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HiSTORIAS DE CINE

El mito de James Dean o la tragedia del chico gay de un pequeño pueblo

Anton Corbijn estrena ‘Life’ sobre la amistad del actor con el fotógrafo que mejor le retrató, coincidiendo con el 60 aniversario de su muerte

20/11/2015 - 

VALENCIA. Nació en Indiana, murió en una carretera de California y su mito se ha extendido durante seis décadas. James Byron Dean, acuario para los que crean en la astrología, vino al mundo el 8 de febrero de 1931 y falleció el 30 de septiembre de 1955 a los 24 años de edad. Fue un bello cadáver y se convirtió en un icono que ha permanecido inalterable más de medio siglo, más incluso que Rodolfo Valentino, con el añadido de que sólo rodó tres películas.

No tuvo declive, ni gloria, sino un efímero estrellato que saltó por los aires en un accidente de tráfico. Una amiga que compartió rodaje con él en Rebelde sin causa (1955, Nicholas Ray) le comparaba con una estrella fugaz enorme, que hubiera iluminado el cielo una sola noche. Kenneth Anger en Hollywood Babilonia II habla de él como “un cometa fugaz”. Era un actor aún en ciernes cuando le sorprendió la muerte y su gloria póstuma le enalteció de un modo casi religioso, beatífico, hasta el punto que el verdadero Dean ha quedado siempre obviado.

Su fama, casi inmediata, le vino con su primera película, tras unas primeras experiencias en televisión y teatro. Cuando le conoció, Elia Kazan pensó en él para su adaptación de Al este del Edén y se lo mandó al autor de la novela, su amigo John Steinbeck. El escritor californiano le recibió. “¿Qué te ha parecido?”, le preguntó después Kazan. “Es un gilipollas”, le vino a replicar Steinbeck. Ya, pero era Caleb Trask, era el personaje. Y eso, tener el actor perfecto para un papel, ocurre muy pocas veces.

La película se centró en la segunda parte de la novela por decisión expresa del director, con importantes recortes como la desaparición del personaje del criado chino Lee, y focalizó toda la trama en la relación entre el padre y los dos hijos. Los roles fundamentales para el director eran el padre severo, quizá un trasunto de su propio padre, que encarnó Raymond Massey, y el del hijo rebelde, Caleb, que recayó en Dean y para el que se pensó en actores como Paul Newman, Montgomery Clift, Marlon Brando o Anthony Perkins. Newman incluso fue filmado como posible Aaron Trask en una prueba conjunta con Dean.

Kazan acertó, de pleno; y Dean al decidir intentar participar en esa película. Buena parte de su aureola se debe a este papel, el de Caleb Trask, el del hijo imperfecto que sólo quiere la aprobación del padre. Su deuda con él es casi tan grande como la que tiene con su personaje en Rebelde sin causa, Jimmy Stark, el hijo malcriado de la América próspera de Eisenhower, la América orgullosa vencedora de la II Guerra Mundial, tan llena de perversiones y corrientes subterráneas.

El director de esta película, Ray, siempre adoró a Dean. Fue como un padre para él durante el rodaje. Le aconsejaba. Le acompañó a la farmacia para comprar un remedio a las ladillas que Dean había cogido en el Club, un bar de Hollywood para los amantes del sadomasoquismo al que había comenzado a aficionarse. Kazan, al principio, también quiso ser un guía, un mentor, pero después le menospreciaría. Y su último director, George Stevens, responsable de buena parte de los retratos de Dean como cowboy, apenas le soportaba.

Todo cambió con su muerte. La inteligente campaña de promoción de Rebelde sin causa, que recordaba su participación en Al este del Edén, se inició a los pocos días de que falleciera en el accidente. Había asistido a una fiesta gay en Malibú la noche anterior y se dirigía a una carrera, su otra pasión: la velocidad. El accidente fue en el cruce de la Ruta Estatal 466 con la Highway 41. Su vida terminó en una ambulancia. “Al principio, el dolor del público fue moderado”, escribe Anger. En la Warner Bros, su productora, estaban preocupados porque las películas de actores muertos no daban dinero. Y sin embargo con Dean fue distinto.

El film de Ray triunfó, y cómo. La historia era mínima. A partir del libro Rebelde sin causa: el hipnoanálisis de un psicópata criminal (¡!) de Robert M. Linder, Nicholas Ray trazó un argumento bien sencillo. Un joven llega a Los Ángeles. No tiene amigos. Intenta ganárselos en el instituto. Se hace amigo del más friki, Platón Crawford, adorable Sal Mineo, y se enamora de la bella y díscola Judy, Natalie Wood. Podría parecer una película sobre el chico-nuevo-en-la-ciudad. Podría parecer una historia romántica de adolescentes. Pero no sólo hablaba de eso, de cómo los inadaptados se agrupaban. Hablaba también de la debacle moral de los Estados Unidos del momento. De la brecha generacional. Era puro zeitgeist, el retrato de su tiempo. La necrofilia mitomaníaca hizo el resto.

