VALÈNCIA. El 22 de mayo se estrena la tercera temporada de Twin Peaks. Veinticinco años después del último capítulo emitido, la serie regresa contra todo pronóstico, envuelta en un inevitable halo de expectación. Para darle más emoción al asunto, David Lynch ha declarado que no volverá a hacer cine. Opina, no sin razón, que no hay lugar en la industria para un creador como él, por lo que Twin Peaks podría ser su última obra audiovisual. En medio del que quizá sea uno de los momentos álgidos de su popularidad, no está de más recordar que hace 25 años, estuvo en València inaugurando una exposición de pintura y fotografía.
Es como si aguardáramos un eclipse o el paso de un cometa. El mundo se prepara para recibir la nueva obra de David Lynch de una manera en la que nunca antes lo había hecho. La tercera temporada de Twin Peaks es la primera de sus obras audiovisuales estrenada en la era de las redes sociales. El regreso de su obra más popular, tremendamente influyente en el reino de lo serial, viene abriéndose camino desde hace más de un año, cuando empezaron a darse oficialmente los detalles de esa nueva temporada. El documental The Art Life y el libro David Lynch. El hombre de otro lugar (Alpha Decay) han llegado respectiva y recientemente a nuestros cines y librerías como una aproximación a ese mundo jeroglífico y en ocasiones indescifrable que es la mente del director de Corazón salvaje.
La memoria es traviesa, cada vez más me temo, y nos lleva a olvidar cosas que no deberíamos. Por ejemplo, que Lynch visitó Valencia en 1992, un episodio que ya rememoré en esta misma sección, en primera persona, hace poco más de un año. El director, en la cúspide de su popularidad, acudía entonces a la inauguración de una exposición de fotografías y de pinturas organizada por la Sala Parpalló. Como la muestra fotográfica era además la primera que se realizaba con sus imágenes, el autor se animó a hacer algo que en aquel entonces no era habitual para un personaje de su nivel: viajar a la siempre alegre Valencia. Su presencia fue un acontecimiento y durante unas horas fuimos la envidia del ámbito cultural nacional. Un episodio que tiene en el comisario de la muestra, el artista plástico Artur Heras a su otro protagonista.
Heras inició su trayectoria artística a principios de los sesenta, creando con Manuel Boix y Rafael Armengol un núcleo artístico que les llevó a compartir exposiciones durante algunos años. Vinculado a la corriente conocida como crónica de la realidad desde entonces y hasta ahora, su obra ha mantenido una mirada crítica. La Parpalló, la primera sala de gestión pública dedicada al arte moderno en Valencia, abrió sus puertas en 1980 bajo los auspicios de Diputación; Heras estuvo al frente de ella desde entonces, hasta que la dejó en 1995. Un ciclo sobre Lynch organizado por la Filmoteca de Valencia fue el origen de las citadas exposiciones. Durante la confección del mismo, los organizadores descubrieron su obra pictórica, apenas difundida por aquel entonces. Heras viajó a Los Ángeles para ver una de sus exposiciones y conoció al artista. En mayo de 1992, las fotografías de Lynch se exhibieron en la sede original de la Parpalló, en la calle Landerer; paralelamente sus cuadros se expusieron en el Palau del Marqués de la Scala.
La Parpalló ya había expuesto a los largo de sus doce años de vida obra de importantes artistas, que en algunos casos -Walker Evans, Robert Frank, Robert Capa, Wim Wenders, Jean Le Gac, Richard Brosman o Vettor Pisani-, se veían por primera vez en España. La muestra de de Lynch también entra dentro de esa categoría, sin embargo tuvo un despegue muy diferente. Trascendió el ámbito de lo artístico para transformarse en un acontecimiento de alcance cultural y social. “La vistosidad de aquella inauguración residió sobre todo en el hecho de que Lynch accediera a venir”, cuenta Heras. “Caminaba rodeado por los medios de comunicación, llegando primero a la Parapalló, y luego, andando por la calle Cavillers hasta el Palau dels Scala, que es donde tenían lugar las exposiciones más grandes, y donde estaban las pinturas. Fue todo un espectáculo. Aceptó venir con todas las consecuencias. Fue muy paciente. Atendió a todo el mundo. Concedió entrevistas, firmó autógrafos, se hizo fotos…”
Cualquier que haya hecho inmersión en el mundo de Lynch –tanto el documental como el libro previamente mencionados son un buen método para ello- sabrá ya que su visión onírica y oscura del mundo está casi exclusivamente contenida en su obra. Su personaje, aunque atípico, no es necesariamente una extensión de ella. Sus extravagancias funcionan a pequeña escala y no son el espectáculo que cabría esperar de alguien que ha filmado pesadillas como Cabeza borradora, Terciopelo azul o Autopista perdida. “Lynch asumía su popularidad”, recuerda Heras, “pero no ejercía el papel de creador excéntrico. No había adoptado esa pose arquetípica, la versión caricaturesca del creador que parece que tiene que hacer payasadas para llamar la atención.”
