La autora publica ‘Cartilla de redención’ (Altamarea), un volumen de siete relatos sobre el remordimiento, la búsqueda del perdón y las intemperies de una existencia frágil
VALÈNCIA. No importa cuánto empeño le hayamos puesto a crearnos un hogar pluscuamperfecto, un escaparate vital impecable, una hoja de servicios sin mácula. Porque la existencia recorre rutas sinuosas y al doblar la esquina más inesperada puedes acabar dándote de bruces con el error, el pecado, la desgracia, la equivocación. Es ahí cuando la culpa toma posesión en nuestros dominios más íntimos y comienza a instaurar su ley. ¿Cómo seguir viviendo a pesar de los remordimientos que nos roen las entrañas y los dedos de los pies? Precisamente los mecanismos del reproche y la expiación son el hilo conductor de Cartilla de redención, de Purificació Mascarell (Xàtiva, 1985), un volumen de relatos editado por Altamarea que supone el debut de la autora en la ficción narrativa.
Una niña adorable agredida por un compañero de clase, un nuevo y atractivo vecino, una inane compañera de trabajo que fallece fortuitamente… Cada relato se ve atravesado por un relámpago vivencial, un punto de inflexión que pone patas arriba el mundo de los personajes, que les deja a la intemperie y desata las oscuridades que mantenían amordazadas en su interior. Esta profesora de Teoría de la Literatura Comparada y Estudios Culturales de la Universitat de València presenta una sucesión de protagonistas femeninas poliédricas, repletas de matices y contradicciones, en una lucha contra sus propios demonios.
Fervorosa adoradora de Horacio Quiroga (“para mí, es Dios”, confiesa), Mascarell hace aquí las veces de francotiradora literaria y apunta certera con sus narraciones al esternón del lector. El aliento contenido durante unos segundos; frente al espejo, las propias dubitaciones. A fin de cuentas, ¿a quién no se le corta la respiración cuando se ve abocada al abismo?
Cartilla de redención - que toma su nombre del documento expedido durante el franquismo a los presos y en el que se dejaba constancia de cómo purgaban sus penas a través de trabajos forzados- es también una cornucopia de referencias culturales. Así, entre sus páginas se entrecruzan guiños a las institutrices de las Brontë, la Bauhaus, William Morris, Hannah Höch, Grosz o Kafka. Una celebración del conocimiento gozoso que funciona también a modo de advertencia: la literatura y el arte no son suficiente para librarnos del horror y la fragilidad.
- La culpa y, específicamente, la culpa femenina actúa como hilo conductor de las diferentes narraciones, ¿por qué te interesaba explorar sus cavidades y ramificaciones?
- Porque la idea de culpa está muy ligada al concepto de mujer en la mentalidad occidental, y cristiana; en ese sustrato cultural católico que tenemos de la culpa originaria de Eva. A partir de ahí parece que el resto de mujeres la vamos cargando para siempre sobre nuestros hombros. De hecho, hay estudios psicológicos que dicen que la mujer tiene una vivencia de la culpabilidad mucho más intensa, dolorosa y duradera en el tiempo que la del hombre.
- Es más, en estos relatos no se trata solo de la culpabilidad en sí, sino de cómo intentamos vivir con ella, hacia dónde nos lleva, qué nos despierta, cómo la canalizamos…
- Completamente. En ocasiones, la pequeña culpa que arrastran estos personajes femeninos acaba arrastrando a las personas que tienen alrededor. Incluso en títulos como Una historia inglesa, donde la culpa está más escondida, pero está ahí también: una mujer que tiene un secreto y se siente culpable por ello. Y, al desvelarlo, cambia la vida de los otros personajes. O en El alumno (un retrato de la jerarquía universitaria), la profesora siente que tiene el poder en un principio, pero luego descubrimos que ella tiene por encima un poder que la controla. ¿Quién tiene la culpa en ese relato? ¿Es una culpa compartida? Eso era algo que me interesaba mucho dejarle al lector.
- Tus personajes se enfrentan a una doble redención: la externa y la interna; la que te otorgan los demás y la que te das a ti misma.
- Claro, por un lado necesitas que los demás te perdonen para sentirte salvado, purificado, pero si tú no te das ese perdón no puedes vivir en paz. Lo vemos, en El Patio, ella no es culpable realmente, pero se flagela, se machaca. Me interesaba que estas historias no fueran algo monolítico de buenos y malos, sino que viéramos las caras que todos jugamos en las diferentes facetas de la vida.
