nos han dado orden de no hablar de él”.
- Al leerlo, la gente se empeña en tomar partido: como poco, es interesante que hayas abierto el debate. ¿No lo sientes así?
- Era necesario ese debate en el periodismo. Un corporativismo mal entendido ha hecho que nunca hablemos de nosotros, mientras de los demás, se podía contar todo. Y yo creo que hacía falta romper esa ley del silencio y empezar a discutir lo que va bien y también lo que va mal en el oficio, porque lo que se estaba produciendo y sigue produciéndose es un deterioro de la confianza.
- Muchas veces cuando a los medios sacan grandes exclusivas o destapan grandes escándalos en la sociedad, se pregunta eso de “ya, pero ¿qué ha cambiado que se haya publicado este escándalo?”. Pues le traslado la pregunta: ¿qué es lo que ha cambiado desde la publicación de su libro?
- Que ahora mi vida es como la de Justin Bieber, de presentación en presentación. (Risas) Ya en serio, creo que es un poco pronto para saber el impacto que va a tener el libro. Me gusta que muchos profesores de Periodismo me han dicho que el libro, el próximo año, va a ser de lectura obligatoria en sus clases; porque es un libro dedicado a estudiantes. Mi propósito era llegar al mayor número de estudiantes, jóvenes periodistas que tienen que ser los que empujen un cambio necesario y una renovación.
- No salvas en tu libro prácticamente a nadie. Parece -además- que cuantos más años pasaban en la redacción, menos los salvas. ¿Tan contaminada estaba la redacción de El mundo cuando tú entraste como director?
- No estoy muy de acuerdo con que no salvo a casi nadie. Si uno mira los personajes de los que se habla de la redacción, creo que se habla con admiración de Virginia Pérez Alonso, El reportero, o de una generación de mujeres jóvenes que están tratando de empujar con contenido al periódico. Se dicen cosas muy buenas de El Mundo y creo que se transmite un cariño real por mi parte. A la vez, el libro retrata una situación que se ha creado, no sólo en El Mundo, sino en las redacciones de los medios tradicionales, que se han opuesto a los cambios para defender sus privilegios y lo que se ha hecho es conspirar. Las intrigas, hacer la guerra sucia a los compañeros y demás pasa en todas las empresas del mundo. Sería absurdo que un libro sobre El Mundo retratara a todos como angelitos
- Los redactores y los profesionales de El Mundo tampoco te han acabado de salvar a ti después de la de la publicación del libro. ¿Qué opinas de eso?
- Creo que es lo más normal en un libro que tiene esas dosis de críticas hacia el periódico y hacia cómo se han comportado los compañeros. Un libro que retrata de una manera dura el oficio... Lo extraño sería que hubieran enviado bombones y felicitaciones desde la redacción. Más allá del ruido, el libro está gustando muchísimo, a compañeros, y a periodistas de otras redacciones. Es normal que, sobre todo los que salen mal retratados estén enfadados.
- Más allá de la rumorología del libro: en España no se hace periodismo de investigación, sino de filtración. ¿En qué medida afecta esta tendencia a la búsqueda de la verdad por parte de la prensa y del periodismo?
- En que el periodismo de filtraciones es mucho más fácil de hacer: cuando el Ministerio del Interior te filtra un papel, tienes dos opciones, puede ser el comienzo de una investigación para encontrar, contrastar y verificar para hacer todo lo posible por la búsqueda de la verdad; o hacer lo que se ha hecho tradicionalmente en España en los últimos quince años, que es publicarlo tal cual al día siguiente. Este periodismo, además, tiene mucho que ver con los favores que se deben o que deberás, y muy poco con la relevancia de la historia.
En el caso de lo que se cuenta en El director, lo que tenías era una policía paralela, montada por el ministro de Interior, que estaba contaminando los medios de comunicación con la única intención de destruir adversarios del Gobierno o perjudicar causas con las que ellos no estaban de acuerdo. Y hubo compañeros que se prestaron a ello. ¿Por qué no lo vamos a denunciar? ¿Tenemos que callar cuando hay alguien dentro del oficio que lo desprestigia y que va en contra de sus más mínimos principios?
