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Llenazo en 'Las bodas de Figaro' a precios reducidos

Les Arts da inicio a su temporada operística con más cantantes que voces

30/09/2019 - 

VALÈNCIA. En la segunda mitad del si XVIII, Mozart, aquel joven genio de oído absoluto, escribió las óperas más avanzadas de su tiempo, consideradas hoy día como las primeras de la ópera moderna, en transición entre lo clásico y lo romántico. De la mano de Da Ponte, en su época más madura se atrevió también con textos no precisamente banales y de absoluta actualidad, arriesgándose a no pocos enfrentamientos con el poder, al denunciar ciertas realidades sociales habituales en aquella Viena y en toda centroeuropa.

A parte del violonchelo y del fortepiano, el sentido del humor fue uno de los instrumentos preferidos por el autor. Y este es el caso de Las bodas de Figaro: una ópera alegre, cómica o no tanto, llena de embrollos, equívocos, líos y disfraces, como forma de tratar sobre las complicadas relaciones entre las distintas clases sociales, el derecho, los abusos del poder, y el amor.

Hoy se escucha una ópera de Mozart como si no hubiera pasado el tiempo. Y la prueba está en que títulos de corte napolitano como Las bodas llenan todos los teatros del siglo XXI, batiendo records, y permaneciendo en lo más alto de los rankings. Las Bodas de Figaro es valor seguro porque es genial, porque es moderna, porque trata temas sociales aún actuales, y lo hace con sentido del humor, porque es sensual, y porque tiene un libreto bellísimo y una música deliciosa que llega fácil y directa al espectador.

Foto: MIGUEL LORENZO/MIKEL PONCE

Es verdad que Mozart aburre a algunos, como confesaba la propia María Callas. También el emperador José II dijo al autor que en sus óperas había demasiadas notas, a lo que el músico le respondió con aquello de dígame usted cuales debo quitar. Pero la realidad es que las óperas del genio Salzburgués gustan a muchos, y eso es precisamente lo que pasó el viernes en la première de estas Bodas en el Palau de Les Arts de València, pues los aplausos, solo al final, no fueron precisamente reducidos, como los precios de las entradas.

La presentación

Se disfrutó de una puesta en escena muy acertada de Emilio Sagi, procedente del madrileño Teatro Real en coproducción con ABAO y con el Teatro Nacional de Ópera y Ballet de Lituania. Realmente, es un acierto este tratamiento hiperrealista andaluz con toque goyesco incluido, en una ópera tan mal tratada en el asunto escénico. Y se pudo comprobar cómo en espacios grandes y diáfanos se pueden resolver adecuadamente las situaciones de líos y de divertida confusión que son esencia de la obra. Los cuatro cuadros presentados por Daniel Bianco son elegantes, y bellos por color, sencillez, y tratamiento lumínico. Hermoso fue también el fandango pastel de Nuria Castejón.

La orquesta de la Comunidad Valenciana suena perfecta. Es una magnífica agrupación, y un lujazo. Fue dirigida por Christopher Moudls con adecuada homogeneidad, pero sin percatarse de que en general el sonido procedente del foso tapaba la voz de los cantantes. Y eso es cosa inadecuada para el resultado global del espectáculo. Y es que sobre el escenario hubo más cantantes que voces. Lo primero no es culpa de nadie; lo decidieron Da Ponte y Mozart. Lo segundo sí tiene solución, sobre todo en futuras temporadas. Pero cuando se cuenta con un elenco de voces pequeñas, es obligación del director musical saber encontrar el equilibrio entre ellas y los instrumentos orquestales. Y eso no sucedió.

Seamos positivos

Los personajes de Las bodas, según André Tubeuf, tienen diferencias de estilo, linaje y tono, además de las propias de su diversidad vocal. Pero sin embargo, comparten una sola identidad dramática, y literaria, base del necesario engranaje entre las múltiples partes del mecanismo de precisión que constituye la ópera. Y esto, que es esencial, sí se consiguió al no apreciarse ruptura alguna en el discurso dramático, siendo parte, sin duda del éxito de la función. Las voces reducidas, como el precio de las entradas, aportó, seamos positivos, cierta homogeneidad a la representación.

Foto: MIGUEL LORENZO/MIKEL PONCE

Hay que hablar de tres aspectos positivos en todos los intérpretes: su pericia dramática, perfecta dicción, y su destacada musicalidad. Y también un futuro prometedor, ya que todas ellos son jóvenes cantantes, en especial Aida Gimeno y Evgeniya Khomutova, Vittoriana De Amicis como Barbarina de gran musicalidad, y el tenor Joel Williams con voz bien proyectada para el Don Basilio. Valeriano Lanchas fue un Bartolo de voz bella y exenta de refinamiento. Marcelina fue encarnada por una chispeante Susana Cordón, convincente en lo escénico, y de voz bella y corta. Don Curzio fue José Manuel Montero, y Antonio fue encarnado por Felipe Bou, quienes acertaron en sus cometidos.

Almaviva, papel para barítono de voz robusta, fue encarnado por el joven Andrzej Filonczyk, quien solo tuvo de robusta su presencia escénica. Como todos, correcto en lo musical, pero de voz pequeña y sin recorrido. Figaro, rol para un barítono completo, y flexible, de voz fluida y bien proyectada, fue encarnado por Rober Gleadow, de adecuada colocación en la máscara y bello timbre, pero escaso de graves, y corto de línea y proyección.

Cherubino fue Cecilia Molinari, quien con voz fresca y bella atendió eficazmente el carácter de adolescente requerido, además de prestar sus buenos dotes en lo escénico. Susana, papel para voz extensa y audible, fue Sabina Puértolas, quien a falta de lo anterior sí supo dar a su personaje, -verdadero protagonista de la trama-, el requerido aire de criada inteligente que controla todo lo que sucede en palacio. Su voz transmitió la calidez y sensualidad requeridas, como en el acertado ’deh vieni, non tardar’.

Foto: MIGUEL LORENZO/MIKEL PONCE

Al público no le hizo falta tener el oído absoluto, para percatarse de que la soprano María José Moreno, jugaba en otra liga. Ella fue la excepción de lo dicho al respecto de los demás cantantes. Su Condesa es extraordinaria. Demostró tener un instrumento lírico bellísimo, con anchura idónea para el personaje, que le permitió cantar con un gusto exquisito, excelente proyección, y elegancia controlada. Su Porgi amor, -lamento de la época que sería como el Desátame o apriétame más fuerte de Mónica Naranjo, como dice César Evangelio,- constituyó una lección de canto por su línea, legato y refinamiento. ¡Qué gusto escucharla! Solo ella puso sobre el escenario de Les Arts la naturalidad y la profundidad que requiere Mozart.

Bueno, no sólo ella. También el Cor de la Generalitat Valenciana, ese magnífico grupo de profesionales, -otro lujo valenciano,- cuyas dos pinceladas llenas de musicalidad le bastaron para demostrar que la magia de Francesc Perales funciona.

En el marco de unas bodas que no pasarán a la historia, pero que han gustado, cabe preguntarse por la ausencia de jóvenes cantantes españoles, y volver a hablar una vez más del milagro que supone tener en casa un teatro de ópera que es un sueño. Bien, y ya que ha gustado, pues digamos lo que todos cantan al final de la obra: tutti contenti saremo così.

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