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crítica

La música de Sofía Gubaidulina y la viola de Antoine Tamestit sobrecogen al Palau

3/03/2024 - 

VALÈNCIA. Como es bien sabido, los programas de abono de la Orquesta de València de la era Liebreich contienen más que frecuentemente una obra contemporánea o compuesta en a partir de la mitad del siglo XX. En la mayoría de los casos es una obra de proporciones no demasiado extensas, y que sirve para abrir los conciertos. Una iniciativa que me parece todo un acierto. En esta ocasión la composición ocupa toda la primera parte tratándose de un estreno en nuestra ciudad, aunque no en España: el concierto para viola y orquesta de la compositora rusa, ya nonagenaria, Sofía Gubaidulina. Un reto para orquesta, solista y parte del público, menos acostumbrado a escuchar de otra forma, saldado con un buen resultado. 

Las cosas están funcionando porque Libreich es un consumado especialista en esta clase de repertorio contemporáneo, la orquesta está dando la talla en estos retos particulares, por lo novedoso de las propuestas, y, en este caso, Tamestit, que ya ha grabado la obra, es un consumado maestro en su instrumento y un conocedor profundo de la partitura, a pesar de lo cual debe servirse del papel pautado puesto dado el carácter absolutamente imprevisible y libre de esta música del espíritu. Podemos decir que en la era Liebreich el público valenciano está recibiendo un curso avanzado e intenso de música de la segunda mitad de del siglo pasado hasta nuestros días, y me atrevo a afirmar que los resultados están siendo óptimos. 

Foto: LIVE MUSIC VALENCIA

Toda comparecencia en nuestra ciudad del extraordinario viola francés Antoine Tamestit, músico residente de la Orquesta de València, cuyo nombramiento ha sido todo un acierto, es un pequeño acontecimiento musical por el talento que desprende y por el asombroso sonido que extrae de su instrumento construido por Antonio Stradivari en 1672. Con solistas de la talla de Tamestit el misterio sobre la fabricación y la increíble sonoridad de estas reliquias se hace más insondable si cabe. 

El concierto para viola y orquesta de Sofia Gubaidulina tiene aires de elegía. Una obra compleja en su desnudez, de una árida y misteriosa belleza como es el concierto para viola compuesto por encargo de la Orquesta Sinfónica de Chicago a la compositora rusa Sofía Gubaldulina en 1997. Una amplia partitura de más de media hora de duración sin movimientos. Un reto más que técnico, que lo es, emocional por la desnudez absoluta de sus pentagramas que en una importante cantidad de estos el solista toca en una suerte de cadencia. Impresionante la lectura de Tamestit, como una oración, más profunda, si cabe, que la también sensacional, del dedicatario Yuri Bashmet y que puede verse y escucharse en Youtube. Liebreich y los profesores de la orquesta estuvieron a la altura del reto con un llamamiento especial a las tubas wagnerianas en sus “contestaciones” al individuo encarnado por la viola, así como una cuerda en su repetitiva, inquietante y ensimismada perorata.

Foto: LIVE MUSIC VALENCIA

Para la segunda la naturaleza de la música cambiaría radicalmente, aunque por relacionar ambas obras en algún detalle, debemos decir, que la obra de la compositora rusa está salpicada de citas al inicio del primero de los movimientos de la obra de Ravel La hora española concretamente el titulado Prélude à la nuit, desconociendo, quien escribe, la motivación de esta cita raveliana.

Estimable versión de Liebreich del ballet El Sombrero de tres picos, de Manuel de Falla, demostrando que va tomando el pulso cada vez mejor a un repertorio cuyo idioma no manejaba a su llegada. El orden y rigor impuesto por el director muniqués no desaparece, lo cual es bueno, pues esta música por muy espontánea que parezca, demanda disciplina y orden. Sin embargo, en este Sombrero de Tres Picos, obra maestra de Falla, en la que se conjugan, a la par, influencias indisimuladas e imaginación desbordante le hemos podido ver más suelto, relajado y disfrutando más que en las recientes Noches en los Jardines de España, del pasado octubre, donde se le vio mucho más pendiente de que todo estuviera en su sitio, que de insuflar vuelo poético a la música. No obstante, no todo fue perfecto ni mucho menos: faltó cierta opulencia sonora, que no volumen, algunos colores y bastante de “ese algo” que es difícil de explicar cuando se interpreta esta música. 

Es de agradecer, y es inteligente por su parte, que Liebreich se resista a caer en manierismos kitsch a los que son propensos algunos directores que pretenden dar a entender frente al público español que conocen el carácter idiomático de esta música tan nuestra. La orquesta respondió con excelencia y, buena noticia, la cuerda algo desaparecida en el último concierto al que asistí, reapareció, de nuevo, con notable peso y presencia. El ballet de Falla es también partitura para lucimiento de solistas. Cumplió Carmen Romeu en sus dos cortas intervenciones, como era de esperar, y brillantes fueron las de Salvador Martínez a la flauta, Juan Enrique Sapiña al fagot, José Vicente Herrera en el clarinete, María Rubio a la trompa o la percusión capitaneada por Javier Eguillor. Sobre todos ellos, también por la grata sorpresa que supuso y la juventud que atesora, una sensacional María Victoria Muñoz al corno inglés, hija, por cierto, del corno inglés titular, Juan Bautista Muñoz y que fue la más aplaudida, de largo, de entre los atriles que Liebreich ordenó saludar individualmente. Por ahí dicen eso de que “de casta le viene al galgo”. Así será. Enhorabuena. Además, el público encantado.

Ficha técnica:

1 de marzo de 2024

Palau de la Música de València 

Obras de Sofía Gubaidulina y Manuel de Falla 

Antoine Tasmestit, viola

Carmen Romeu, soprano 

Orquesta de València 

Alexander Liebreich, director musical

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