Nadie simbolizaría como él a partir de entonces cuánto dolor lleva el simple hecho de vivir. “Chicos de todo el país se identificaban con el atormentado joven, hombre-niño y antihéroe interpretado por Dean en Rebelde sin causa”, escribió Anger“La Warner se dio cuenta de que tenía en las manos un tesoro, caliente-frío. A medida que el culto se extendía, se subastaban a precios altísimos recuerdos del actor: esculturas de plástico de su cabeza, trozos de su coche destrozado, piezas de su moto”.

Dean fue nominado de manera póstuma al Óscar como mejor actor por Al este del Edén, era la primera vez que ocurría, y volvió a ser nominado al año siguiente por Gigante, el filme de Stevens, que se estrenó un año después de su muerte y en el que el actor, ya muerto, eclipsó a sus dos compañeros de reparto: Rock Hudson y Elizabeth Taylor. La película, en la que coincidió con un primerizo Dennis Hopper, estaba basada en una novela de Edna Farber y narraba la historia de amor entre el ganadero de Texas Jordan Benedict (Hudson) y su elegante esposa Leslie (Taylor). Dean ocupaba un papel secundario como un empleado díscolo que asciende socialmente gracias a que se halla petróleo en sus tierras.

Su interpretación en este clásico del bigger than life no es lo mejor de la película. Falla sobre todo en la segunda parte, en las secuencias del homenaje a su personaje, Jett Rink (sí, J.R., como el de Dallas; en el audiovisual no suelen ocurrir las cosas por casualidad). Su borrachera en el convite y su discurso ante un auditorio vacío no alcanzan la intensidad que sí lograba en Al este del Edén o Rebelde sin causa. Con todo, la valía técnica del largometraje, su eficaz narrativa, su retrato del racismo hacia los mexicanos y su precisa descripción de las tensiones sociales que se produjeron en Texas en los años cuarenta y cincuenta, han hecho que Gigante, sin ser una película perfecta, ni mucho menos, haya sido seleccionada para la preservación por la Librería del Congreso de Estados Unidos.

Que fuera nominado por segunda vez fue fundamental para que la figura de Dean se consagrara aún más. Porque James Dean no fue un buen actor, ni malo. Nunca se supo lo que era porque no llegó a tener carrera. Apenas tres películas, dos con personajes ajustados a su tortuosa personalidad, y una tercera en la que ocupaba un papel secundario. Y con sólo tres papeles, dos nominaciones al Óscar, las dos póstumas.

El rostro de Dean se popularizó en pósters, telefilmes. Había constantes alusiones a su persona que se extendieron hasta bien entrados los noventa. Su forma de vestir, de fumar, de mirar… todo fue imitado hasta la náusea. En especial las imágenes que captó un fotógrafo de la agencia Magnum, Dennis Stock (1928-2010), cuyas instantáneas publicadas por la revista Life de Dean caminando por Times Square en un día de lluvia o en su granja de Fairmount, o en una barbería, o delante de la tumba de su familiar Cal Dean, contribuyeron a crear una iconografía sobre el actor tan poderosa que ha anulado a la persona.

En el contemporáneo documental The James Dean Story, codirigido por Robert Altman en 1957 y escrito por el coguionista de Rebelde sin causa, Stewart Stern, se intentó en apariencia profundizar en este fenómeno, que tardaría muy poco tiempo en llegar a España donde se estrenó Al este del Edén en 1958. Pero en realidad lo que hizo The James Dean Story fue cimentar los principales pilares de la leyenda. Su tío recordaba cómo tenía que ir cada semana a ver a la directora. Adeline Nall, su primera profesora de interpretación, hablaba de que tenía unos ojos muy persuasivos. “Su mirada era increíble”, decía.

La imagen que daba el documental era casi perfecta, impecable, digna de la mejor producción de Disney. Se veía a Dean dando de comer a animales, con los frutos de la huerta, igual que haría su personaje de Caleb Trask en Al este del Edén, jugando con su primo pequeño Marky, al que trataba como un hermano… Y la voz en off de Martin Gabel recitaba ampulosa: “Pero ningún chico es lo que parece y Jimmy tenía su mundo secreto”. Huérfano de su adorada madre, a Dean se le intuía víctima del desapego paterno, quien decidió enviarlo con sus tíos cuáqueros a una granja, adorables pero no sus padres, personajes que sin duda le inspiraron para la relación de Jimmy Stark con sus padres en la ficción. Todo muy blanco.


