Caja Negra Editora publica este ensayo en el que el escritor, filósofo y activista italiano se pregunta acerca de la naturaleza del inconsciente colectivo en una tercera fase quizás terminal
VALÈNCIA. Ahora que el demonio de la guerra que nos acompaña desde nuestros orígenes hunde sus dientes hasta las encías en Ucrania, la sensación se agudiza, el rumor cobra una mayor intensidad, los músculos de la cabeza se tensan: el psicomundo colectivo de este animal que ha evolucionado lo suficiente para desarrollar ingenios con los cuales borrarse a sí mismo de la faz del planeta que lo vio nacer en un charco cálido, se encuentra en una nueva fase, experimenta una nueva transformación. Si tuviésemos que definir esta era, probablemente haríamos alusión a la velocidad —a la aceleración—, a la incertidumbre y a la desesperanza. Esta es la época del asumir el daño irreversible al planeta: no se trata ya de evitarlo, sino de paliarlo en la medida de lo posible, y confiar en no vivir lo suficiente para sufrir las peores consecuencias.
Sin duda la historia nos dice que en muchas ocasiones lo que dábamos por supuesto no se cumple por la irrupción de un factor que por desconocido, habíamos dejado fuera de la ecuación de nuestro análisis. El problema es que en los últimos años, la impresión es que ese factor dista mucho de ser una disrupción con capacidad de sacarnos de la trayectoria de colisión con las consecuencias de nuestros actos: la penúltima gran sorpresa fue una pandemia —si bien es cierto que había voces que llevaban años avisando de esta posibilidad, la mayoría no sabía nada de eso—, y la última, un sorprendente retorno a la retórica de la Guerra Fría tras el inicio de una nueva guerra en Europa. La verdad es que esta tampoco la vimos venir, y ahora, en cosa de diez días, nos acostamos pensando que realmente podría ocurrir que alguien se pusiese nervioso y apretase el botón rojo, y a partir de ahí, pues el fin. Sin alarmismo, con la resignación de quien asume que el ser humano es capaz de la estupidez final: podría pasar.
Pero vaya, probablemente nada de esto pase, todo el mundo tiene mucho que perder. Puede que esta forma de escribir tenga que ver con ese ánimo en una nueva fase que decíamos antes, con ese zumbido del temor a lo inédito que tan bien define el escritor, filósofo y activista italiano Franco ‘Bifo’ Berardi en El tercer inconsciente. La psicoesfera en la época viral, un ensayo con voluntad encomiable de entender hacia dónde se dirigen nuestras mentes en estos albores del milenio que ha publicado la bonaerense Caja Negra Editora con traducción de Tadeo Lima. Dice así, nada más comenzar [en el primer párrafo]: “Este libro explora la mutación en curso del inconsciente social. Mi punto de observación es el que habitamos actualmente: el umbral histórico marcado por la pandemia viral y el colapso catastrófico del capitalismo. Desde este umbral podemos ver delante de nosotros, de manera clara e irrefutable, un horizonte de caos, agotamiento y tendencia a la extinción”. Y eso que Berardi no contaba con la amenaza de una Tercera Guerra Mundial.
Para el autor, han existido dos etapas del inconsciente colectivo, que más que un teatro en el que nuestro cerebro ofrece funciones de lo que no queremos ver de un modo consciente, es un laboratorio movido por una fuerza creativa: la primera de estas etapas tendría que ver con la concepción del inconsciente como el lugar en el que habitaban las pasiones oscuras que reprimíamos en sociedad. La segunda etapa la explica Berardi de un modo tan claro, que lo mejor es reproducirlo: “El entero sistema de los medios de comunicación ha sido movilizado para expandir las promesas de disfrute, pero esa aceleración del flujo de información ha sobrecargado la capacidad de atención humana, posponiendo para siempre la posibilidad del placer, que terminó por volverse inalcanzable. Este régimen social llevó a la configuración de un nuevo régimen psicopatológico, el cual ha caracterizado a las últimas décadas: la era del pánico, la depresión y, en última instancia, la psicosis”.
Menudo retrato. La tercera etapa del inconsciente, advierte el autor, no está definida, aún depende de nosotros, aunque ya podemos vislumbrar algunas de sus formas: cree el autor que tendemos hacia la inmunización a la emoción, que se está sufriendo demasiado —a nivel médico, pero sobre todo económico, social y mental—, y que estamos tratando de evitar empatizar para así ahorrarnos aún más sufrimiento. A esto se refiere como una especie de autismo y alextimia psicosocial. Otra de las características que definen este tercer inconsciente es el agotamiento, y aquí hay que detenerse un momento. Ese agotamiento, como el sufrimiento, se da en varios niveles: asistimos al agotamiento de los recursos —de los que necesitamos y podemos extraer ahora, porque sin duda existirán enormes depósitos de petróleo a los que simplemente no podemos acceder—, pero también, y especialmente, al agotamiento en nuestras propias carnes y de nosotros mismos. El agotamiento es, con toda seguridad, el rasgo que lo iguala todo.
Estamos agotados, cansados de la deriva, de las crisis económicas globales, de las noticias únicamente terribles o apocalípticas, de la tensión política, por supuesto de los virus y del dirigirnos sin frenos hacia un mundo de escasez, necesidad y migraciones masivas. En Occidente, además, estamos cansados y viejos. Nuestras sociedades no tienen hijos. Para tener hijos en la era de la ansiedad, de las pésimas condiciones laborales con sueldos insuficientes, de los horarios neoliberales y de los alquileres más allá de las nubes, hay que armarse de valor, y además, tener buena fortuna y que te vengan bien dadas. Pero además, a este tercer inconsciente lo define el horizonte de la extinción. Con ello Berardi no afirma que nos vayamos a extinguir de forma inminente, pero sí que en lugar de vivir hacia y por un mañana prometedor, como ha ocurrido en otras épocas, ahora no tenemos ninguna confianza en el mañana, y no solo eso: estamos intentando —en realidad no demasiado para lo que deberíamos estar haciendo— que ese mañana no llegue. Es una gran diferencia. Por suerte, o por desgracia, todo cambia. Así que quién sabe.
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