- Cuando se hablaba del periodismo como cuarto poder, se entendía como contrapoder de lo político y ahora parece que con este periodismo de filtraciones acaba siendo incluso lo contrario, un contrapoder de lo social…
- Cuando hablamos de lo que va mal en el periodismo, el poder se suele justificar en la crisis: “estábamos muy apurados, hemos tenido que romper algunas reglas”... Yo no compro esa idea porque todas estas cosas pasaban antes, aunque luego se han deteriorado todavía más. Pero yo creo que lo que ha habido -sobre todo- es una ruptura del pacto no escrito que hay entre la audiencia y los medios. Ellos esperaban de nosotros que, de una manera independiente, sin ataduras a otros intereses, estuviéramos de su lado. Y demasiadas veces hemos estado del lado equivocado porque en vez de vigilar el sistema, terminamos convirtiéndonos en parte de él, recibiendo favores y beneficios. Desde dentro no puedes fiscalizarlo, por eso es tan importante que el periodismo vuelva a salir del sistema: para, desde la distancia, investigar a quienes forman parte de este.
- ¿Se trata de un problema económico? ¿de estructura empresarial? ¿Qué redacciones actuales se salvan de ese establishment del que aboga por huir?
- La única manera de que un medio sea completamente libre es cuando dependes de quién te lee. El New York Times tiene cuatro millones de suscriptores online y le puede dar igual informar sobre un escándalo de Amazon, por ejemplo. Eso es lo que necesitamos también en España, y hace veinte años, la prensa decidió que todo su contenido se iba a entregar gratis, y fue una de las decisiones más equivocadas de la historia del periodismo. Creo que hay que rectificar completamente y decir “vamos a hacer un periodismo mejor, recuperar la confianza de los lectores y decirles que, por favor, invierta el dinero de dos cafés a la semana en apostar y apoyar a un medio de comunicación.
- Tal vez deba concretar mejor mejor mi pregunta. ¿El problema del año que pasaste en El Mundo y que relatas fue tu deliberada disonancia con el establishment o que el proyecto que tu planteaste para el diario era imposible en la megaestructura empresarial que estaba montada en Unidad Editorial?
- El otro día una persona de dentro me contó que, en una reunión reciente, se ha recuperado el plan que presenté hace cuatro años y que nunca se ejecutó. Se han perdido todos esos años, y no es que fuera del plan de David Jiménez, que da igual, es que era el plan de todos los grandes periódicos del mundo, no había otro: la apuesta tenía que ir dirigida a una transformación digital, el aumento de la calidad, reforzar la marca de independencia del periódico, ganar la confianza de la gente que lo habíamos perdido en gran parte con equivocaciones como el 11-M y, más tarde, crear un sistema de suscripción digital. Pero ese no era un plan que se pudiera hacer en seis meses, sino en un mínimo tres años. Yo fui despedido sin que ni siquiera le diéramos la oportunidad a ese plan de ponerse en marcha. En lugar de ofrecerme los medios que se me prometieron para llevarlo a cabo, se me dijo que tenía que despedir a un tercio de la plantilla. Durante ese año no había una apuesta por un proyecto de futuro, porque en realidad lo que teníamos eran directivos que lo único que estaban pensando era en llenarse los bolsillos con grandes sueldos, bonos y planes de pensiones. Mientras, organizaban un tercer ERE destinado a la gente que generaba el contenido.
- Pero en España sigue imponiéndose las estrategias de posicionarse mejor en Google y conseguir clics a través de diferentes productos editoriales…
-Creo que los grandes medios de comunicación españoles se han dado cuenta de que la carrera loca y absurda por generar el mayor número de clics posible no te lleva a nada porque no consigues monetizarla para sostener una redacción que permita hacer un producto de calidad. El problema ahora está en hacer un periodismo lo suficientemente independiente, honesto y de calidad para que la gente esté dispuesta a pagarlo.
Si sale bien, le dará a esa redacción mucha más independencia de la que tienen ahora. El problema es que a la gente se le ha olvidado que el paywall ya se ha intentó en El País y El Mundo y fue fatal. Es verdad que era en otra época, pero entonces la gente no estuvo dispuesta a pagar.
- Volviendo al tema del poder y el periodismo. Cultura o Sociedad son secciones donde, se puede reforzar, por otra parte, discursos disonantes o más cercanos al sentir ciudadano, incluso periféricos… ¿Es también, entonces, un problema del espectador, que se fija más en la tertulia política que en otras secciones en las que seguir esos problemas humanos del día a día?
