VALÈNCIA. ¿A quién no le va a gustar una canción del siglo pasado? ¿A quién no le va a gustar? Quizás sea un atrevimiento, pero nos atrevemos a decir que las músicas tradicionales, populares, aquellas habitualmente incluidas en el ámbito del folclore, están de moda, o al menos, aumentando exponencialmente su presencia entre los públicos más jóvenes. Son variadas y diversas las propuestas musicales de artistas actuales que incluso llegan a los grandes festivales, llenando estadios y auditorios.
Alguna cosa debe tener esa música tradicional para estar atrayendo a jóvenes e inundar sus listas de reproducción de temazos construidos sobre sólidas melodías que ya entonaban nuestros abuelos. Patrimonialmente hablando, como solemos hacer, podemos hacer una comparativa con los procesos de desaparición y recuperación de tradiciones. En un mundo hiperconectado, cuando generaciones anteriores desestimaron seguir con aquellas tareas, fiestas, músicas, las generaciones más jóvenes sienten cierto interés por conocer los modos de vida de sus abuelos, de sus antepasados. Como en una búsqueda identitaria nos sumergimos en las raíces familiares y sociales, conociendo un mundo muy distinto al nuestro. Una realidad que potenciaba los lazos sociales y comunitarios y, por ende, emanaban cantidad de expresiones culturales que hablaban de ellos y para ellos.
A pesar de los fuertes procesos de globalización que llevan consigo el olvido de los modos de vida, de nuestra forma de entender la realidad que nos rodea en cada territorio y como nos relacionamos con la naturaleza, con el resto de las personas, parece que en nuestro interior tengamos un apartado de nuestra programación emocional que se activa cuando escuchamos esa música que nos vincula con nuestra tribu, con nuestra comunidad. Esa música hecha con instrumentos heredados de pueblos que habitaron nuestras tierras, melodías y acordes transmitidos de padres a hijos, y más recientemente, recordados por las mujeres, principalmente. Esa música aún nos llega, gracias en gran parte a un gran número de colectivos que se esfuerzan por mantenerlas, pero también a través de artistas contemporáneos, que están creando nuevas y armoniosas delicias partiendo de los tradicionales acordes
Requisito indispensable para concebir la música tradicional es su alta popularización en un momento o época y su transmisión, principalmente de forma oral, a través de los tiempos. De ahí que se la sitúe en un contexto histórico, y, por tanto, sea necesario conocer las costumbres, ritos y circunstancias que motivaron a las personas a crearlas. No hace falta ser muy observador para darse cuenta de que los tiempos han cambiado, y que aquellas melodías o cantos daban cuenta de realidades muy diferentes a las actuales. El debate de su actualización, o de su representación fiel, está abierto entre los puristas de las costumbres y aquellos que pretenden hacer evolucionar y adaptar las manifestaciones culturales, sin olvidar su enraizamiento.
Dan buena cuenta de ello los y las cantantes y artistas que, actualmente, crean su obra musical partiendo de aquella tradicional. Su gran interés y curiosidad los ha llevado a ser reconocidos por ello, más que por vínculos familiares, pero algunos, como Vicente Navarro (Madrid), sí que llega a saber de un abuelo suyo que cantaba y tocaba la guitarra, aunque eso fuese una actividad presente en la sociedad rural. Es un camino personal y artístico el que lleva a Vicente Navarro a la música tradicional, como respuesta también al bombardeo anglosajón de los años 2000. Esa influencia extranjera limita aquello que siempre quiso comunicar, y la música tradicional es una pieza clave para profundizar y transmitir con más fuerza. Una filiación similar relaciona a Dulzaro (Valladolid) con la música popular: también su abuelo cantaba con una linda voz que encandiló a este joven vallisoletano.
Pero más importantes son las influencias que han ido recibiendo de grandes folcloristas, recopiladores de músicas en los diferentes territorios, como por ejemplo Joaquín Díaz, a quien llevaban puesto en el coche los padres de Dulzaro. Joaquín Díaz es uno de los grandes referentes españoles y, junto a su fundación, uno de los máximos divulgadores de la cultura popular. Ha sido (y es) una gran y necesaria labor, la del arduo trabajo de recolección. Una tarea que empezó a ser imprescindible cuando la cadena de transmisión empezó a flaquear, unas décadas atrás, y que vuelve a ser primordial, ya que muchas de las personas que aún recuerdan las viejas canciones están desapareciendo…
Ese trabajo de campo, cuál etnólogos, es desarrollado por muchos de nuestros nuevos músicos. A su permeabilidad, a conocer aquello que les llega, como comenta Dulzaro, se une la investigación de las músicas que recogen y la relación entre las personas que cantan y tocan y su tierra. “Necesito trasladarme para visualizar el pasado, y lo hago también a través de autores que me llevan a esas realidades”, afirma Vicente Navarro. Como observadores participantes o no participantes, nuestros músicos van recogiendo esas melodías, las formas de cantar, las voces y las letras y formando un digno corpus musical, en el que deberían de estar trabajando sin cesar las mismísimas instituciones culturales que velan por la salvaguarda de nuestro patrimonio inmaterial.
Esos cancioneros documentados son fuente de inspiración para la creación de nuevas músicas. Así lo defiende La Maria (Oliva, València), quien viene estudiando piezas recuperadas en el conservatorio. Su interés radica en los inicios, en cómo se forma la música tradicional, para concluir que nada es casual ni fortuito. La Maria distingue claramente entre dos formas de trabajar con la música recuperada: la ejecución, a la forma tradicional, y la creación, de la que ella es una de las máximas exponentes en el panorama valenciano actual.
La creación, trabajo que comparte con Vicente Navarro y Dulzaro, va de la mano, en muchas ocasiones, de la resignificación o transformación, fundamentalmente de las letras y de los instrumentos que utilizan ahora. Aquellas letras hablaban de aquel momento, de formas de relacionarse, que han evolucionado, por ello, esta nueva música tradicional ha de hablar del presente, de nuestro mundo, de nosotros, ligándose al respeto.
Todo este proceso de creación atiende al debate abierto sobre la música tradicional. ¿Qué es lo tradicional? ¿Qué podemos considerar tradicional o no? ¿Hasta qué momento la música es tradicional? Estas preguntas sin clara respuesta sobrevuelan a la escena musical y también los coloquios académicos donde se ha empezado a estudiar concienzudamente la cultura popular. La tradición, aquello considerado secular, es vulnerable de ser considerado incluso como una pieza museística, incluso romantizado por los más puristas, con el peligro de convertirse en un fósil descontextualizado.
Con el trabajo de artistas como La Maria, Vicente Navarro y Dulzaro, entre otros tantos, se le permite la legítima evolución a la música tradicional. La delicada mirada de estos y estas artistas hacia la música que les ha sido legada, evita la nostalgia y la alimenta de vida, la nutre de significado y consiguen hacerla llegar al público, que se reconoce en ella, haciéndoles palpitar el pecho de emoción.
Son sus canciones, las de nuestro presente, las que están nutriendo la historia de la música. Malagueñas, jotas, canciones de cuna y demás, que brotan del corazón de La Maria, del pandero de Dulzaro y de la voz de Vicente. Canciones que nos atraen y emocionan ahora y que serán, sin duda, herencia de la música tradicional de nuestro futuro.