Los libros de arte contienen unas de las más páginas más vergonzosas de la historia de España. Cuando la pintora Leonora Carrington escapó de la Francia que iba a ser ocupada por los nazis en dirección a España, encontró una violación múltiple a manos de oficiales requetés y acabó ingresada en un psiquiátrico en el que se le administraron medicaciones inhumanas. Un cómic recuerda este capítulo
VALÈNCIA. La peripecia de la pintora Leonora Carrington en España es una de las más escalofriantes que ha legado la historia de un periodo ya de por sí tenebroso. La inglesa formaba parte de la bohemia parisina de los surrealistas, tenía una relación sentimental con el pintor alemán Max Ernst y militaba en una liga clandestina de intelectuales antifascistas. Una historia que se vio truncada cuando Hitler comenzó su expansión.
Cuando se cumplió el centenario de la artista, se publicó mucho material sobre ella y me enteré de lo que le ocurrió cuando escapó de Francia y se trasladó a España. Cruzó por Andorra porque quería conseguir un salvoconducto para su amante, al que había detenido la policía francesa antes de la inminente invasión de Hitler. En ese momento era un sospechoso alemán, después de la ocupación, un sospechoso judío.
Carrington llegó a Madrid al poco tiempo de que hubiese acabado la Guerra Civil, lo que le sucedió fue infame. Ahora, un cómic, Leonora Carrington en España (Turner, 2023), de María Luisa Fruns, recorre los días que comprendieron esa terrible experiencia. Una noche, en el Hotel de Roma en Gran Vía, se vio rodeada de un grupo de oficiales requetés que la secuestraron, la metieron en un coche y se la llevaron a otro edificio. Allí, la violaron y robaron. Después, la volvieron a meter en un coche y la abandonaron en el parque del Retiro.
Tras la experiencia, desde su habitación, escribió proclamas subversivas en hojas de periódico y las arrojaba por la ventana. Un doctor involucrado en redes de huida de refugiados, que en aquel momento muchas de estas rutas hacia Lisboa pasaban por Madrid, le tuvo que inyectar bromuro para relajarla. Estaba llamando demasiado la atención, pero no hubo manera.
Mentalmente perturbada, liándola a cada paso en el Madrid de los 40, el cónsul británico, de acuerdo con su familia, dio permiso a las autoridades españolas para que la internaran en un convento. Esto era lo que habían hecho toda su vida con ella, internarla en colegios de monjas, escuelas de modales o escuelas para señoritas, de las cuales fue expulsada religiosamente, nunca mejor dicho.
Pero en España no se hacían bromas con esto. Le pusieron una inyección anestésica en la espina dorsal para quebrar su resistencia y la mandaron al psiquiátrico como un cadáver, sin poder oponer ninguna resistencia. Allí la ataron de pies y manos y la medicaron con cardiazol. La alimentaban por una cánula. De las inyecciones que le pusieron, una le provocó un absceso.
En las viñetas, esta experiencia se dibuja en un contrastado blanco y negro. Hay ilustraciones desenfocadas y caídas al abismo, una reproducción gráfica de los efectos del cardiazol, que es un equivalente al electroshock, pero en medicamento. Le provocaba convulsiones y viajes extrasensoriales.
El mérito de Fruns es el expresionismo que pone en este episodio, tratando de reproducir qué ocurría en la mente de la protagonista mientras estaba encerrada y brutalmente medicada. En sus memorias, describió así el cautiverio: “No sé cuánto tiempo permanecí atada y desnuda. Yací varios días y noches sobre mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por los mosquitos, cuyas picaduras me pusieron un cuerpo horrible: creí que eran los espíritus de todos los españoles aplastados, que me echaban en cara mi internamiento, mi falta de inteligencia y mi sumisión. La magnitud de mi remordimiento hacía soportables sus ataques. No me molestaba demasiado la suciedad”.
¿Cómo dibujar algo así? Mediante ilustraciones oníricas en las que el maltrato se sugiere y se entremezcla con los delirios de la pintora. Sobre el cuerpo de Carrington, que venía de la inocencia del periodo de entreguerras, choca la Historia: de la efervescencia artística de una de las épocas más fecundas de la humanidad, la salida del trauma de la Primera Guerra Mundial, y a la vez una de las más estúpidas políticamente, la que condujo todo a la Segunda Guerra Mundial; de las calles del París de la bohemia del primer tercio de siglo XX, a las de una Madrid amordazada por el fascismo franquista, que se ha impuesto en España y acaricia un horizonte en el que sus socios alemanes e italianos lo harán en toda Europa.
El cómic continúa con su salida del psiquiátrico y, de nuevo en Madrid, intenta recomponer su vida. Allí recibió noticias de nuevo de su familia, que había decidido ingresarla en otro sanatorio, esta vez en Sudáfrica. Cuando se dirigió a Lisboa para tomar esta ruta, en el último momento, decidió desobedecer a sus padres y se embarcó rumbo a México.
De todo esto quedaron dos testimonios: Uno, las memorias de la artista. Animada por André Breton y Pierre Mabille, escribió su experiencia en el sanatorio mental del doctor Luis Morales en Santander. La obra se tituló Memorias de Abajo, publicada en 1943, contenía un mapa del psiquiátrico y un retrato del doctor Morales; y dos, un artículo del propio Luis Morales publicado en El País en 1993. Explicaba que se la confiaron “por su anormal conducta” y reconoce haber aplicado esos fármacos. Añade “esta enfermedad podía ser sintomática, como protesta de su arte surrealista” y concluye: “Leonora, en 1941, sanó al adaptarse a la sociedad de entonces. Su misión había terminado”.
Sobran los comentarios y queda una novela gráfica como esta, que pone imágenes a un episodio no muy conocido, posiblemente por la vergüenza que supone para este país.