Un recorrido por el Museo de Arte Contemporáneo de Alicante, uno de los más injustamente olvidados de la Comunitat, de la mano de su conservadora Rosa Castells
ALICANTE.-El arte contemporáneo ha entrado en nuestras vidas sin darnos cuenta: la publicidad, la moda... Muchas de las imágenes que vemos cada día vienen del arte contemporáneo». Con esta firme declaración nos recibe Rosa Castells, licenciada en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona, con la especialidad de Historia del Arte, Máster en Museología y técnico especialista en Museología del Arte Contemporáneo, miembro de la Asociación Española de Museólogos y del ICOM, es el alma de un proyecto museístico que está generando sinergias tan positivas como para que ya se hable de formalizar un Distrito del Arte en la ciudad de Alicante, alrededor del MACA, la plaza de la Basílica de Santa María y la calle Villavieja. Rosa comanda un grupo de trabajo eminentemente femenino, comprometido y enamorado del legado de uno de los artistas imprescindibles del arte español y europeo del siglo XX. Un legado vivo.
«Este museo está en esta ciudad porque un artista alicantino, Eusebio Sempere (nacido en Onil en 1923), tuvo la generosidad de donar su colección de obras de arte contemporáneo a la ciudad de Alicante. Por dos motivos, su propio compromiso por la difusión del arte contemporáneo y por su compromiso político. Y lo hace en un momento histórico, la Transición, en que ni siquiera se habían producido todavía unas elecciones democráticas, ni había un gobierno democrático, pero Sempere quiere poner su granito de arena en el camino hacia la democratización, tanto del arte, como de la construcción social y política de este país», añade mientras va acompañando a Plaza en un recorrido por la institución.
«Los museos vacíos no tienen ningún sentido; cuando de verdad están vivos es a partir del día en que empieza a recibir visitantes y ves que de manera individual, en grupo, o en pareja, se detienen y la comentan; les ayuda a reflexionar, vuelven a decir, vuelven a mirar... eso es lo que verdaderamente da sentido a un museo». Lanza esta reflexión Rosa, como un aforismo, como un epigrama que puede servir para encabezar un manual de museística, mientras contemplamos de reojo a dos chicas muy jóvenes sentadas ante un cuadro de Miquel Barceló, comentando y señalando sus texturas y colores, y a nuestras espaldas una turista centroeuropea que contempla detalladamente la biografía vertical de Carmen Calvo.
La visita empieza en «la Asegurada, que es el edificio civil más antiguo de Alicante. Se construyó en 1685 como depósito de trigo, para más tarde, a lo largo de la historia, ser parque de artillería, cárcel, sede del Ayuntamiento, cuando el consistorio se quemó, el primer instituto de segunda enseñanza de la ciudad y Escuela de Comercio. Cuando lo abandona esta última, en el proceso de remodelación para convertirlo en Archivo Municipal, Sempere pronuncia aquellas palabras en la inauguración de la exposición de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, donde estaba con Arcadio Blasco, Juana Francés y Sixto Marco, anunciando su intención de donar su colección a Alicante.
Dos días después, Ambrosio Luciáñez presenta una moción en el Ayuntamiento, aceptando esa donación, que se había realizado in extenso a toda la ciudad y, por lo tanto, podía ser aceptada por cualquier administración o entidad privada. En la búsqueda de local para albergarla, Sempere visita la Asegurada y dice «este es el lugar». Era el año 1976; el 5 de noviembre de 1977 se inauguraba como Museo de la Asegurada, hace ahora cuarenta años. Un espacio angosto de tres plantas que apenas permite en las dos primeras albergar el grueso de la colección, casi amontonado, lo que desde el principio genera la necesidad de su ampliación.
«Sempere empezó a traer piezas, todas las que tenía, las que compró, las que le regalaron, las que intercambió. En sus cartas cuenta muy bien ese movimiento frenético de ahora vendo un terreno y compro, ahora unas cuantas tablas de las que yo todavía no he pintado, las doy a cambio de que me deis una obra. Trajo todas las que cabían y puso todas las que cabían; se llevó el resto, y siguió comprando, con la promesa de la ampliación del museo. Prometieron comprar las casas de la manzana para ello, y cumplir esa promesa ha costado 35 años».
