Llega ‘Spotlight’, un film sobre la investigación del Boston Globe que sacó a la luz un caso de abuso de menores encubierto por las autoridades eclesiásticas
VALENCIA. Conocidas las nominaciones a los Oscars, los títulos con mayores posibilidades de triunfo van estrenándose de manera escalonada en nuestro país. Spotlight, que aterriza hoy en las pantallas españolas, opta a mejor película, director, guión, montaje y actores de reparto (Mark Ruffalo y Rachel McAdams). Está firmada por Tom McCarthy, un cineasta que dio sus primeros pasos como intérprete (todavía sigue actuando ocasionalmente), pero se pasó al otro lado con una modesta cinta independiente titulada Vías cruzadas (The Station Agent, 2003), premiada en Sundance y San Sebastián, con la que se abrió camino en la industria. De hecho, no es la primera vez que aspira a conseguir una estatuilla: En 2010 estuvo cerca de obtenerla como parte del equipo de guionistas de la celebrada película de animación Up (Pete Docter, Bob Peterson, 2009).
En Spotlight cuenta la historia, basada en hechos reales, de un grupo de reporteros del periódico Boston Globe, que en 2002 destapó los escándalos de pederastia cometidos durante décadas por sacerdotes de Massachussets. La publicación de los hechos, que la archidiócesis de Boston intentó ocultar, sacudió a la institución de la Iglesia Católica y desató una reacción en cadena no solo en Estados Unidos, sino también en el resto del mundo. Un argumento que ponía en bandeja a McCarthy el enfoque sensacionalista y la tentación melodramática, pero que el director sabe manejar con habilidad al situar el punto de mira en el trabajo del equipo de periodistas de investigación que descubre la trama de abusos. A diferencia de otros films americanos de denuncia, Spotlight intenta poner el acento en señalar la corrupción del sistema, y no solo de algunos de sus individuos.
Pero como ya ocurría en el cine liberal estadounidense de los setenta, McCarthy apuesta por el idealismo, pasa de puntillas sobre las presiones económicas que amordazan a los medios de comunicación y prefiere creer en la pureza de un oficio cuya independencia está cada vez más cuestionada (y no sin razón). El director de la película asume un modelo que funciona, y no ha tenido reparos en mencionar Todos los hombres del presidente (All the President’s Men, Alan J. Pakula, 1976), entre otras, como influencia directa. Una apología de la prensa como cuarto poder que, por cierto, es pura ciencia ficción contemplada desde la realidad española, donde sería impensable un proceso de investigación similar, tanto por sus costes como por su duración en el tiempo y la más que probable intervención de instancias superiores tratando de echar tierra sobre el asunto.
Existen algunos interesantes ejemplos anteriores concebidos también como homenaje al trabajo diario de la prensa. Sam Fuller, que fue periodista antes que cineasta, rindió tributo a la profesión en La voz de la primera plana (Park Row, 1952), un film ambientado en el Nueva York de finales del siglo XIX y centrado en el nacimiento de un periodismo independiente enfrentado a la información condicionada por los intereses económicos. Por su parte, 30 (Jack Webb, 1959) narra una noche en la redacción de un periódico, y sigue las noticias que se van produciendo a lo largo de las horas únicamente desde el punto de vista de sus trabajadores. Ambos films contienen elementos emocionales que los alejan de la voluntad documental, pero su objetivo claro es acercar al espectador las rutinas de la prensa, más allá del descubrimiento de grandes escándalos o conspiraciones.
Spotlight se estrena poco después de La verdad (The Truth, James Vanderbilt, 2015), otra película basada en hechos reales y centrada en el mundo del periodismo, en este caso televisivo. Durante las elecciones de 2004, con el país inmerso en la guerra contra Irak y Afganistán, una productora de noticias de la CBS y su socio, el famoso presentador Dan Rather, descubren que George W. Bush utilizó sus influencias para evitar ir a la guerra de Vietnam. El programa que saca los hechos a la luz desata una tormenta que obliga a sus responsables a demostrar la veracidad de la noticia. No es casual que sea Robert Redford, símbolo del cine liberal anteriormente aludido, quien encarne a Rather en un film que se inscribe en aquella tradición, con sus virtudes y defectos. Entre los primeros, una mirada crítica acerca de los mecanismos de control del poder sobre la libertad de información en un contexto en que las empresas de comunicación trabajan al servicio de poderosos imperios económicos. Por el contrario, su punto débil es también heredero de los setenta: Un idealismo poco realista y una mirada unívoca que pasa de puntillas por la imprudencia cometida por los periodistas, quienes no verificaron sus fuentes.
Los reporteros televisivos habían comenzado a asomar con más frecuencia por el cine a partir de que Jane Fonda y Michael Douglas aparecieran micro y cámara en mano en El síndrome de China (The China Syndrome, James Bridges, 1979), para destapar un accidente en una central nuclear de Los Ángeles que amenaza con poner en peligro la seguridad de la planta y de toda la ciudad. Dos años antes, la pequeña pantalla había contribuido a mitificar la imagen del periodista íntegro, audaz y de sólidos principios con la serie Lou Grant, que se emitió entre 1977 y 1982 e inmortalizó para siempre al actor Edward Asner. Uno de sus creadores fue James L. Brooks, posteriormente famoso por La fuerza del cariño (Terms of Endearment, 1983), con la que ganó tres Oscars (película, guión adaptado y dirección), y por Los Simpson, que lleva produciendo desde 1989. También es el director de otra de las películas en las que Tom McCarthy afirma haberse inspirado para Spotlight: Al filo de la noticia (Broadcast News, 1987), donde Brooks volcó sus experiencias como aprendiz en el informativo de la cadena CBS durante los años sesenta.
