El segundo título de la nueva colección de viajes de Jekyll & Jill pone sobre la mesa un mapa y sobre el mapa siete historias donde lo geográfico juega un papel tan esencial como inquietante
VALÈNCIA. El efecto de la visión satelital, con sus zooms hiperprecisos hasta la coronilla de alguien que pasaba por allí nos muestran un planeta no tan grande como pensábamos. Todo parece próximo, y sin embargo siguen existiendo en él una infinidad de lugares en los que perdernos sin remedio. Lugares en los que desaparecer. Y eso hablando solo de la superficie seca. Si pensamos en el océano, pensamos en la encarnación del olvido. A merced de sus olas y mareas o allí abajo, en la oscuridad de sus corrientes y su lecho, destino último de ahogados y hundidos, somos poco menos que nada. La Tierra es un escenario vasto del que en el mejor de los casos conoceremos muy poco, y aun así nada tiene que ver con las dimensiones del universo, tan inconcebible que resulta cruel.
En las selvas y en los desiertos, en bosquecillos, montañas o llanuras, en los ríos y en las playas siguen ocurriendo fenómenos cotidianos que se tragan a personas y a sus futuros, en un juego de transferencia donde todo acaba estando conectado con todo de un modo que estamos aprendiendo a ver, pero que es demasiado complejo para que podamos entenderlo en su totalidad. Quizás las IA puedan. Algún día. La Tierra es un circuito, uno muy bien engrasado. En ella convivimos con mecanismos pavorosos del movimiento, como huracanes, terremotos o tsunamis. Nada permanece estático: bajo nuestros pies las placas tectónicas se deslizan sobre el manto en una danza monstruosa que de vez en cuando, por culpa de la fricción o de un encabalgamiento, libera vibrantes cantidades de energía que aquí, en la frágil piel de naranja que habitamos, se traducen en colapsos, pánico, dolor y muerte. Si se piensa, tampoco es este un mundo de agua, sino de rocas ígneas. La función transcurre en una capa muy leve de este sorprendente motor celestial para la vida que es nuestra casa cósmica.
Lo que somos y lo que seremos —con suerte— tiene mucho que ver con lo geográfico. Con el mapa. Con todo, no podemos quitarnos de encima la certeza de que en determinadas ocasiones, el mapa nos devora, recordándonos que nuestra existencia es un privilegio, algo bastante azaroso, y que se puede llegar a revocar con facilidad. Esto ha sabido transformarlo en literatura con especial talento el chileno Patricio Jara en el que es el segundo título de la colección de viajes Pool Access que ha inaugurado Jekyll & Jill, El mundo abajo, siete historias interconectadas que comienzan en el aire, esa zona del globo que también alberga vida, pero que nos es extraña y ajena y que sin embargo hemos decidido explotar, aunque sea el medio en el que sabemos de antemano que en caso de fallo, estamos condenados sin remedio.
En los relatos de Jara, el entorno es protagonista: el mar al que se precipita un avión, las corrientes marinas y fluviales que arrastran los restos, las profundidades en las que se manifiestan sombras inexplicables, el desierto en el que viven personas anómalas que pasan desapercibidas bajo el continuo fluir de los segundos, los minutos y las horas, o en el que los cuerpos se pudren al sol en las trincheras de una guerra en la que pese a todo, sigue quedando margen para el placer de un festín inesperado. Las coordenadas en las que suceden las historias del chileno están cargadas de incertidumbre inquietante: en ellas estamos de paso, y francamente, a nadie le importa más que a nosotros, que hoy estamos y mañana somos un cadáver desmadejado en la desembocadura de un río que corta la árida inmensidad.
A los relatos principales de El mundo abajo los acompañan otros relatos: “Parte de los desperdicios que generó el último gran maremoto de Japón, en especial restos de embarcaciones y boyas, terminó mar adentro y fue empujada por las corrientes a través del océano Pacífico hasta la costa de Estados Unidos. El maremoto ocurrió a comienzos de 2011 y los primeros trozos de madera se recogieron en Newport, Oregón, en junio de 2012, tras recorrer más de siete mil kilómetros. Al revisarlos, se halló una colonia de estrellas de mar japonesas del tamaño de la palma de una mano. En la misma zona apareció luego un bote cubierto con varias clases de moluscos vivos. Los científicos han contado hasta trescientas especies que lograron llegar al otro lado del planeta, aunque se sospecha que podrían haber sido más si estas no hubieran devorado la madera en que viajaban (de allí el apelativo «gusanos de los barcos»). La noticia también menciona a los huracanes y a las inundaciones como otras fuentes de desplazamiento de especies”.
La estabilidad es una ilusión que nos contamos para sobrellevar el hecho de que nuestras vidas se desarrollan en una carrera incomprensible: nuestro planeta corre, el sistema solar corre, la galaxia corre también, y el universo, pura geometría, se expande a su vez. Lo mejor es no pensarlo demasiado. Las historias de Jara se enlazan en ese otro paisaje invisible que es el tiempo: emergen soldados caídos de la guerra del Pacífico, conocemos la debacle de un destacamento de Afrikakorps, y también vamos aquí y allá de la línea del presente para entender el porqué de una venganza de final velado. El tiempo y el espacio: nuestra cárcel dimensional. Las narraciones del autor chileno nos hacen muy conscientes del vínculo. En ese sentido, la nueva colección de Jekyll & Jill es tremendamente oportuna: si los enjambres de satélites generan la ficción de que queda poco por descubrir, el relato de lo que desaparece sin dejar rastro —un avión, un barco, una normalidad— nos obliga a poner de nuevo los pies en el suelo. El mundo nos excede. Y todavía queda por ver por primera vez todo lo que hay abajo.