En la actualidad se entra al museo por el antiguo hall de la casa de la Asegurada y frente a la puerta de entrada se encuentra una de las piezas escultóricas colgantes de Sempere. «Nos gusta la idea de que sea Sempere quien te reciba, con el Óvalo, y que las acompañen, en esta misma planta, una pieza de cada una de la colecciones que conforman el museo. Una pieza del siglo XX de Arcadio Blasco, una pieza de la Colección Juana Francés y una de la Colección Fundación Caja Mediterráneo».
Una vez traspasado el umbral simbólico que separaba la casa de la Asegurada del solar adyacente, se accede a la ampliación que, financiada por la Generalitat Valenciana, se construyó según el proyecto del Estudio de Arquitectura Sancho-Madridejos, que de manera absolutamente singular contaba con un proyecto museográfico previo, con 4.680 metros cuadrados de superficie total, cuatro plantas sobre rasante y dos sótanos, distribuidos entre una sala de exposiciones temporales y cuatro salas para la exposición de las colecciones permanentes, espacios para la biblioteca, la didáctica, salón de actos, reservas, almacenes, talleres, seguridad y administración. Un pleno municipal aprobó en 2002 la ‘Creación del Servicio Público del Museo de Arte Contemporáneo de Alicante’ y en marzo de 2011 abría sus puertas, totalmente remodelado, como institución pública dependiente del Ayuntamiento de Alicante. La propiedad de los fondos es municipal y la gestión administrativa y económica se realiza a través de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento.
«nuestras colecciones tienen unas posibilidades didácticas espléndidas. en ellas se puede estudiar cualquier cosa, desde matemáticas a filosofía»
En 1997 se hizo una remodelación muy importante de la colección, partiéndola en tres bloques: figuraciones, geometrías y otras abstracciones, para poder rotarla de una manera más racional. El edificio es magnífico y guarda una escala y una relación con las piezas a exponer y las exposiciones temporales, a las que en todo momento el espacio acompaña.
Rosa, a través de la narración de los entresijos históricos y administrativos del museo, que nos mantiene fascinados, nos introduce en la sala de exposiciones temporales, en la planta baja, un espacio diáfano y modulable que ahora mismo contiene Perdidos en la ciudad. La vida en las colecciones del IVAM, un recorrido en el que «la idea central es mostrar obras que nos permitan conocer las múltiples visiones, los diferentes espacios y la gran cantidad de existencias humanas que han conformado la vida en las ciudades en el último siglo». Una metáfora del propio museo. El final de este primer paseo acaba con Rosa Castells sentada en el suelo, entre siluetas dibujadas y edificios de papel en tres dimensiones, en la sala dedicada a mostrar los resultados de las actividades didácticas del museo. Los niños reinterpretan la ciudad y el arte con una mirada desprejuiciada y certera. «Nuestras colecciones tienen unas posibilidades didácticas espléndidas, en ellas se puede estudiar cualquier cosa: matemáticas, geografía, historia, filosofía, literatura. Ese sentido transversal que le queremos dar a la educación es el que permite que subas y bajes, que un día vengas a ver la colección de arte del siglo XX, y otro vengas a ver la temporal, y el museo nunca se te acabe».
Hemos llegado al pie de las escaleras que nos permitirán ese viaje arriba y abajo, la inmersión en el arte del siglo XX, el de Picasso, Miró, Dalí, Juan Gris, Alexander Calder, Julio González, Gargallo que están representados en esa especie de cripta de los tesoros que es uno de los rincones más íntimos de la colección del MACA, vigilados por la máscara dorada de Kiki de Montparnasse que Pablo Gargallo dedicó, en 1928, a Alice Prin, conocida como Kiki, musa parisina de Man Ray o Foujita, entre otros.
