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SILLÓN OREJERO

'El árabe del futuro', una novela gráfica donde la sinceridad no espera medallas

Es uno de los mejores cómics aparecidos en los últimos diez años. En 2014 se publicó el primer tomo y en 2023, el último. Se trata de la autobiografía del autor, hijo de un sirio y una francesa, y es caústica, descarnada... No busca ninguna medalla y carece de todo tipo de coartadas ideológicas. Aunque empleé el humor para limar las aristas, se trata de una visión impagable de la Libia de Gadafi, la Siria de Assad y la Francia de Chirac

4/03/2024 - 

VALÈNCIA. Por fin ha caído en mis manos el último tomo de El árabe del futuro (Salamandra), el sexto, y por desgracia he acabado esta serie, posiblemente, una de las mejores que he leído en la vida. Como novela gráfica autobiográfica, no solo aporta información sobre una vida interesante, un chaval francés que crece en Siria, sino que también constituye un viaje a través de la niñez, la adolescencia y la juventud de una persona de una profundidad y calado difícil de superar. 

Su autor, Riad Sattouf, cuenta con la barita mágica. Habla de sí mismo, pero no nos está vendiendo a su persona. Se muestra mezquino, egoísta y mediocre en muchos aspectos. La timidez de su personaje no oculta un corazón de oro, sino ambición. Y no es mala persona ni mucho menos, es un ser humano. Cuando alguien se abre así, sin esperar medallas, es cuando merece la pena no solo las viñetas, también la literatura, el cine y todas las artes. 

Pero el enfoque de la saga tiene que ser poliédrico. Primero, por el papel del padre. Toca el tema del Islam en Francia, pero no desde la óptica convencional. Sattouf es hijo de un sirio que no logró hacer carrera en París y decidió volver a los países árabes a buscarse la vida, pero con su familia francesa. Primero es en la Libia de Gadafi, después en la Siria de los Assad.

El choque cultural para su madre es fuerte, pero tampoco violento. Simplemente asistimos en cientos de páginas a su abulia, cómo se aburre porque no puede hacer nada donde viven, un pueblo sirio. Riad, sin embargo, va al colegio en árabe y empezará a experimentar una constante en su vida. Por lo que sea, los malotes siempre sienten un deseo irresistible de pegarle. 

Produce verdadera ansiedad la situación de persecución constante que vive el niño, permanentemente en el punto de mira de sus primos sirios, que le odian, y a la vez está magistralmente contada la experiencia desde el que todavía es niño. Es decir, desde el que busca cualquier excusa para jugar y divertirse. 

El padre es un personaje tratado con mucha profundidad. A menudo resulta incoherente, contradictorio, y al final le hace una trastada a la familia imperdonable. Se cuenta de forma muy detallista cómo intenta que todos se conviertan al Islam, todo por influencia de su madre, la abuela, que sufre al ver que  su hijo es un infiel pervertido en occidente. Se nota perfectamente la colisión entre el mundo laico de las revoluciones árabes y el devoto del rural. 

Este hombre intenta en un inicio luchar entre ambas corrientes, pero al final se inclina por la religión. Sumergido ya en un mar de odio, prejuicios y obsesiones con Occidente y lo francés. Hay un cambio sustancial cuando Sadam Huseín, uno de sus ídolos, pierde la primera Guerra del Golfo. 

Otro enfoque es el artístico. Vemos que Riad nace con un talento para dibujar y se detalla cómo se va desarrollando una afición infantil hasta convertirse en una forma de ganarse la vida. Esta faceta se desarrolla sobre todo en el último tomo, pero están muy bien las lecciones que le dan y que son cruciales para que deje de imitar y empiece a expresarse. Le dicen que el cómic es un lenguaje, no un dibujo, que este no es tan importante como lo que se cuenta, que está subordinado al mensaje. Un punto de vista que comparto al cien por cien, aunque quizá los que busquen grandes aventuras o los fans de los superhéroes lo vean distinto. 

Mi parte favorita del libro es la de los abuelos. Por parte de padre, porque dan miedo, tienen el fanatismo de los campesinos. Por parte de madre, porque son realmente curiosos y, a veces adorables. El abuelo es un obseso sexual, vitalista y generoso que acaba por caer muy bien. El marido de la abuela, porque estaban divorciados, también es un hombre entrañable. A lo largo de los seis tomos verles envejecer hasta su final es un trago. 

Y el argumento más importante quizá sea la madre. Una mujer que sacrifica toda su vida y su carrera por subordinarse a su pareja. Para el momento en el que es plenamente consciente de que tiene que recuperar su autonomía, no hay un crimen machista, pero casi. Sucede algo que la rompe. Nunca vuelve a levantar cabeza.

El Islam en Francia aparece tratado en las pandillas callejeras que también insultan a Riad. El chico habla de unas calles en las que tiene que caminar estratégicamente para no cruzar la mirada con nadie. Todos los pandilleros de origen musulmán le insultan, le persiguen y le roban. 

No hay ninguna explicación sociocultural o política a este fenómeno, el personaje lo sufre inclementemente a lo largo de toda la obra y no le queda otra que resignarse. En una entrevista que dio el año pasado en El País dio una versión con pocos peros sobre una situación que, en el momento de hablar con el periodista, ya no era ni siquiera tan inocente como en la época que retrata: “A veces uno tiene la impresión de que hay varias Francias que cohabitan lado a lado, que no se hablan entre ellas y que se detestan cada vez más”. 

Esa es la tónica que sigue su obra. Se expresa con toda su crudeza. Incluso a veces hay escenas muy desagradables, como cuando un grupo de niños sirios encuentra un cachorro de perro y lo lincha hasta decapitarlo y llevarlo por ahí pinchado en un palo, tan felices ellos. Burradas así se han visto en España a punta pala, como para no darse en un pueblo sirio de los años 80. Pero Sattouff muestra tanto estos detalles como otros más incómodos con un sentido del humor muy valiente. Hasta un punto que hace que los seis volúmenes, desde el momento en que el lector se engancha, se lean a una velocidad y con una pasión que quema las pestañas. Es un clásico de nuestro tiempo y una recomendación infalible. 

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