Che Books incorpora a su catálogo una novela divertidísima y desacomplejada que narra la vida y obra del último mesías, un personaje advenido al mismo tiempo que una pandemia letal
VALÈNCIA. Significa buena nueva, aunque nueva no es precisamente una palabra que sirva para explicar nada hoy en día: nueva, en su undécima acepción, es sinónimo de noticia. Buena nueva tampoco es algo que vayamos a emplear con asiduidad: se lleva más tercera guerra mundial. Buenas nuevas no hay muchas últimamente. En realidad, esta visión es muy egocéntrica, porque, ¿cuándo no ha ido la humanidad de catástrofe en catástrofe? El problema es que ahora hasta lo más nimio recibe una gran cobertura. Somos cámaras ambulantes, pequeñísimas estaciones de televisión, cadenas unipersonales que no dejan de emitir. En un panorama así, lo malo, que suele ser más espectacular y más morboso que lo bueno, recibe una gran atención, se amplifica y magnifica, lo que a su vez crea un estado de ánimo funesto, lúgubre, que genera malestar, resignación, odio, o todo al mismo tiempo. No deberíamos aventurarnos a asegurar que hoy en día las cosas van peor que antes: ¿peor para quién, antes que cuándo, dónde? No: las épocas de (relativa) paz de unos, han sido los años oscuros de otros. No hay nada así como un continuo estándar del que participamos todos.
Nunca, por ejemplo, hemos dejado de matarnos, ni de abusar, ni de desencadenar hambrunas. La viruela del mono nunca ha dejado de enfermar y matar a gente en África. La preocupación viene porque ha llegado hasta aquí, y eso está feo. Ni siquiera el COVID ha sido original. Será por pandemias que nos han diezmado. La cuestión, como decíamos, es la cobertura. Evangelio, que significa buena nueva, es también un tipo de cobertura, además del origen de los dos nombres favoritos de los padres primerizos: Mateo y Lucas (y hace un tiempo, Marcos). Los tres, junto a Juan, fueron los autores de los evangelios que ahora tenemos en consideración. Estos libros son la cobertura que en la época se le daba a los hechos de especial trascendencia. La cobertura, claro, no era en tiempo real. A veces ni siquiera se llevaba a cabo en el mismo siglo: se cree que los evangelios canónicos se escribieron entre sesenta y cinco y cien años después de Cristo, década arriba, década abajo. Seguro, por tanto, que contienen muchas licencias. Pero qué vamos a decir nosotros en esta era de las fake news y los deep fakes.
La venida de un mesías moderno merecería una amplia cobertura, qué duda cabe: no solo tuits, reels o tiktoks. Un libro. Un libro posee autoridad. Goza de credibilidad. Todavía. Que ya es decir. La Pasión según Diodoro (Auge y caída del Gran Delfín) es la cobertura que el escritor, historiador y profesor Javier Navarro ha dado a la vida milagrosa de Nuestro Señor el Gran Delfín, al advenimiento del nuevo Cristo ya no en un pesebre en Belén, sino en una ciudad a orillas del Mediterráneo y coincidiendo no con una luz que rasga el firmamento, sino con una plaga que desgarra la normalidad y recluye a todo el mundo en sus casas, obligándolos a ser más conscientes que nunca de las estrecheces de la vivienda, de sus grietas, de los desconchones de la pintura y de las manchas perpetuas del suelo, así como de lo necesario que es cambiar ya las cortinas, pintar, o conseguir un piso con terraza de cara a la próxima reclusión, que podrá ser por un virus o por cualquier otro acontecimiento cataclísmico.
Publicado en el sello Che Books de Ediciones Contrabando, esta breve y divertidísima novela nos presenta a un mesías que es humano, y por tanto proclive a sucumbir a la tentación, y por otro divino, y por ello, algo así como Aquaman; “Cuando llegamos a la playa, vimos muy cerca de la orilla, tan cerca que solo podía deberse a otro de sus milagros, a las ballenas y los delfines que parecían aguardar la presencia de Nuestro Señor. Este nos pidió que permaneciéramos en la arena y se alejó en dirección al mar. Una ballena le esperaba, quieta y mansa. Entonces, ante el asombro de todos, Nuestro Señor se internó en el agua, llegó hasta ella, acarició su piel y, de un salto, subió a su lomo. Le rodeaban también los delfines. El cetáceo, que se abstuvo de engullir a un nuevo Jonás, dio media vuelta y comenzó a aletear y a nadar en círculo frente a nosotros. Y allí, encima de ella, estaba Jesús, la túnica mojada y pegada a su piel. Cuando Cristo se puso de pie sobre el lomo de la ballena, maravillados, muchos cayeron arrodillados en la arena y comenzaron a cantar y a corear su nombre”.
Si no monta a lomos de ballenas, no es mi salvador. Uno agradece enormemente este tipo de lecturas: inteligentes, directas, divertidas. Con un sentido del humor muy propio, muy particular. Como detalle, Navarro ha tenido la idea de inmortalizar en su libro a una de las personas más singulares y reconocibles de quienes se buscan la vida pidiendo en las zonas turísticas más concurridas de Valencia. En el evangelio de Diodoro se le llama la Virgen de la Tercera Pierna. Quién sabe si Orestes el hereje es la versión sincrética de otro apóstol de la calle. ¿Y qué hay del Arzobispo Cannivium? Pues hay esto, puro delirio hilarante y mordaz: “Nosotros, los delfinistas, lo conocemos como el Nuevo Caifás […] Según se dice, murió tres veces y resucitó dos. La primera se reencarnó en un político tradicionalista acusado de corrupción y que criaba homúnculos en el jardín de su casa. La segunda, en un murciélago que anidaba en el techo de la antigua catedral y del que se decía que cantaba y hablaba, ofreciéndose a menudo a los turistas como guía del edificio, aunque no parece que pueda imputársele ninguna práctica vampírica. Se supone que falleció definitivamente en el 65 de nuestra era. Sin embargo, algunos apuntan a que todavía vive y que regenta ahora una horchatería a los pies de la torre de la Gran Virgen, antes de San Miguel. Según se cuenta, mide unos ochenta centímetros, tiene el pelo rojo, se mueve desnudo por el local envuelto en una bandera azul y alerta a los clientes sobre un complot comunista y una segura invasión de los bárbaros del norte”. Milagro. Palabra del Señor [Navarro]. Te alabamos, óyenos.