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Los 'zombis' de la Guerra Civil

Celso Giménez debuta como creador al margen de La Tristura con Las niñas zombi, una pieza sobre la memoria de un país vista desde el presente

19/10/2023 - 

VALÈNCIA. La cosa va de zombis, sí, pero no de aquellos que ocupan nuestras pantallas con series como The Walking Dead. Tampoco de los que en estos días decoran algunos escaparates en esa revisión local del Halloween estadounidense. Los zombis aquí son otra cosa. Están, pero no de la manera en la que los han pintado. No hay brujería de por medio ni escenarios de ciencia ficción, sino un profundo dolor por haber sido condenado a vivir siendo quien no te corresponde. Zombis de carne y hueso. Este es el marco sobre el que crece el proyecto del escritor y creador Celso Giménez, Las niñas zombi, una obra sobre la herencia y los secretos familiares que, tras un exitoso estreno en el Centro Cultural Donde Duque de Madrid, llega a València como parte de la programación del TEM con dos pases, 27 y 28 de octubre, aunque en La Mutant, que acoge la pieza a causa del retraso en la obras de la sala. 

Giménez, que debuta en solitario con esta pieza, es la punta de lanza de un proyecto que suma otros talentos, como el del también valenciano Marcos Morau, encargado de la escenografía y vestuario, o las intérpretes Natalia Fernandes, Teresa Garzón y Belén Martí Lluch. Son ellas tres las que se sitúan en el centro de la escena, que presenta una casa situada en el presente en el que las tres chicas se muestran charlando, riendo, bailando y contando una historia fantástica... que no lo es tanto. A través de ellas conocemos la historia de Celso Villanueva, un bajo mando del Partido Comunista que trata de huir del horror de la Guerra Civil. En ese camino, y tras un largo tiroteo, encuentra el cuerpo sin vida de Ángel Dubois, de quien toma la documentación para poder seguir en España sin exiliarse, una identidad que toma ‘prestada’ hasta el fin de la dictadura franquista.

Y es en ese momento en el que Celso Villanueva pasa a ser un zombi. “En un momento temprano de la investigación me di cuenta de que había algo de muerto viviente cuando dejas tu vida, tus contactos. Mucha gente murió [en la guerra], este no es el caso, pero hay una ‘no muerte’. Me servía mucho la figura del zombi para hablar de esa sensación que debía tener ese hombre que tuvo que renunciar a su vida para seguir vivo”, relata Giménez a Culturplaza. Esta historia se cuenta a través de la mirada de esa tercera generación, la de los nietos y nietas de la Guerra Civil y la dictadura, un prisma que permite al autor hablar no tanto de los horrores de la guerra sino de los efectos que tiene años después y de cómo se construye un relato sobre el que no se tienen todas las piezas del puzzle. “El teatro, al final, es puro presente”, subraya en un momento de la conversación.

La intérpretes se sitúan en escena separadas del público, además de por la distancia obvia entre escenario y butaca, por un cristal que refuerza esa barrera entre unos y otros. "Como creador escénico hay algo que me gusta mucho que es cuando tengo la sensación de estar viendo algo que no me corresponde. No deberías escuchar lo que escuchas, pero a través de la microfonía lo escuchas muy bien. Hay una paradoja sensorial", relata Giménez. 

“Como país hemos estado muchas décadas parados en esta búsqueda, pero este queso se nos está quedando con muchos agujeros, ¿cómo se sustituye esa falta de certeza? Con relato”, explica el creador. Con todo, y pese al evidente trabajo vinculado a la memoria histórica, Giménez matiza que ha sido una decisión meditada la de “no poner en el centro” algunos términos, poniendo el acento pues, no tanto en la reconstrucción de los hechos, sino en cómo llegan a estas tres chicas que, tras el trauma de sus abuelos y el ‘shock’ de sus padres, son herederas de un relato que no han protagonizado pero que forma parte de su ADN. “La obra va de algo que no has vivido pero están viviendo las consecuencias de ese conflicto. La clase social a la que perteneces, tu casa, tus recursos, etc. Rastrearlo nos ayuda a colocarnos mejor y a entendernos”.

En la construcción del proyecto, además, hay un elemento extra que ha llegado con su rodaje en salas: el encuentro con el público internacional, viajes a Francia o Holanda en los que se confronta un proyecto muy concreto a una sensibilidades no tan alejadas de las de su creador. “Mi sensación general, que también he tenido con piezas de La tristura como CINE, es que cuando más concreto y específico eres con algo, más reconocible es. No solo por lo que has vivido, sino por las analogías que haces. No está muy alejado por tiempos de la Segunda Guerra Mundial, gran parte del publico que vino en Holanda me habló de la relación de sus abuelos y abuelas con la guerra”.

Un nombre con suerte

Fue en 2005 cuando el creador, junto a Itsaso Arana y Violeta Gil, forma La tristura, un colectivo desde el que impulsa piezas como CINE o Renacimiento, obras que, en cierta medida, también tienen su eco en la propuesta que trae la próxima semana a València. Con Las niñas zombi, sin embargo, vuela solo. Tras dos décadas como miembro de La tristura y colaborando con agrupaciones de la talla de La Veronal, El conde de Torrefiel o Mucha Muchacha, este proyecto supone el debut de Giménez como creador en solitario, un camino que no transita desde la ruptura sino desde la naturalidad. 

“Es algo que me he planteado en estos años y, en este caso, ha sido muy orgánico porque el proyecto en sí me lo pedía, al trabajar algo familiar, bastante íntimo. Esto tiene mucha importancia y, a la vez, ninguna. Al final, lo de solitario, en teatro, es muy relativo. Ha sido un proceso muy natural”. Si la primera pregunta obvia tiene que ver con su debut en solitario, la segunda es la del millón de dólares: ¿hasta qué punto está basado en una historia real el relato de Las niñas zombi? Pues lo cierto es que, cómo no, hay mucha ficción… pero también mucha verdad, un relato familiar muy íntimo que tiene que ver con el abuelo del autor, que durante años vivió con un nombre que no le pertenecía, un nombre que, al final, recayó en el propio dramaturgo. “Es un nombre con suerte”. 

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