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HISTORIAS DE ANTICUARIO

La fascinante huella del tiempo

El gran dilema de la restauración es si se puede recuperar la belleza de una antigüedad sin eliminar la pátina del tiempo que la hace tan especial

27/09/2015 - 

"…la pátina, en arquitectura, es signo del tiempo y testimonio de la vida y de la autenticidad de la obra; en definitiva, como señal de civilización, aunque, por encima de todo es belleza: es en esa dorada pátina del tiempo donde debemos buscar la verdadera luz, color y preciosidad de la arquitectura”.

John Ruskin

VALENCIA. ¿Quién no ha jugado alguna vez a ser restaurador?. Es peligroso, lo advierto. En un par de veces, limpiando un cuadro, me ha invadido un sudor frio de estar metiéndote en un mundo que no es el tuyo “¿quién te ha mandado meterte aquí? ¿no ves que la estás liando?. Como se dice en el mundo de los restauradores “la restauración termina donde comienza la duda” . A mí en este terreno la duda me viene muy pronto.

En más de una ocasión me preguntan cómo podemos saber en cuestión de segundos si una pieza es o no de época. Muchas veces la clave está en la pátina que se ve y casi se puede tocar. Una de las palabras clave en el mundo de la restauración es eso llamado “pátina”. La Carta italiana de la Restauro, de 1987, establece que las limpiezas de pinturas respetando la pátina y los posibles barnices antiguos. Fue especialmente agria la polémica suscitada con la limpieza de la obra maestra de Leonardo La Virgen el Niño y Santa Ana que se conserva en el Museo del Louvre.

Los especialistas no se pusieron de acuerdo en cómo debía realizarse la limpieza y hasta que punto esta podía llevar como resultado la pérdida de la pátina. El resultado fue un pequeño desastre: los colores resaltaron y la obra perdió parte del misterio que da ese sfumato que siempre busca nuestra mirada. Algo parecido sucedió tras la restauración de El Caballero de El Greco, que tras la limpieza desapareció ese maravilloso efecto de la figura que emerge de la oscuridad. La pátina es un término complejo que designa el efecto que produce el tiempo sobre la materia. Se trata de una palabra con una definición técnica por un lado y un tanto etérea e ideal por otro.

La pátina nos habla de desgastes pero no hasta el punto del deterioro, no es pátina la suciedad pero si del poso del tiempo como un velo de neblinosa autenticidad, no es la oxidación masiva de los barnices pero sí una leve pérdida de su transparencia y brillo. ¿Cómo recuperar la belleza de una antigüedad sin eliminar la pátina del tiempo que la hace tan especial? Ahí está la clave de una buena restauración.


De restaurar todos saben

Cuántos monumentos nos parecían invisibles, hasta que los andamios comienzan a trepar por sus muros. Es más, cuando estos se retiran y el resultado se nos revela, da inicio una suerte de procesión de autoproclamados doctores en bellas artes disparando toda clase de sesudas valoraciones sobre el tono de color, “se les ha ido la mano con ese rojo tan cantarín”, o sobre la profundidad de la limpieza -“lo han dejado como nuevo, definitivamente no me gusta”-.

Cuando la otrora ennegrecida y no por ello menos magnífica antigua aduana (actual Tribunal Superior de Justicia) era invisible (véase esa clásica foto de los años 80 en la que detrás de esa forma más tiznada que parda está la arquitectura)-, en cuanto lució limpio y con rojizas policromías (¿recuperadas? ¿recreadas?), faltó tiempo para formarse los habituales corrillos de opinión doctoral. Es curioso cuántos monumentos inmersos en el ostracismo cobran una nueva vida y relevancia directamente proporcional a lo polémica que sea su restauración o perpetración de algo parecido a ello.

La sublimación de ello sería el archiconocido Ecce Homo del la de Borja, pintado con correcto aunque rancio academicismo por Elías Martínez en el siglo XIX-del que todos desconocíamos su existencia- y asesinado artísticamente en agosto de 2013 por Cecilia Giménez. O tiempo atrás, sin que se tratara de un monumento olvidado, es cierto que el teatro romano de Sagunto generó mucha más literatura-sobretodo procesal- que en sus dos milenios de vida anteriores, desde que fuera intervenido (me abstendré intencionadamente de emplear la palabra “restaurado”) por los arquitectos Grassi y Portaceli.

