El sábado pasado, a la misma hora que calzaba mis botas de agua y arremangaba las mangas del caliente polar para capear un día de trabajo con la tierra, recibí un mensaje en mi inteligente aparato celular. Procedía de un contacto, José Antonio, viejo colega de la Politécnica, de la grada e hipertenso forofo valencianista. Me preguntaba si acudiría a la manifa contra Meriton. Le respondí más rápido que el propio mensaje. No. Mi tiempo ha pasado a la vanguardia del valencianismo. No he sido vanguardia nunca de nada en la vida. Me gusta perder. Estoy en la reserva. Con la blanca en la cartera. Ahora les toca el turno a otros hostiles con la propiedad custodiar el legado de abuelos y padres que suscribieron con la magna y brillante institución del Valencia C.F.
Tiempo atrás viajé mas lejos de Oriente. A las puertas de la sede de la Fundación, a la avenida Suecia, en los días previos al cónclave que sin haber fumata blanca estaba ya todo decidido. Recuerdo, junto a otros compañeros de grada, tener poca capacidad de convocatoria en la protesta contra la operación del traspaso de acciones de la Fundación a la oferta ganadora. Bajo la marca de Plataforma Bar Torino, incrédulo de mí, creí que asaltaríamos la plaza. No fue así. Me fui a casa por segunda vez. Soy un segundón.
En los últimos años, el valencianismo se ha ocupado de recuperar parte de la memoria histórica. Soberbio. Obligados estamos a vacunar a los próximos dirigentes de la ciudad a no volver a cometer los mismos errores del pasado. No pequemos otra vez por favor. Fueron muchos y diversos. E incluso esperpénticos. De película de Tarantino. También recuerdo leer unas declaraciones de un honorable y catedrático de la honestidad sobre las pocas ganas que demostraron los gobernantes de la València de principios de los noventa. Con un poco de presión hubiéramos conseguido no “cotizar” en bolsa.
Desde entonces, el intervencionismo político fue total sobre la soberanía del pueblo de Mestalla. El día que abrimos las puertas del viejo Mestalla, me pilló creo, en el denostado Vicente Calderón, con alfombra roja para recibir a un expresidente del país, perdimos el control sobre la entidad. El intrusismo `político se adueñó de la dirección del club. Recordarán como yo, la polémica surgida por el trasvase del agua. Pues señores, la riada llegó a Mestalla en un Valencia-Murcia. Me fui otra vez. Cabreado. Empecé a no reconocer a mi club. València no te reconozco.
Enfrascado en una batalla de poder, sin precedentes, de la generación del bogavante, el club cambió su nombre, por el de Valencia CF de las construcciones. La ampliación del viejo Mestalla, tumbada, Porxinos sentenciado y la construcción del nuevo Mestalla paralizado. Desde aquí, mi cariño a las familias de aquellos trabajadores que murieron durante las obras. A ello hay que sumarle los préstamos concedidos por la quebrada banca de los valencianos. O la imposición política del último, hasta el momento, presidente autóctono, antes de dejar en manos de un político socialista la firma de la codiciada venta con Meriton.
Hasta aquí podrá o no estar de acuerdo mi querido lector, pero es otra lectura o visión de los hechos. Y desde esta columna abogo, no siendo nadie para reconducir la indigesta situación. No necesitamos dinero. Necesitamos buenos interlocutores para decirle al mago de oriente que el valencianismo de cuna se merece un respeto. Y buscar entre el poder valenciano, buenos gestores, predispuestos a recuperar el control del club. Que la manifestación del sábado sirva para algo más. La primavera valencianista está ahí. Solo falta que el capital valenciano la respalde, y ojo, las instituciones se mantengan al margen. Mi admiración y respeto a los miles de valencianistas que dijeron el sábado ¡Basta!
PD: Aleixandre te echo de menos.