- Tenemos un periodismo en España muy centrado en la opinión. Su peso es desproporcionado, ya sean columnistas, o ya sea en tertulias en las que se trata de juntar a los dos bandos para que se peleen… Son productos baratos de hacer y es mucho más rentable que trabajar en una gran historia como hace la BBC investigando para su programa Panorama y tratando un problema social importante. Yo noto que en los últimos años se han abandonado, mucho los contenidos de internacional, educación, sanidad, cultura… Es verdad que España ha vivido un cambio político interesante, pero esto nos ha llevado a una locura y una desproporción en cuanto a la cobertura y el tiempo que le dedicamos a las peleas de los políticos, que -además- muchas veces no le interesan a nadie más que a los propios periodistas, a los políticos y a los empresarios.
Una de las críticas que siempre he hecho de la prensa en España es que parece que está hecha precisamente para eso, para el círculo cerrado en el que nos movemos los periodistas. Y creemos que todo lo que se discute en ese círculo es lo único importante y relevante, y muchas veces dejamos a un lado temas que son realmente importantes para la gente.
- Un par de mensajes para el estudiantado de periodismo ¿qué romantizamos y que infravaloramos más de la de nuestra profesión?
- Yo creo que valoramos de más nuestra propia importancia. El periodismo es un oficio en que los egos se imponen al talento y estamos constantemente hablando de lo mucho que vamos a cambiar el mundo, lo importantísimo que somos para la democracia y para la regeneración. Y sentimos que de lo que nosotros decimos nos tienen que hacer caso. Yo creo que tenemos que tener los pies más en el suelo, ser más humildes y darnos menos importancia, porque realmente no tenemos tanta.
Por otra parte, creo que se infravalora de manera importante justo lo contrario. Es decir, la importancia de tener una prensa libre e independiente y combativa y de lo que eso supone para la salud democrática de un país y pasa, por ejemplo, con los medios públicos. No consigo convencer ni siquiera a algunos compañeros de la auténtica estafa que es que los políticos, cuando llegan al poder, cojan un medio público, y lo conviertan en su gabinete de prensa con mi dinero, el tuyo y el de todos los demás. Necesitamos educar desde la misma escuela a la gente para que entiendan la importancia de la prensa en democracia. Los politicos sin duda no la entienden, pero me preocupa más que haya muchos periodistas que tampoco.
- Cada año salen muchos más periodistas de las facultades de lo que el sector ahora mismo puede absorber ¿La precarización, esa situación de debilidad económica a la que se enfrenta a una recién graduado, también es parte del problema de esa claudicación que acaba habiendo frente al poder?
- Una de las cosas esenciales que el periodismo debe tener es el coraje de decir que no cuando te enfrentan a decisiones que van en contra de los principios periodísticos. Pero claro, es mucho más difícil decir que no cuando tienes un puesto de trabajo precario que pende de un hilo y no tienes oportunidades de irte a otros lugares a trabajar. Creo para que el estado y la calidad del periodismo mejore, una de las primeras cosas en las que se debería avanzar es -precisamente- en unas condiciones profesionales dignas. Porque no es tanto que no haya dinero, es el desequilibrio brutal que hay entre un columnista que gana por escribir una columna diaria repetitiva el sueldo de seis o siete redactores; o a un freelance que se va a Siria a cubrir la guerra le están pagando 60 o 70 euros por una crónica mientras directivos se embolsan bonos millonarios. Lo que ha ocurrido en el periodismo es lo mismo que ha ocurrido en otros sectores: es que ha habido unas castas, unos privilegiados, que se han llevado a gran parte del pastel a costa de la gente que realmente traía el contenido periodístico.
- Una última pregunta de actualidad. Con su experiencia, ¿cree que se está manejando mediáticamente la opinión pública para facilitar la formación del Gobierno actual?
- Lo primero es que creo que la trama de las cloacas ha pasado de puntillas sin que se depuren responsabilidades políticas, siendo un escándalo mayúsculo, a la altura del Watergate. La justicia ha actuado contra Villarejo, pero todavía hay elementos en la policía y en las instituciones del Estado que están contaminados y que, cuando las circunstancias políticas lo permitan, podrían volver a actuar de la misma manera como lo hicieron en la época de Fernández Díaz.
Ahora, no tengo ninguna duda de que hay intereses de lo que yo llamo ese triunvirato de tres poderes (político, económico y mediático, que en realidad son uno solo) en que lo mejor para el país sería que Ciudadanos apoyará al PSOE. Pero lo que pasa es que ese triunvirato ha perdido cierto peso en comparación con el que tuvo durante los años de Mariano Rajoy, donde era decisivo. Está por ver hasta qué punto pueden influir en las decisiones de un partido tan personalista como es Ciudadanos, donde al final se acata la decisión de una única persona cuyo objetivo final y cuya ambición está por encima de esas consideraciones.