ALICANTE. A veces hay que irse de un sitio para volver al tiempo –o no hacerlo nunca si la reflexión en ese tiempo es que salir de ahí era lo mejor que podíamos haber hecho–. De una pareja que nos duele, de una amistad que nos marchita la alegría de vivir, de una persona que nos martiriza, de una fiesta que empieza a ponerse penosa, de una adicción que nos convierte en esclavos o de cualquier cosa que nos duele y no nos deja ni vivir. He tenido personas así en mi vida.
Creedme, sé de lo que hablo. Supongo que es una reflexión que viene con el tiempo y crece con la edad. Hay que marcharse a tiempo con una excepción: no tengo nada claro que haya que irse a tiempo de la vida. Porque siempre termina por sorprendernos cuando no nos esperamos nada. Nosotros somos los personajes, pero es que el guion va a la deriva. Quizá por eso produce tanta incertidumbre a los corazones inquietos. Así que de la vida, señoras y señores, mejor que nos echen a empujones. No vaya a ser que cuando creamos que ya no podemos más vaya a venir lo mejor.
Hay carreras y carreras en la moda. “Lo de Esther fue muy fuerte porque hizo muchísimo en poco tiempo” fue lo que me dijo sobre ella Clara Courel (experta en moda y comunicación) durante una cena en la que coincidimos. “Lo curioso de las modelos es que algunas encajan muy bien en un sitio y en otro no, pero es que Esther Cañadas encajaba en todos. Hizo de todo”, remató. Y yo a eso solo pude decirle la frase que me dijo una amiga cuando me conoció: "What an amazing ride and is only the beginning (Qué carrera tan emocionante y es solo el principio)".
A los 45 años y acallando tabúes, Esther Cañadas tras más de una década alejada de las pasarelas, volvió a subirse a ellas. La que fue una de las modelos españolas mejor valoradas de la década de los noventa celebra hoy en día su segunda vida en la industria de la moda.
La modelo, nacida en Albacete, se crió toda su vida en Alicante, donde era apodaba como 'la alemana', por sus facciones nórdicas. Ella misma lo confesó: nunca quiso dedicarse a la moda de pequeña. Pero era obvio y aunque la moda en los noventa ya buscaba a los andróginos de la actualidad y personas más camaleónicas, encajaba a la perfección. Melena rubia, ojos claros y casi metro ochenta de altura. No había nada que envidiarle a Claudia Schiffer. Un hecho que la llevó a los 15 años ya a trabajar como modelo.
De Alicante se trasladó a vivir a Barcelona, ciudad en la que dio el salto internacional a Milán y Nueva York. Se convirtió en una de las grandes musas de la diseñadora Donna Karan, a quien le debe en gran parte su consagración como una de las top models más demandadas de los noventa y con quien cerró un contrato millonario. Fue precisamente en la grabación de la campaña del perfume DKNY donde conoció a Peter Lindbergh –fotógrafo de la sesión y uno de sus grandes padrinos por cuyo objetivo han pasado desde Naomi hasta Linda Evangelista– y el que sería su primer marido, Mark Vanderloo, con el que protagonizó una de las campañas más recordadas de la firma.
En la década del 2000, decidió bajarse de la pasarela. Tras protagonizar grandes desfiles de firmas tan emblemáticas como Jean Paul Gaultier o Alexander McQueen, portadas de revistas como las ediciones australiana, española e italiana de Vogue y campañas publicitarias como Dolce&Gabbana o Yves Saint Laurent. Se mudó a México donde una vida tranquila le acompañó durante más de una década, pero cuatro números reventaron el calendario de Esther: 2020.
En 2020, una llamada de Olivier Rousteing, director creativo de Balmain, terminó por confirmar una decisión que prácticamente ya estaba tomada: reanudar su carrera de modelo. Y así lo hizo junto antes de la pandemia con un desfile de Balmain y una portada de Vogue España. Después llegaría Fendace, la unión entre Versace y Fendi, desfile en el que participó junto a Kate Moss, entre otras modelos destacadas. Y esto solo es el principio. Balmain Hair Couture, los rebeldes de Dsquared2, Mugler y su melena al viento; Harper’s Bazaar; Telva y Odda. Estos solo son algunos de los muchísimos que han caído en esta vuelta ante la hipnótica mirada de Esther Cañadas. Porque con sus piernas de casi un ochenta y con su fantasiosa forma de desfilas, que más que andar parece que repta por la pasarela, es la confirmación de que la belleza no caduca, sino que se convierte en gran reserva con la edad.
Y así, sin más, sobre volver a empezar –las veces que haga falta–.