VALÈNCIA. Cerca de 3.000 piezas componen la colección del Museo de Bellas Artes de València, de las cuales apenas dos decenas están firmadas por mujeres. La brecha de género se da en la práctica totalidad de los centros expositivos –de ámbito nacional e internacional-, con unos números algo más esperanzadores en el caso de los espacios que trabajan el arte contemporáneo. Sin embargo, cuando uno echa la vista atrás la cosa se complica cada vez más. Decía Virginia Woolf aquello de que anónimo era nombre de mujer pero incluso aquellas que firmaban sus obras veían su carrera truncada por un sistema que no permitió que desarrollarán su talento en igualdad de condiciones. Treinta años después de que las Guerrilla Girls se preguntaran aquello de si las mujeres tienen que estar desnudas para entrar en el Museo Met, la cuestión sigue siendo relevante, quizá más que nunca, con una revisión de lo hecho que se está afrontando de manera desigual por las distintas instituciones artísticas aunque, ahora ya, desde la urgencia.
Con el objetivo de hacer justicia, el Museo de Bellas Artes de València presenta ahora un espacio específico en el que aglutina algunas de las (pocas) piezas firmadas por mujeres con las que cuenta su colección, un repaso que pasa por la obra de firmas como María Sorolla, Elena Carabia o Emilia Torrente. “La sala surge de la percepción de la necesidad de contar una historia de muchas mujeres que quisieron ser artistas y no pudieron; que quisieron ser artistas, lo consiguieron, pero lo tuvieron mucho más difícil que los hombres contemporáneos suyos; y algunas que fracasaron en el intento porque la sociedad que les tocó vivir no les permitió salir adelante como artistas”, explicó el director del museo, Pablo Gónzalez Tornel, quien estuvo acompañado de la secretaria autonómica de Cultura y Deporte, Raquel Tamarit, la directora general de Cultura y Patrimonio, Carmen Amoraga.
El proyecto tiene mucho de simbólico aunque, ciertamente, también tiene grandes limitaciones. La primera de ellas, ya se sabe, es el limitado listado de obras en los propios fondos del museo para realizar una revisión de estas características, pero es que ampliarlo no es cosa sencilla. “Estamos en un muy mal momento para comprar obras de mujeres. Hay pocas y están muy codiciadas […] Es un desembolso que el museo no está preparado para asumir”, confesó el director del museo. Al final se trata del mercado del arte y en ese mercado de compra y venta las posibilidades del museo valenciano están más que limitadas. Otra de las preguntas clave es si la creación de esta nueva sala es permanente, teniendo en cuenta que está pendiente el centro de la aplicación del plan museológico. “No lo sé”, admitió González Tornel, aunque sí subrayó que la “perspectiva de género”, aunque no esté aplicada de manera explícita en el plan, sí forma parte del espíritu expositivo del museo. “Independientemente de que en el plan no estuviese contemplada la perspectiva de género de manera específica es algo indiscutible".
La sala hace un recorrido por el arte de finales del siglo XIX y principios del XX, un momento especialmente interesante para la representación femenina en tanto que se empezaron a romper algunas barreras que hasta ese momento parecían inmutables. Aunque, eso sí, muy poco a poco. En España fue, si cabe, más dificultoso. Quizá por eso el recorrido comienza con firmas internacionales como la de Marthe Spitzer, cuya obra adquirió el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes para el Museo de Bellas Artes, o Adrienne Guillou, quien participó en el salón de 1880 en el Palais des Champs Élysées con París, vista desde Surenes, que ahora se puede ver en València. Otro de los nombres destacados es el de la escultora Emilia Torrente, discípula de Mariano Benlliure, quien talló un retrato en 1930 para profesar su admiración por Torrente, imagen expuesta en la sala, junto con una escultura de Torrente donada por un coleccionista particular.
El caso “más dramático”, destacó el director, es el de Elena Carabia, “una pintora que no pudo ser”, al morir de manera prematura a los 18 años por fiebre tifoidea cerebral. La muestra, de hecho, cuenta con un retrato mortuorio rodeado de flores pintado por José Mongrell, así como las exquisitas pinturas Paisaje y Un banco del parque. Es María Sorolla otro de los nombres destacados del recorrido, en el que se expone Chula, que “muestra las altas capacidades” de la artista. “María Sorolla se casó en 1916 con el también pintor Francisco Pons Arnau y, pese a sus prometedores inicios, se vio eclipsada por su padre y su marido. En las mismas circunstancias se encontró su hermana Helena, cuya trayectoria se diluyó tras casarse y tener hijos”, relatan desde el museo.
De Manuela Ballester presenta el museo un autorretrato, una carrera marcada en este caso por la dictadura franquista, que la llevó a ella y a su marido, Josep Renau, al exilio. México o Alemania fueron dos de sus principales destinos, donde siguió trabajando como pintora e ilustradora, hasta el punto de que en 1980 la Galería Estil de València organizó una exposición retrospectiva sobre su obra. En las antípodas ideológicamente, aunque ambas “técnicamente brillantes”, se sitúa Rosario de Velasco, cercana a la Falange Española de las JONS, de la que se expone el lienzo La matanza de los inocentes, una obra que parte de una temática religiosa para criticar la II República.