VALÈNCIA. Las leyendas urbanas son una fuente inagotable de historias para atemorizar a la gente. La historia de una persona desaparecida, la de una familia extraña, la de una niña en una curva, la de un exorcismo… hay para todos los gustos y miedos. Siempre hay alguien que jura que es verdad o que conoce a alguien que la ha presenciado. Las leyendas urbanas acaban desligándose de su historia primigenia y terminan por tener vida propia, una entidad acorde al lugar donde se narra. Es un elemento más del folclore y la cultura de un lugar. El director, Víctor García, uno de los realizadores más bregados en el género, se aproxima a una leyenda urbana que podía haber sucedido en cualquier lugar de España. De esas con desaparición, niña y fenómenos paranormales, un clásico que siempre funciona en cualquier cena.
Viajar hasta la localidad tarraconense de Corbera d´Ebre con La Niña de la Comunión, para enfrentarnos al mal, es toda una aventura pesadillesca que te hará pasar un rato aterrador. El director acude a Kinépolis de Paterna junto a una de las protagonistas, Carla Campra, para hablarnos de su primer filme en España.
El realizador tiene una filmografía ligada al cine de terror, es todo un experto en hacernos saltar de la butaca. Su nombre se ha hecho grande entre los aficionados al género, desarrollando la mayoría de su extensa carrera en Estados Unidos, en franquicias como Hellaraiser, donde dirigió en 2011, Hellraiser: Revelations, o las segundas partes, Return to House on Haunted Hill (2007) y Reflejos 2 (2010). Sin embargo su carrera comenzó en el mundo de los efectos especiales. “Yo empecé como técnico de efectos especiales de maquillaje – señala-, durante unos años estuve trabajando con DDT y finalmente rodé un cortometraje que era El Ciclo, que era 2003, que era un cortometraje que se vio bastante por todas parte. Nos lo pidieron en un festival llamado, Screamfest de Los Ángeles”.
Víctor García no se lo pensó dos veces, estos trenes a veces no vuelven a pasar. Su corto había sido un éxito en España y cuando tuvo la posibilidad de presentarlo en Los Ángeles, no lo dudó. “El presidente de ese festival es Stan Winston, yo venía del mundo de los efectos especiales, era mi primer cortometraje, dije: yo voy, aunque sea para conocer a Stan Winston ya me merece la pena”. Conocer a uno de los más grandes era un sueño. Imagínense trabajar haciendo efectos especiales, y tener la opción de presentar tu primer corto en el festival del supervisor de efectos visuales, maquillaje y efectos prácticos de filmes como, Terminator, Aliens, Batman Vuelve o Jurassic Park.
Ese festival propició que su carrera comenzara en Estados Unidos dirigieron segundas partes dentro del género. “Ahí tuvimos la suerte que encima nos llevamos el premio al mejor cortometraje, y a partir de ahí me fueron saliendo representantes en Los Ángeles, y dije: ya que allí me piden algo, pues yo voy a ver qué. Y ahí empecé a ir y venir, ir y venir, hasta que originé esta especie de subgénero de secuelas de remakes, porque House on Haunted Hill era en realidad un remake de la de Vincent Price, y después hice, Mirrors 2”.
La Niña de la Comunión es su primera película en España, aunque no es lo primero que ha hecho aquí. “He rodado publi, he rodado segundas unidades para El Inocente, la serie de Oriol Paulo”. Sin embargo, es ahora cuando podemos ver un trabajo en España y completamente suyo como director. “Nos lo propone directamente el estudio, quieren hacer una historia basada en una leyenda urbana de aquí y la escogida fue la niña de la comunión. Y nos dijeron: queremos la niña de la comunión y queremos una muñeca maldita, a jugar, dale (hace un gesto con las manos mientras se ríe)”
Una niña, una muñeca, algo sobrenatural, parece que James Wan puede ser un referente o al menos una influencia. Con todo, La Niña de la Comunión tiene entidad propia, una personalidad muy arraigada aquí. “Nos liamos un poco a escribir páginas y páginas de tratamiento hasta que dimos con una fórmula que nos gustaba a todos, hace ahora tres años, luego se sumó Guillem Clua (guionista) y ahí ya comenzaron a circular los primeros guiones”.
El equipo de arte hace un trabajo magnífico, el diseño de producción está genial. Parece como si hubiéramos regresado a finales de los 80. Los coches, los recreativos, la Super Pop, incluso los personajes tiene un marcado carácter de la época. Y por supuesto, los efectos especiales, algo en lo que el director hace hincapié.
“Hay trucos digitales, sobre todo la iglesia, rodamos en Corbera d´ Ebre y todo el pueblo en el que rodamos, las ruinas a las que van en el pueblo antiguo de Corbera, todo Corbera se bombardeó durante la Guerra Civil y se dejó tal y como quedó, la reconstruyeron en el pueblecito de abajo”, comenta. En el filme destaca el pueblo como otro elemento más, con unas vistas aéreas extraordinarias. “La iglesia, por ejemplo, no tiene techo, está bombardeada, está con agujeros, la iglesia donde celebramos la comunión, para los planos aéreos, pues le dedicamos nuestro tiempo a los efectos visuales”.