La última película que se ha acercado al sensacionalismo televisivo ha sido la sugestiva Nightcrawler (Dan Gilroy, 2014), en la que Jake Gyllenhaal interpreta a un joven buscavidas sin escrúpulos que, tras ser testigo de un accidente, descubre el mundo del periodismo criminalista en la peligrosa ciudad de Los Ángeles. La historia de su imparable ascenso articula una mirada compleja y tremendamente pesimista sobre la situación actual de los medios, no muy alejada de la que ya ofreció Billy Wilder en la magnífica El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951), donde Kirk Douglas encarna a un periodista que se aprovecha de una tragedia para recuperar su perdida posición de privilegio en la profesión. En el otro extremo, con solo un año de diferencia, otra notable propuesta de Richard Brooks: El cuarto poder (Deadline-U.S.A., 1952), donde Humphrey Bogart es un reportero que, para evitar que su periódico sea vendido, saca a la luz los turbios negocios de la mafia neoyorquina. Moralidad e integridad frente a corrupción, tal como había ocurrido con las películas sobre la prensa producidas en los años treinta.
Fue la primera época en que la prensa comenzó a verse reflejada en el cine, ya que durante el periodo mudo los periodistas aparecían en las películas con un fin meramente instrumental: Pese a que los medios sensacionalistas gozaban de éxito masivo, la función del reportero era, básicamente, la de colaborar con las fuerzas del orden para capturar a los malvados. Tras el crack de Wall Street en 1929, las cosas cambiaron, y comenzaron a producirse películas como Un gran reportaje (The Front Page, Lewis Milestone, 1931), basada en la obra teatral de Ben Hecht y Charles McArthur. Cuenta la historia de un periodista a punto de dejar su empleo para irse a Nueva York. Con objeto de impedirlo, el director del periódico le encarga el reportaje de su vida: el caso de un condenado a muerte que ha huido de prisión. El reportero pasaba de este modo a situarse en el epicentro de la acción.
La obra ha terminado por convertirse en un clásico del cine periodístico, y conoció otras tres adaptaciones cinematográficas (y cuatro televisivas) con diferentes variaciones: Luna nueva (His Girl Friday, Howard Hawks, 1940), Primera plana (The Front Page, Billy Wilder, 1974) e Interferencias (Switching Channels, Ted Kotcheff, 1988), ya ambientada en el universo catódico. Pero los de Un gran escándalo no fueron los únicos reporteros de cine durante los años treinta. Walter Winchell, un actor de segunda que cambió las tablas por la redacción del Evening Standard, fue el modelo para el protagonista de Grata compañía (Blessed Event, Roy del Ruth, 1932) y el de Love Is a Racket (William A. Wellman), que interpretó Douglas Fairbanks Jr. Y tampoco faltaron las reporteras, como Bette Davis, que en La que apostó su amor (Front Page Woman, Michael Curtiz, 1935) compite con George Brent por la obtención de primicias. Y aunque a mediados de la década el Código Hays impuso sus restricciones morales, El secreto de vivir (Mr. Deeds Goes to Town, Frank Capra, 1936) logró invertir estereotipos y convertir en mujer al arquetípico periodista duro y sin escrúpulos.
A cambio, La reina de Nueva York (Nothing Sacred, William A. Wellman, 1937) no pasaba de ser una comedia romántica con trasfondo periodístico y discurso moralista, que avanzaba el tono que caracterizaría las producciones de los cuarenta, marcadamente propagandísticas, como correspondía a los tiempos bélicos. Claudette Colbert, por ejemplo, sería en Adelante mi amor (Arise, My Love, Mitchell Leisen, 1940) una corresponsal americana en la guerra civil española que decide seguir trabajando cuando estalla la Segunda Guerra Mundial. Y Burgess Meredith daría vida al personaje real del periodista Ernie Pyle en También somos seres humanos (The Story of G.I. Joe, William A. Wellman, 1945). Obviamente, películas a años luz de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1940), el poderoso retrato apócrifo del magnate de la prensa William Randolph Hearst, que significó el debut de Orson Welles en el largometraje. Un film que va mucho más allá de sus conexiones periodísticas para erigirse en una de las grandes obras maestras de la historia del cine.
Pese a la gran tradición existente de películas sobre la típica redacción de un periódico en papel, Tom McCarthy ha preferido fijarse para Spotlight en modelos más cercanos en el tiempo, anteponiendo el tono de la narración al medio en que se localiza. Así, y siempre según sus declaraciones, son títulos como El desafío – Frost contra Nixon (Frost/Nixon, Ron Howard, 2008), Network, un mundo implacable (Network, Sidney Lumet, 1976), Los gritos del silencio (The Killing Fields, Roland Joffé, 1984), El dilema (The Insider, Michael Mann, 1999) o Buenas noches y buena suerte (Good Night, and Good Luck, George Clooney, 2005) los que revisó durante la preparación de su película, un honesto intento de retratar la profesión que tiene sus limitaciones, pero también sus aciertos. A ver cómo le va en la lotería de los Oscars.