Así pues, el artista famoso por sus aproximaciones surrealistas al sexo y a la violencia, resultó ser un individuo como otro cualquiera –“se comportaba con una normalidad atípica”, recalca Heras- que cumplió con buen talante y educación su periplo en una ciudad que no sabemos qué impresión le causó, en el caso de que diera tiempo a que le causara alguna. La misma noche de la inauguración se dio una cena en su honor en el restaurante Villa Amparo de Rocafort. Expuesto a la bonanza de la primavera valenciana, Lynch fue agasajado en los jardines de la que fuera la residencia valenciana de Machado antes del exilio definitivo. A la recepción acudieron figuras de la cultura y la política. Una vez más el artista, tal y como su anfitrión recuerda, fue amable con absolutamente todo el mundo, algo de lo que quien esto escribe también puede dar fe.
Quizá el único momento lynchiano de toda su estancia aquí tuvo lugar a su llegada. Pero antes de contarlo, quizá sea mejor dar una definición de lynchiano. Según escribe Dennis Lim en El hombre de otro lugar, “si kafkiano sugiere una atmósfera de absurdo amenazante y borgiano un jardín de senderos que se bifurcan; si capriano connota un optimismo complaciente y felliniano designa algo fantástico y carnavalesco, lynchiano significa… bueno ahí está lo complicado y lo interesante, saber qué significa”. Cuando Heras fue a recogerle al aeropuerto de Manises, los medios allí congregados se volcaron con el autor de Twin Peaks, ignorando la presencia a tan solo unos metros de distancia del arquitecto Santiago Calatrava. “Se le veía incómodo. Quedó completamente eclipsado y se cogió un cabreo considerable”. A mí esto me parece muy lynchiano, sobre todo si vives en Valencia, acosado por los destellos del trencadís.
A Artur Heras, lo que más impactaba de Lynch era su físico. Un hombre alto, con el pelo gris peinado ya en forma de tupé, los ojos claros y una rigidez en los movimientos que se debía a una faja ortopédica, consecuencia de un problema en la columna vertebral. Lo extraño –esa palabra tan fascinante con un antónimo tan antipático: lo normal- latía únicamente en su obra. “Sus fotografías presentaban imágenes de paisajes urbanos, fábricas y ruinas industriales con un fuerte atractivo visual. Pero también había fotografías de personajes construidos por él mismo, como una cabeza hecha con miga de pan rodeada por hormigas”.
Heras destaca también el poder de sus pinturas. En el texto que firmó para el correspondiente catálogo escribía: “Su trabajo posee la fuerza de lo misterioso y la extraña cualidad de no estar anclada en el tiempo”. Le pido ahora que regrese al momento en el que vio aquellas obras por primera vez. “Las pinturas aguadas y realizadas sobre papel estaban muy conectadas con su mundo onírico. El resto de cuadros estaban creados con texturas diferentes y poseían una materialidad, una porosidad que te obligaban a acercarte a ellas. Su pintura apenas tenía dependencias de otros estilos, sin apenas influencias de las corrientes del siglo XX. Poseía la singularidad de aquel que logra imponer un mundo personal”.
Una vez consumido su tiempo en Valencia, la muestra de Lynch viajó a Florencia. Por su parte, Artur Heras sigue creando y experimentando como artista plástico. La pasada primavera expuso en La Nau de Valéncia No ficción. Obsolescencia y permanencia de la pintura, una muestra formada por más de 400 obras. En breve presentará su última creación, Imaginari, una caja que recoge grabados, objetos, dibujos y que según sus propias palabras, sin ser un testamento tiene algo de inventario. En cuanto a David Lynch, su trabajo al margen del ámbito de lo audiovisual lleva lustros ampliándose por medio de pinturas, discos, instalaciones y colaboraciones con otros artistas. Conectándonos con un mundo desconocido, perturbador e hipnótico.