- La mayoría de protagonistas de tus relatos intentan construir a los demás a través de los retazos que conocen de su existencia, ya sean unos nuevos vecinos o una compañera de trabajo. A partir de ahí, van llenando los huecos sobre su historia y su personalidad de suposiciones o prejuicios…
- Y nosotros, en tanto que lectores, únicamente conocemos a esos otros personajes gracias al punto de vista de las protagonistas y a detalles muy concretos. Eso es muy importante en La córnea, donde tenemos todo el rato la perspectiva de la madre burguesa, idílica, que tiene una buena posición socioeconómica y mantiene a su hija en una burbuja de arte y cultura. Y luego está la madre del niño agresor, con una situación mucho más precaria y cuyo mundo vamos descubriendo a través de la primera mujer. Solo al final del relato ampliamos esa visión.
-De hecho, esos personajes con los que se relacionan las mujeres que centran tus relatos son siempre percibidos como la otredad, ya sea en forma de peligro, de promesa o de incógnita.
-Hay muchos personajes en estos textos que funcionan como antitéticos. Por ejemplo, La visita es en realidad una historia sobre némesis, lo vemos con el dentista y Rojo. Y en otros casos, como Solo es agua, vemos a figuras que pueden percibirse primero como enemigos, los soldados, que en realidad establecen con ella una complicidad. En todo caso, para mí es una forma de hablar de los prejuicios que tenemos sobre los demás. Siempre tendemos a poner a los otros etiquetas para mantenernos alejados y evitar que nos contaminen. En ese sentido, hay una reflexión en los relatos sobre la necesidad de romper con esa inercia y dejarnos llevar por las diferencias.
-Todos los relatos que componen Cartilla de redención incluyen un punto de inflexión, una brecha que supone un antes y un después en la vida de esos personajes. Estos momentos catárticos, ¿funcionan simplemente como un mecanismo narrativo o crees que todos nos enfrentamos en alguna ocasión a ese tipo de quiebres vitales?
- Por un lado, a nivel narratológico funcionan genial porque son un trampolín que te da mucho juega y te permite desarrollar una historia. Pero es que nuestras vidas están plagadas de esos momentos en los que se nos desgaja algo. Y ahí salen a la luz todos nuestros fantasmas y sombras, empezamos a cuestionar las decisiones que hemos tomado, a pensar si deberíamos haber optado por otras cosas… Tú no eres consciente, pero vas dando pasitos y acabas encontrándote al borde del precipicio. ¿Y entonces, qué?
Hay una cosa que me obsesiona mucho y es qué pasa cuando tú te esfuerzas por crear una trayectoria equilibrada, protegida, ideal, y de repente hay algo que entra, una fuerza que te rompe todo. ¿Cómo gestionas que por mucho que tú te empeñes en crear una burbuja, el mundo exterior te afecta? Las protagonistas quieren tenerlo todo bajo control y se ven enfrentadas a situaciones en las que pierden ese control.
-Y esos puntos de inflexión de los que hablas tienen cierto componente violento en mayor o menor medida. Además, según el caso hablamos de violencia física, verbal, sistémica… ¿Cómo has jugado con el uso de todas estas formas de violencia y sus diferentes representaciones?
-Para mí la violencia es un símbolo del poder, a través de ella podemos ver cómo se plasma. Las dinámicas del poder lo impregnan todo y me interesan tanto desde el punto de vista vital como plasmadas en la literatura. Y no me refiero a los partidos políticos, sino al poder como algo que tenemos nosotros mismos. En nuestro día a día estamos ejerciendo el poder sobre otros: nuestros amigos, nuestra familia, un trabajador… Esa dominación se manifiesta a través de la violencia, pero no solamente física, sino, como tú dices, también mediante unas palabras o un modo de actuar. Esa cuestión simbólica es algo que me preocupa, la trato mucho en clase y quería que apareciera en el libro.
-Todas tus protagonistas están inmersas en algún tipo de búsqueda, todas tienen alguna pesquisa entre manos…
-Por un lado, yo me dedico a la investigación académica y creo que eso se refleja de alguna manera en esas protagonistas. Y por otro, a mí desde pequeña me ha fascinado la literatura negra, las historias de detectives en las que se tiene que abordar un misterio y descubrir algo. Por ejemplo, Una historia inglesa es un homenaje a Arthur Conan Doyle, autor que me encantaba de niña. Además, en estas búsquedas, obligo al lector a plantearse por dónde le están llevando los personajes, hacia dónde te quieren llevar.
-Las historias que componen Cartilla de redención están plagadas de referencias culturales. ¿Hasta qué punto crees que los libros, películas u obras plásticas nos construyen?
