VALÈNCIA. A mediados de los ochenta se emitió por Televisión Española el programa Alfred Hitchcock Presenta. Un espacio que ofrecía un telefilm semanal, un formato explotado por otras marcas míticas como Twilight Zone, en Estados Unidos, los famosos Cuentos de la cripta o, en la actualidad, Black Mirror e Inside Nº9. Posiblemente, esta sea la mejor versión de la televisión en toda su historia. Pura imaginación al servicio del público y con muchos menos corsés que en el cine. Primero, porque no había ambiciones artísticas muy pretenciosas, solo entretenimiento, y segundo, porque había necesidad de ideas y eso hacía que entrasen muchas, lo cual siempre deja un agradable margen para la experimentación.
Hablar de Alfred Hitchcock daría para un artículo aparte, pero lo esencial es que él conseguía convertirse en el principal reclamo de su programa, igual que Rod Serling cruzado el charco, o Boris Karloff. No solo eso, con sus presentaciones, lograba transmitir pasión por el episodio que se iba a ver. Contagiaba el entusiasmo por los ejercicios de imaginación, mientras que desdramatizaban lo macabro o tremendo de la historia que se estaba contando dentro del género del terror.
Ciertamente, en el otro lado de la balanza, tenemos que la televisión ha acabado destacando por ser el último lugar donde esperas encontrarte una gota de imaginación. Los ejecutivos de televisión gustan de discurrir por caminos ya transitados, copiar lo que ven que ha funcionado y sobre todo, tienen que tener un don especial para ser amigos de lo ajeno y robar ideas impunemente o aprovecharse de las de otro.
El gran representante que tuvo en España esta escuela fue sin duda Chicho Ibáñez Serrador. Sus Historias para no dormir fueron un hito difícilmente superado, que además tuvieron un homenaje recientemente en Versión Española en La2, con episodios escritos dirigidos por directores actuales. Para mí como espectador, al margen de Un, dos, tres, Chicho en lo que me marcó fue en Mis terrores favoritos, en su edición entre 1994 y 1995, pude grabar algunas películas que luego me fascinaron.
No obstante, Chicho hizo época en los 60 con las Historias para no dormir. La serie alcanzó fama rápidamente y todos los viernes la sensación era plantarse delante de la tele a ver el capítulo. Su lema no podía ser más admirable, “yo siempre pregunto qué es lo que se ha hecho de esto (...) entonces yo elijo hacer lo que no se ha hecho. Y el terror y el suspense no se habían hecho”. Según el propio autor confesó en Cuarto Milenio en 2009, un matrimonio andaluz falleció "de impresión" viendo el capítulo La zarpa, aunque vaya usted a saber.
Posiblemente, seguir esa filosofía es lo que llevó a la aparición de la revista de Historias para no dormir. El director era José J. Barriga Bravo y el primer número apareció en 1967. En la primera portada, aparecía un rostro con un pasamontañas casero que era realmente aterrador y, en un lado, una fotografía de Chicho, todavía sin barba, que miraba con cara de ser la marca de todo aquello y, por supuesto, pipa en mano.
La introducción que firmaba el propio Chicho al primer número da gloria leerla ahora. Mostraba total pánico por el presente, que se creía futuro en los 60. Decía "desde el tracazo de Hiroshima, todo se ha hecho más conciso, más efectivo, más rápido; las píldoras que sanan, los cacharros que vuelan, los televisores que entontecen. Todo, todo es más veloz, más importante, más radical, hasta los tortazos que damos y recibimos en nuestra particular batalla de todos los días, hasta las preocupaciones, hasta el aburrimiento". Viene a ser el mismo desvelo que tiene hoy mucha gente. Solo hay que cambiar Hiroshima por cambio climático, y la sensación encaja palabra por palabra.
En realidad estaba presentando el llamado "género de evasión", nacido a partir de las novelas policiacas, y que él se veía en la obligación de actualizar de forma más rápida y potente, aunque en esta revista se había permitido el lujo de seleccionar lo mejor de ese tipo de literatura, pero dentro de lo más "espeluznante".
El primer texto, sin embargo, era actual y taurino. Luego seguía la flor y nata del género, con autores como Edgar Allan Poe, Guy de Maupassant o Ray Bradbury. Además, la revista incluía guiones de la serie. Sin embargo, lo más llamativo en la actualidad era la sección Ripios para no dormir que cerraba los números. Eran versos, algunos, que siguen sonando bien hoy:
Júbilo
máximo,
éxtasis
férvido,
vértigo
fúlgido:
¡Viene el patrón!
Díscolo,
pérfido
túrbido,
sádico,
déspota
sórdido
sale el Cabrón.
Al final de la segunda temporada, la serie alcanzó verdadero reconocimiento. El capítulo El trasplante fue premiado en el Festival de Praga de 1968 (buen año para ir a Checoslovaquia para los amantes del género de terror), pero Historias para no dormir tardaron quince años en volver. Fue en 1982, a otro país diferente, y de los trece capítulos planeados solo salieron cuatro. Ahí ya sí que se topó de bruces con la nueva televisión, como dijo en la edición del DVD: "Se hicieron en color, con mejores decorados, pero se grababan en un solo día. Y el suspense, el terror necesitan tiempo: tiempo porque son muchos más los planos que en una historia normal; tiempo porque hay que dirigir muy bien a los actores; tiempo porque los movimientos de cámara tienen que ser perfectos; tiempo…".