La cinta huye todo lo que puede del CGI, algo de agradecer en ciertas producciones. Se aproxima más al efecto tradicional, maquillaje, látex… así aumenta la sensación de realidad. “Quería que los efectos visuales fueran minimizados y que el protagonismo lo tuvieran los efectos prácticos, que es un poco mi origen, volver a los 80, que es un poco mi origen. Necesitaba unos efectos con los que mis actrices y actores pudieran interactuar, y hay momentos que funcionan de una manera mucho más orgánica si tienes ahí alguien caracterizado, que si tienes ahí una bolita de tenis y alguien tiene que hacer ver que eso es una criatura espantosa”, señala.
Aunque nos encontremos ante un filme adscrito al terror, y que además hace gala de una buena dosis de éste, la trama también es una aventura detectivesca de cuatro jóvenes al finales de los 80 para descubrir un misterio. Sara (Carla Campra) y Rebe (Aina Quiñones) nuestras protagonistas junto a Pedro (Marc Soler) y Chivo (Carlos Oviedo), un skindhead crudo y vacilón, se pasan parte de la duración del filme inmersos en una aventura con destellos de terror que logra que nos introduzcamos en el microcosmo que forman. Personajes de los que quieres saber más, con los que te dejas llevar a través de las callejuelas, ruinas y recreativos del pueblo.
“Es una cosa muy premeditada”, apunta García, “en realidad creo que el género no acaba de funcionar si el público no puede empatizar lo suficiente con los personajes como para sufrir con ellos. Entonces, dedicarle mucho a la creación de esos personajes para que realmente haya un poco de feeling. Tener un tiempo para construir un Chivo, que de repente es un personaje muy negativo y poco a poco se va ganando el corazón de la gente y provoca risas. Para eso necesitas un especio, necesitas un tiempo”.
El filme es terror, y así se manifiesta en sus primeros fotogramas. Un primer plato de cine de terror desde el minuto uno, para luego ir desplegando otros atractivos. “En la versión que era casi la versión definitiva, la secuencia de inicio no estaba ahí, empezábamos con la comunión directamente, y la secuencia con Sonia y Tano estaba en un flashback a la hora de película. Antes de empezar el rodaje dijimos: esta peli es de género y tenemos que empezar con género porque después vamos estar veinte o veinticinco minutos solo con personajes, y con un punto de comedia y un punto de drama”, comenta. “Queríamos marcar que era géneros pero después podernos recrear un poquito para recrear a la hora de crear a esos personajes, para una vez que empieza todo no soltar al espectador”.
El recurso de la música de la época siempre funciona. Te transporta, ya lo hacían Héroes del Silencio en Verónica o la serie La Ruta. Ese estímulo sonoro te conduce inmediatamente al momento, al instante exacto donde trascurre la acción, en este caso a finales de los 80, aunque el director se haya permitido la licencia de meter una canción de Chimo Bayo que no era de ese año. “En un momento La Unión tiene ese punto de Un Hombre Lobo en París, ese punto de lobo feroz y caperucita roja, es un poco la situación en la que se encuentran nuestras chicas, tenía algo que ver con la historia”.
Carla Campra se lo pasó muy bien en el rodaje, y es que el cine de terror permite a los actores y actrices hacer cosas diferentes. “Para mí el terror es un género súper disfrutón. Es muy divertido de rodar, es muy entretenido, nunca vas a hacer lo mismo”, comenta. Es una película muy física, con carreras, agua y acción. “Estuve en un rodaje antes, en una serie que se llama Feria, que ahí tenía que meterme bajo el agua, y ahí sí que estuve como uno o dos meses antes dando clases de apnea, y eso me vino muy bien para esto porque al meterme debajo del agua ya tenía como técnica de cómo calentar los pulmones y cómo respirar para poder aguantar más tiempo debajo del agua, entonces eso me ayudó bastante. El agua en rodaje siempre es muy dura, y no sé por qué tengo la suerte que siempre me toca agua (sonríe)”.
La cinta transcurre en 1987, acabando una década prodigiosa y muy reivindicada, sobre todo desde el cine. La década de los blockbusters familiares. “He visto mucho cine de los 80, de los 90, porque me gustan las películas de los 80, hasta las de los 70 por todo, hasta el sonido me gusta más a veces”, comenta la actriz.
No hemos cambiado tanto desde los 80 aquí, o tal vez sí. “No cambia tanto la corporalidad de la gente, a no ser qué, por ejemplo en el baile, las discotecas, ahí sí que había unos bailarines que nos dijeron cómo bailar en las discotecas porque nada que ver cómo se hace ahora, ni la música tampoco. No es muy complejo volver a los 80, y es una época que por lo menos no hay teléfonos, ese es como el mayor cambio, creo yo”. La Niña de la Comunión es un ejercicio de terror rural que funciona como película de aventuras, de amistad y que nunca le pierde la cara a terror.