-Ha sido algo muy deliberado por mi parte. Quería rendir homenaje a todos esos autores y obras que me han influido y han sido importantes en mi formación literaria y humana. Está Tiempo de Silencio, César, Vallejo, Kafka con Informe para una academia...Y al mismo tiempo, lanzo a los lectores esta pregunta: ¿en una situación límite, tener mucha formación intelectual y artística nos ayuda o en realidad acaba siendo un estorbo? Porque a menudo pensamos que la cultura es una capa protectora, pero cuando la resquebrajas, si no tienes detrás unos valores o unos principios, todo eso se cae.
-De hecho, a muchos de esos personajes, todo su poso cultural no les salva ni de la violencia ni de los accidentes ni de las malas decisiones. Podríamos decir que se trata de un refugio, pero solo hasta cierto punto. Acumular conocimientos no es garantía de nada.
-Ese sumar saberes es como la cabaña de paja de Los 3 cerditos, estás muy a gusto, pero cuando se cae, si no tienes una ética personal fuerte, te quedas sin nada. Todos conocemos a personas que no están formadas, pero tienen unos valores tremendos y a otras que son cultísimas y en las que jamás confiaríamos.
-Otro elemento común en estos relatos es el espacio de la casa y la relación con los objetos que alberga y que nos rodean. ¿Los lugares que habitamos nos describen?
-Pues la verdad es que no había reflexionado antes al respecto, pero creo que es así. Me encantan los objetos, para mí son, en cierta manera, talismanes, pequeñas referencias que tienes en tu casa, en tu vida. Pienso mucho en qué pongo en mis estanterías… Es algo que tengo muy presente en mi cotidianeidad y creo que, de una forma no premeditada, se ha trasladado a mis personajes. Me viene a la cabeza El Patio, cuando la arquitecta llega a su nueva casa y lo primero que hace es ponerse ese cuadro de las chicas de la Bauhaus, su referente de emancipación de la mujer, y cómo a lo largo del relato acaba desarrollando casi un diálogo con ellas. Además, el ámbito doméstico es algo que ha definido a la mujer durante mucho tiempo, el espacio al que quedaba relegada y en el que ella podía manifestar su personalidad.
-Hablábamos al principio de la entrevista de la relación entre culpa y mujer. Gran parte de la historia de la literatura ha estado dominada y protagonizada por la mirada masculina. Estamos acostumbrados a personajes femeninos (a menudo, secundarios) que están descritos desde la perspectiva del hombre, pasados por su tamiz. Aquí, en cambio, encontramos protagonistas femeninas creadas por una mujer y que además no son ejemplares; se trata de figuras complejas, con claroscuros y aristas. Mujeres que escapan al binomio santa/bruja: ni son seres angelicales ni monstruos pérfidos.
-Responde a varias razones. Para mí, como mujer, me resulta mucho más auténtico trabajar desde la mirada femenina, al final busco la verosimilitud, que sean creíbles mis personajes. Me identifico con mis protagonistas, conozco sus mecanismos internos. Además, la literatura y la ficción pueden dar cabida a la visión de las mujeres sobre las cosas, algo que en el canon y en la construcción social ha sido siempre periférico y poco importante. Pero eso está cambiando, ahora las editoriales están apostando mucho por voces femeninas y rescatando textos de autoras que habían pasado desapercibidas. Me parece muy interesante poder aportar mi granito de arena.
Por otra parte, el hecho de hablar de la perspectiva femenina no va a hacer que yo blanquee a las mujeres, que las convierta en modelos de perfección. Todos los seres humanos tenemos taras y defectos. Mis personajes tienen conflictos interiores y dudas.
-En otras tradiciones literarias, como la latinoamericana o la anglosajona, el relato tiene mucha fuerza: ahí están Cortázar o Carver, que, de hecho, aparece citado en un momento del libro. Pero parece que en nuestras coordenadas no tiene tanta presencia o, al menos, no se le ha dado mucha visibilidad.
-Creo que empieza con la Secundaria: cuando se escogen obras de la narrativa española para formar al alumnado siempre se opta por novelas. Y eso marca. Sería muy interesante romper ese canon. Por ejemplo, a mí me fascina la faceta de cuentista de Emilia Pardo Bazán. Todo el mundo la conoce por su labor de novelista, pero tiene piezas breves brutales. También Clarín. Más contemporáneos, me encanta Jesús Fernández, lo uso mucho en mis clases.
La novela es un género más ‘amorfo’, donde todo cabe, donde puedes utilizar muchos recursos y muchos géneros. El cuento es como una flecha, tiene que ir certera en línea recta y conseguir un efecto. Debe tener un ímpetu que te lleve de la primera línea hasta la última y que no lo puedas soltar. Si te cargas esa linealidad y esa fuerza, el relato no tiene gracia.