VALÈNCIA. ¿Le gusta su vida? ¿Responde a lo que imaginaba, si es que alguna vez pensó en cómo iba a ser? ¿Si pudiera escribirla, hacer un guion para que se ajustara a él, se parecería a lo que está viviendo ahora y lo que previsiblemente señala su futuro? ¿No cree que debe haber otro modo de vivir, otro lugar, un poco más satisfactorio que este? Preguntas incómodas, ¿eh? De esas que, si una se las hace, desciende a grietas profundas que mejor no tocar. Es ahí donde nos suelen salvar las ficciones, donde somos otros y vivimos vicariamente las existencias imaginarias de los personajes que las habitan. Imaginarias, que no falsas, porque las emociones, los sentimientos, todo aquello que desata los mecanismos de identificación con el mundo de la novela, película, serie o cuento que estemos disfrutando son bien reales y verdaderos. Por eso funciona. Por eso la necesitamos. A la ficción, digo.
Por eso, entre 2008 y 2011 y para sorpresa de todos, unas 10.000 personas participaron en San Francisco en un juego de realidad aumentada o alternativa, performance a gran escala, ejercicio de arte urbano o experimento social, que de todo ello hubo, que ofrecía una compleja aventura en el mundo real en el que había que seguir pistas y llevar a cabo una serie de acciones por toda la ciudad. Para llegar a otro lugar mejor, para salvar a alguien, para ser más feliz. The Jejune Institute era la supuesta corporación que estaba detrás de todo, reclutando a la gente, al tiempo que se enfrentaba a otra organización, la Elsewhere Public Works Agency. El juego fue una creación del artista Jeff Hull.
Sobre esta historia, el actor, guionista y director Jason Segel ha creado una extraña serie que no es una recreación de aquellos hechos, ni nada parecido. Para eso tienen el documental The Institute (2013), de Spencer McCall, que ha servido de inspiración a la serie. Desde otro lugar (Dispatches from Elsewhere), disponible en AMC, va directa a todas las cuestiones que comentábamos en el primer párrafo: las vidas insatisfactorias, el sentido de vivir, qué harías si… a través de la peripecia de cuatro personajes muy distintos entre sí, que buscan algo que no encuentran. Segel ejerce de creador, guionista y director (del primer capítulo), además de protagonizarla. Es, sin duda, un proyecto muy personal, como se puede constatar durante su visionado, pero no voy a explicar más sobre este aspecto, so pena de desvelar más de lo necesario.
¿De qué va? Lo cierto es que estoy tentada de no decir nada y que la descubran como lo hice yo, sin tener ni idea de sobre qué iba. La vi, básicamente, porque Jason Segel me cae bien y quería saber qué había hecho, esperando algo similar a sus obras previas, como Paso de ti (Forgetting Sarah Marshall, 2008), escrita por él, o a algunas de Judd Apatow, con quien comparte un universo similar, además de películas y proyectos. Así pues, esperaba una comedia amable, melancólica y un poco gamberra a la vez, no cínica, con su cosa de romance inteligente y cierta dosis de nonsense. Y sí, de todo eso hay (bueno, comedia exactamente, no). Pero no es lo que esperas. Y en este caso, eso es bueno.
Yo soy tú. Tú eres yo. Nosotros somos tú. Tú eres nosotros. De eso va. Que parece de libro de autoayuda barato, ya, pero no. La serie solventa hábilmente ese peligro con una intriga que, al principio, parece banal e incluso un poco tonta, pero a la que acabas pillándole el punto porque la llevan unos personajes con los que te apetece vivir aventuras y pasar un rato. Además de que va pareciendo menos banal y más profunda, con un tono melancólico y naif. Sí, ya sé que lo naif no computa en estos tiempos tan poco ingenuos. Qué le vamos a hacer. Ya les dije que la serie era rara.
Y arriesgada, motivo por el cual si antes me caía bien Jason Segel, ahora me cae mucho mejor. Siempre es un placer ver a un creador no dormirse en los laureles, ser capaz de probar cosas nuevas, no vivir de las rentas y jugarse el afecto de su público haciendo algo distinto. Eso es lo que hace Segel aquí, pasar de nuestras expectativas creadas a lo largo de su carrera como actor, guionista y director de comedia. Y abrirse un poquito en canal, de forma ciertamente inesperada.
Porque, a cuenta del yo soy tú, tú eres yo, etc. etc. y de las posibilidades del juego a escala real por toda la ciudad (aquí Filadelfia, no San Francisco), estamos ante una reflexión sobre los mecanismos de la ficción y la creación. Una reflexión nada implícita; de hecho, nos la lanzan desde el primer minuto, en forma de Richard E. Grant mirándonos a la cara sin pudor. Metaficcional se queda corto para lo que la serie plantea. La serie juega con nosotros y nuestra emoción y expectativa como lo hizo el juego original con los participantes. Y es que eso de “yo soy tú y tú eres yo” define exactamente lo que sucede en los procesos de identificación que se dan en una narración, cuando somos los personajes. Y lo digo en plural porque nunca somos solo uno de ellos, somos todos.
Más motivos para verla. Dos de sus protagonistas, aparte de Jason Segel. La gran Sally Field, derrochando eficacia, talento y gracia como suele. Y la revelación de la serie, la actriz trans Eve Lindley, que interpreta a una mujer trans, un personaje estupendo por sí misma, que, además, es objeto amoroso del personaje de Segel. Sin aspavientos ni dramas al respecto. Con total normalidad. Muy bien, Jason.
Así pues, tenemos que Desde otro lugar es una serie rara, que juega al despiste y que, a ratos, puedes no saber muy bien qué te está contando, pero sigues, a ver qué pasa. Hay algo ahí que nos concierne. Será que tal vez no es tan ingenuo recordar que vamos todos en el mismo barco, que nosotros y yo y tú es lo mismo. En cualquier caso, es imprescindible decirlo y si se hace con imaginación y talento como aquí, perfecto. ¡Ah! un aviso: el giro inesperado del final no les dejará indiferentes. Para bien o para mal, que ahí nuestro querido Jason se la juega de verdad. Disfrutemos lo imprevisible.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado