En una serie de entrevistas a directores que participaron en Cannes se les ha preguntado a todos si creen que el cine, tal y como lo hemos conocido, está desapareciendo. Las respuestas indagan en muchos aspectos, son diversas, como lo es/era el cine. Van desde las reaccionarias de temer todo lo que no se entiende de las nuevas generaciones a las que advierten del peligro del monopolio audiovisual de Silicon Valley, que cada vez tiene una proporción mayor del mercado
VALÈNCIA. Ciertamente, no creo que nunca hayamos tenido tantas conversaciones filosóficas sobre la expresión y comunicación humana como hay ahora. En el metro, en el bar, en grupos de wasap… todos discutiendo sobre el futuro del arte frente al avance de la tecnología. La Inteligencia Artificial ha puesto sobre la mesa un debate que no se va a ir fácilmente y que nos enfrenta con nuestros propios demonios.
Mis amigos se preguntan si la producción industrial de ficción, pongamos las más socorridas, Hollywood o cualquier televisión generalista que hace una serie, con todos los target tan bien definidos que tienen, las limitaciones del guión tan claras y las fórmulas que se emplean para mantener la atención y modular las emociones del espectador ¿no es ya una Inteligencia Artificial?
¿Y el espectador? La gente que ve películas de género con unas reglas estrictas que tienen que cumplirse, confirmando unas expectativas, transcurriendo por narrativas seguras ¿no está ya demandando productos realizados por una Inteligencia Artificial?
Si hay algo que ha ido contra la Inteligencia Humana es el mercado. Hoy es muy difícil separar la cultura del consumismo y este fenómeno, por definición, suele venir asociado a la producción en masa. Solo sobrevive lo rentable y solo es rentable lo predecible. Pero poder hacer películas con Sora introduciendo un prompt, si algo traerá asociado no será la muerte del cine, sino de la industria.
No es difícil imaginar un futuro cercano en el que, si ya nos hemos convertido todos en fotógrafos con nuestro Smartphone, nos convirtamos en directores de cine con nuestras apps de IA. Sí, te levantas por la mañana y tu cuñado ha colgado su última película en facebook, la hizo la noche anterior. Se va a enfadar porque no has visto las siete últimas, pero también tienes que ver las que hacen tus hijos y, sobre todo, tu pareja.
Sea como vaya a ser el futuro, que ya nos enteraremos, hemos avanzado de tal manera en la expresión audiovisual –o retrocedido, según se mire- que cabe preguntarse si el cine, el gran fenómeno del siglo XX y el arma de colonización más importante y eficaz de Estados Unidos, es a estas alturas una lengua muerta. Y no me lo pregunto yo, lo ha hecho Lubna Playoust en Chambre 999 (disponible en el canal Arte en español) cogiendo el hilo de una pregunta que ya se hizo Wim Wenders en 1982 en Habitación 666. Un documental que ha recomendado Josema Jiménez hace unos días.
La introducción la hace el propio Wenders, único superviviente de su película. Dice algo muy interesante, que el cine surgió como atracción de feria y ni siquiera los hermanos Lumiere pensaron que iba a tener más recorrido. Luego en el siglo XX tuvo un gran rival en la televisión, con la que pudo; otro en el vídeo, contra el que ya le costó más, y finalmente entró en declive con la revolución digital. A partir de ahí, el director no dice nada más que merezca la pena.
La cineasta Audrey Diwan reconoce que su discurso es reaccionario, que se siente como cualquier “vieja” que tiene miedo de lo que desconoce de las nuevas generaciones. Pero se sorprende por el uso del tiempo que hacen los más jóvenes. Cuando ve los reels con los que disfrutan sus hijos entiende que se trata de un concepto del tiempo completamente diferente. En esos fragmentos de vídeo que se consumen a diario, la narración está en su nivel más escuálido, fragmentado, parece como que no pudieran soportar el tiempo que transcurre.
En este punto hay que decir que no es exactamente así, las nuevas generaciones, a tenor de lo que indican los informes de marketing sobre hábitos de consumo, pueden estar más horas viendo una misma narración que un boomer, lo que ocurre es que no ven cine, sino videojuegos. A otros jugando a videojuegos. Y las panzadas pueden ser de muchas más horas sin quitar la vista de la pantalla que un fan de Misterios de Lisboa de Raúl Ruiz. Lo del déficit de atención hay que relativizarlo.
Luego vienen, la verdad, muchos lugares comunes. Que si el cine se disfruta de forma colectiva, comentando y discutiendo, que se puede ir a ver en familia, que quizá hoy que las relaciones sociales se valoran menos todo eso no importa… que si acceder dos horas al interior de una película es como hacerlo al interior de una obra arquitectónica. Todos en general se quejan de que las vías de expresión, a su juicio, son cada vez más estrechas y la presencia de “franquicias” cada vez es más desproporcionada.
Albert Serra carga contra las plataformas con toda su alma. Dice que son el mayor peligro, por su potencial destructivo, por su sistema basado en el éxito y el dinero. Y luego añade algo que es real. La creatividad ahí está completamente encorsetada en un análisis previo y una planificación. Por lo que aboga por un sistema en el que los cineastas como él no pierdan dinero. Reclama: “Por favor, no pongáis en peligro lo más valioso que tenemos, que es la fantasía ineficaz”.
Ruben Östlund sigue con un aspecto sobre el que ya hemos hablado en esta columna. Explica que para que la expresión sea rica hacen falta muchas voces, como ocurre en el cine, pero en las plataformas lo que hay son cinco gigantes. Si el medio audiovisual está en tan pocas manos, si el monopolio capitalista es cada vez mayor, si solo vemos lo que un algoritmo nos recomienda o incluso escribe, estaremos viendo siempre lo mismo, todo igual, pero acabaremos pensando que es fantástico. Y advierte, no deberíamos confiar en nuestro propio gusto.
Si bien es cierto que la tendencia al monopolio de Silicon Valley es cada vez mayor, es un hecho que posiblemente nunca en la historia más personas han hecho cine, que es lo que se emite en TikTok, aunque no sean profesionales. Posiblemente estemos en pañales en la era digital y lo sólido y duradero esté solamente gestándose en este momento. Por lo pronto, muchos de estos cineastas no muestran demasiada imaginación para valorar lo que hacen ni para entender hacia dónde vamos. También se les ve encorsetados, atrapados en sus propios canales y sus lógicas internas, con no demasiada amplitud de miras.