Y es que la narración de la historia del arte va estrechamente ligada a muchas de sus restauraciones. Individualmente, la corta o larga vida de las obras desde el majestuoso Panteón de Agripa o la Capilla Sixtina hasta ese modesto dibujo que poseemos es también la de las intervenciones más o menos afortunadas que han sufrido, o sus reparaciones debidas al inevitable paso del tiempo, los desastres naturales y la maldad humana.

El hombre, misteriosamente, tiende de forma natural a devolver al arte su esplendor. Nos repugna la destrucción del arte. Por ello, estoy seguro que ya hay especialistas trabajando a miles de quilómetros en la recuperación los monumentos devastados por el estado islámico cuando, llegado el día, pueda accederse a los mismos. Y es que la devastación es una forma de barbarie y su recuperación nos hace más humanos. Hace poco tuve la oportunidad de conocer una forma de restauración que se practica en Japón, llamada Kintsugi, y que me hizo pensar: cuando se rompe una pieza de cerámica valiosa o que se le tenía en especial estima, se procede a unir las piezas y para aglutinarlas de nuevo se emplea oro líquida. Una maravillosa forma de dignificar de nuevo la pieza.

cayendo en esa comparación fácil y un tanto cursi, el restaurador es el doctor de las obras de arte

El profesional de la restauración es imprescindible y gravita permanentemente en torno a los distintos actores de este particular mundo desde el anticuario o galerista, pasando por el coleccionista o comprador ocasional hasta los museos e instituciones. Su visión es particular y cayendo en esa comparación fácil y un tanto cursi es el doctor de las obras de arte que examina, diagnostica y trata los males que las aquejan. Aunque puede parecer lo contrario, en ciertas especialidades menos habituales como el papel, la relojería o incluso la cerámica antigua es desalentador la escasez de buenos restauradores.

La restauración o reparación puede dar lugar a las sorpresas más inesperadas. Puedo imaginar las caras de los operarios que trabajando a veinte metros en la bóveda barroca de Pérez Castiel en la Seu de Valencia advirtieron una cámara que existente entre esta y la propia estructura del edificio protegió durante quinientos años los extraordinarios ángeles músicos de Pagano y San Leocadio. Aquí se presentó otro de los dilemas de la restauración: si la recuperación de una obra implica la destrucción o retirada de otra de los ojos del espectador ¿cómo debemos actuar? Nuevo asunto para la eterna polémica.

Restauración y arte moderno

Como las sorpresas pueden ser también desagradables, no es buen negocio ocultar aquello que se sabe y el cliente o el turista debe conocer. Mal camino para aquel que lo haga. La falta de ética tiene las patas muy cortas. El cliente debe saber si se ha llevado a cabo una restauración y es contrario a la profesionalidad ocultar que alguna parte de una obra ha sido restaurada. Téngase en cuenta que cuanto más pura es una pieza su valor es mayor puesto que se trata de algo que ha llegado intacto hasta nuestros días. Ocultar es falsear: algo así como cuando visitamos por primera vez el barrio gótico de Barcelona, y el guía nos oculta lo que luego tarde o temprano descubriremos: es en su gran parte un decorado en forma de revival.

Cuando hablamos de restauración tendemos a pensar en patrimonio de cierta antigüedad, sin embargo los conservadores de arte contemporáneo se están empezando a encontrar con serios problemas de conservación de obras que fueron concebidas hace a penas unas décadas y que ya les traen de cabeza, debido fundamentalmente a las técnicas empleadas por los artistas. El arte del siglo XX es muy probable que acabe dando más problemas de conservación que el de siglos anteriores. Por ejemplo es llamativo el caso de cierta obra de Tapies o de Millares en la que el artista empleó mucha materia sobre el lienzo y que con el paso del tiempo, la inexorable ley de la gravedad comienzan a evidenciarse desprendimientos. El artista llevado por la fuerza de su genio en ocasiones no es demasiado consciente de que si sus obras tienen vocación de pervivir, quizás deba pensarse un poco la forma de llevarlas a cabo.

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