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'El fin de la historia' restaña las heridas de la generación de los años noventa

Iván Mozetich y José Ramón Pujante estrenan en el Espacio Inestable una carta teatral de reconciliación con sus padres y madres

8/05/2024 - 

VALÈNCIA. “Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”. En 1859, Charles Dickens ambientó su Historia de dos ciudades en los albores de la Revolución Francesa, aunque, inmediatamente a continuación, asemeja aquel periodo a su presente victoriano. El célebre arranque literario también podría servir para ilustrar esta década. O la de los noventa, decenio al que se remonta la pieza El fin de la historia, cuyo estreno está previsto en Espacio Inestable el próximo 11 de mayo en el contexto del Festival 10 Sentidos.

La llamada adolescencia del tiempo fue un periodo marcado por la transición de la Guerra Fría a un nuevo orden mundial, con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991 como hitos que auguraban una era de paz, democracia y estabilidad.

La globalización permitiría un intercambio cultural y económico más fluido, la expansión de internet y la popularización de los ordenadores personales conectaría al mundo, los avances en derechos civiles y sociales proseguirían. Nos encaminábamos a una mayor igualdad de género, a una mayor conciencia medioambiental, a un reparto más equitativo de la riqueza, a una mayor calidad de vida. Todo era esperanzador y superlativo. Pero no fue más que otro cuento de la lechera, un cúmulo de desafíos y desilusiones que sentaron las bases para muchos de los problemas y debates de la actualidad.

Cada nueva generación ha de lidiar con el cántaro de sus anhelos hecho añicos. Lo que plantean los creadores Iván Mozetich y José Ramón Pujante en su espectáculo es cómo lidiar con el rencor hacia los padres y cómo reconciliarse con uno mismo.

Su protagonista femenina, la valenciana Aurora García Agud, nació a finales de los noventa, y agradece que esta obra reúna muchas de las inquietudes generacionales que provocaban en ella un interés artístico: "He vivido toda esa expectativa proyectada en los hijos y en las hijas de esa década, en esa construcción de unos dosmiles hacia la digitalización y las oportunidades abiertas y múltiples que se ha quedado en una mentira. Desde pequeña he estado viviendo ese fracaso y esa decepción, y El fin de la historia lo plantea de una forma muy poética y sin ser muy explícita".

Una lavadora, un piano y 120 perritos de peluche

En el escenario, una lavadora, un piano y dos actores, García y Pujante. A nivel plástico, la propuesta trata de dar respuesta a preguntas hartamente formuladas. La intención es que las palabras caigan en ese espacio vacío, para que resuenen de una manera amplia. A continuación, irrumpen 120 perritos de peluche que empiezan a ladrar y a ocupar las tablas. Esa saturación abrumadora de color y de sonido pretende ser una metáfora del ruido que sobresalta la calma y el pensamiento.

“Pensadores como Fukuyama llegaron a afirmar que los años noventa serían el fin de la Historia, que habían acabado las guerras y que todo lo que estaba por venir no podía ser otra cosa más que prosperidad. Nosotros nacimos y crecimos entonces. Jugábamos a ser mayores y fantaseábamos con un futuro como el de nuestros padres. Nos prometieron, de hecho, que ese futuro sería mejor que el suyo”, desarrollan los dramaturgos y directores del montaje.

El suyo es un viaje de regreso al que invitan a la audiencia. En los preparativos de ese retorno han procurado evitar la nostalgia en términos reaccionarios o románticos, “para poder vislumbrar en qué lugar estamos y cómo hemos llegado hasta aquí”, apostilla Pujante.

El punto de partida es plantear cómo eran sus padres y sus madres a la edad que tienen ellos. En su ánimo no hay queja ni reivindicación, sino empatía. Más que un homenaje, el resultado es un reconocimiento a sus progenitores. “Teníamos claro, desde el principio, que no queríamos hacer una pieza de reproche, una en la que nos situáramos como generación herida ante los agravios de los que nos han precedido, sino entender que el mundo es un lugar complicado para nosotras, como también para la generación de nuestros padres y de nuestras madres”, explica Mozetich.

Heridas que escuecen a todos

La sorpresa vino al empezar a mostrar el proceso de creación. Inesperadamente, las personas que más conectaban con su proyecto no tenían entre 20 y 30 años, sino entre 40 y 50. El fin de la historia ha adquirido un poso intergeneracional. “Creo que tiene que ver con la mirada de amor que hemos arrojado a la experiencia ya vivida. Hemos conseguido que no fuera una cosa de nosotros para nosotros, sino tratar de lanzar un diálogo”, valora Mozetich.

De ahí, ese alcance tangencial en unos momentos y directo, en otros. Esa mirada de amor a la que se refiere no es ingenua, complaciente ni comprensiva, sino cruda y realista. "Intentamos que cada persona se siente y se pregunte cuál es su situación respecto a la sus padres, cuál es su perspectiva de futuro", completa Pujante.

En último término, cierra su compañero, la pareja ha llegado a aceptar que sus heridas son también las de sus mayores. “A ellos también les han herido, a ellos también les hiere el mundo. Una vez has superado el enfado con las generaciones anteriores, hay que mirarlas con cariño y entender su complejidad, sus propios problemas. O al menos intentarlo.

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