Lo que no contaba el documental era que Dean sufrió abusos sexuales en su infancia por parte del pastor de su iglesia, como le confesó a su compañera de rodaje Elizabeth Taylor durante la filmación de Gigante; una Taylor que le amaba, como otras tantas mujeres, pero que no pudo acceder a su interior. Los turbios orígenes de la tortuosa y atormentada personalidad de Dean fueron soslayados siempre y se dio de él una imagen casi romántica de solitario. La prensa rosa también entró en el juego y manipuló su affaire con Pier Angeli, la actriz de origen italiano que se suicidó con 39 años y con la que estuvo a punto de contraer matrimonio. La madre de la actriz había impedido que se casaran porque él no era católico, decían. Un amor imposible, la repanocha.

Pero el James Dean real no era tan sencillo. Ángel y demonio, estúpido y tierno, el retrato que ofreció Kenneth Anger en Hollywood Babilonia II de él es duro, pero fue uno de los primeros que habló claramente de él, de la persona. “De vez en cuando podía ser encantador; la mayoría de las veces era un necio insoportable. Delataba una personalidad psicópata con periodos de abatimiento que alternaban con otros de violenta exaltación. El clásico maníaco-depresivo. No era lo que se dice Mr. Buen Chico y, sin embargo, su imagen cinematográfica tocaba alguna fibra en hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes”.

La creación de la James Dean Memorial Foundation al poco de su muerte, así como la popularización de la imagen icónica se impusieron a cualquier análisis. Se imprimió la leyenda, no la verdad, y el mito al final cansó hasta gente de su entorno. El propio Kazan acabó menospreciándole y hablaba en sus memorias de Julie Harris, su compañera en Al este del Edén, como la clave de la buena interpretación de Dean; eso y su enfrentamiento con Massey durante el rodaje, con el que nunca llegó a conectar, como pasa con algunos padres con hijos. A Kazan la comparación de Dean con Brando le ofendía.


Pese a todo, incluso la verdad, la figura de Dean como triste-joven-solitario ha seguido prácticamente intacta y ha sido reivindicado o citado por personajes de los más dispares de manera constante, con casos tan llamativos como el de Morrissey. El cantante eligió rendirle tributo en el vídeo de ‘Suedehead’, su primer single en solitario tras dejar The Smiths. En el clip, dirigido por su habitual colaborador Tim Broad, Morrissey seguía los pasos de su héroe y viajaba hasta Fairmount, el pueblo de Dean, con El principito de Antoine de Saint-Exupéry en la mano, el libro favorito del actor; visitaba su escuela; conducía un tractor en su granja; tocaba los bongos entre vacas; visitaba la lápida de Cal Dean, imitando una de las fotos de Stock; y acababa sentado junto a la lápida real de James Dean mientras la cámara ascendía a los cielos, en una imagen que se fundía con otra del actor.

Parecía que su mito se había desvanecido, pero este año se han cumplido seis décadas de su muerte y James Dean ha vuelto a las librerías y a los cines. Entre las publicaciones aparecidas destaca una novela, la del francés Philippe Besson, quien ha publicado en España Vive deprisa (Alianza editorial), en la que reconstruye su biografía a partir de los personajes fundamentales de su vida, desde su madre a Stock, pasando por los directores que trabajaron con él.


También una película, Life, de Anton Corbijn, que llega a los cines españoles este viernes, pretende dar más luz aún al personaje y retratarlo desde una nueva perspectiva. En principio la idea de Corbijn era centrarse en la vida de Dean pero, al descubrir a Stock, Corbijn y su guionista Luke Davies hallaron al personaje a través del cual contar la película.

Dane DeHaan encarna con más emoción que parecido físico a Dean en las fechas que siguen al estreno de Al este del edén, a punto de prepararse para el papel de Rebelde sin causa. Le ha pedido a Pier Angeli matrimonio. Es entonces cuando conoce al fotógrafo, al que encarna un convincente Robert Pattinson. El resultado es un filme entretenido, elegante, un canto a la amistad entre dos personas muy dispares, en el que se acaba concluyendo que en el fondo quizá es verdad que Dean sólo era “un chico del pueblo”, la definición que dio en el documental de Altman Bing Traster, un vecino del rancho donde se crió. Dicen que Valentino dijo antes de morir: “sólo soy uncampesino, todo fue un error”. Algo que podría haber suscrito James Byron Dean. En el cine, ya se ha dicho, hay pocas casualidades.

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