El íntimo recogimiento de este rincón de tenue penumbra contrasta con el otro extremo de la planta, donde se encuentra el rincón de los «cinéticos», un espacio blanco que refleja las experimentaciones con luces y formas geométricas de Agam, Shoöffer, Tomasello, Soto o una de las pocas obras del propio Sempere que forman parte de esta colección. La parte central del guión expositivo de esta planta la forma una muestra del arte español del siglo XX: Tàpies, Chillida, Millares, Rivera, Torner, Farreras, Juana Francés, Fernando Zóbel, Saura, Guerrero, Lucio Muñoz, Rafael Canogar, Julio López Hernández, Equipo Crónica, Genovés, Mompó, Pablo Serrano y Ángel Ferrant. El informalismo de un Millares simbólico en su contra-celebración de los 25 años de paz franquista (1964) ocupa un espacio central en la sala, a su vez un homenaje a una ciudad que, por expreso deseo de los dirigentes del régimen, acogió alguna de las más festivamente cínicas celebraciones de esa efeméride.
Y aquí acabó Sempere, testamentariamente cerrando la colección junto con su vida, para no contaminar de elementos externos lo que había sido su gran obra como coleccionista. Pero el museo siguió vivo y el trabajo de Rosa Castells y mucha gente a lo largo del tiempo, como el director Segundo García, ha permitido completar la narración que dejó inconclusa el artista onilense.
Acoger las colecciones del legado de Juana Francés, así como las 213 obras de la colección de la Fundación Caja Mediterráneo, ha permitido rellenar las líneas en blanco y añadir párrafos al relato que acababa en los informalistas. Eduardo Arroyo, José Manuel Sicilia, Miquel Barceló, José Manuel Broto, Antoni Tàpies, Yturralde, Cristina Iglesias (cuya pieza solo puede ser expuesta en contadas ocasiones y encontrando espacios adecuados, dado su tamaño), Soledad Sevilla, Juan Navarro Baldeweg, Luis Gordillo, Eulàlia Valldosera o el magnífico trabajo de Carmen Calvo que supone una culminación del arte narrativo de vanguardia, una autobiografía a través de los objetos de su tránsito vital, sobre un fondo acolchado que es una reivindicación de la poca presencia femenina en «una historia del arte escrita por hombres», como nos recuerda Rosa Castells.
Una Rosa Castells que poco a poco nos ha ido guiando en un recorrido casi místico hasta llegar al cenotafio que supone la planta superior, diseñada alrededor de un patio interior bajo la sombra del monte Benacantil y la Cara del Moro, la ofrenda que el MACA hace a su creador, con la colección Eusebio Sempere, comprada y elaborada por el propio museo, ante la poca representación que de su obra había en el legado del autor, desde 1978 hasta la actualidad. 575 piezas entre dibujos, pinturas, esculturas y obra gráfica, entre los que destaca la colección de gouaches primigenios de la época parisina, o las últimas tablas elaboradas por el autor ya enfermo, que son un resumen de todas sus obsesiones pictóricas, la geometría, la cinemática, el detalle minucioso.
«el arte contemporáneo ha entrado en nuestras vidas sin darnos cuenta. muchas de las imágenes que vemos cada día vienen de ahí»
A pesar de todo, el MACA arrastra una fama de gran desconocido, de lugar casi secreto. «Yo creo que hay muchas razones. La primera es el momento, muy especial para Sempere y el grupo de artistas que influyó en su creación, pero puede que demasiado pronto para Alicante. Fue un pionero que se adelantó tanto que no estábamos acostumbrados a esta manera de ver el arte. De hecho no teníamos museos, no habíamos visto ni siquiera el arte del siglo XIX, con lo cual saltar directamente al XX era como una bofetada. Después la prensa, en su momento tampoco hizo un buen trabajo, se centró en atacar a Sempere por cinco piezas que se reservó hasta su muerte, como garantía económica en caso de necesidad. Una cláusula de la escritura de donación de su colección al Ayuntamiento de Alicante que no fue bien entendida en su momento. En general, el alicantino no se siente orgulloso de su ciudad ni de su patrimonio que desconoce. Y así es difícil construir ciudad», explica esta licenciada en Historia por la Universidad de Barcelona.
Pero hay más. «También hay un cambio de gobierno en el Ayuntamiento, y los nuevos gestores no están convencidos de asumir un proyecto iniciado por sus oponentes, lo que acaba generando algunos desencuentros entre el propio Sempere y el nuevo gobierno municipal socialista de José Luis Lassaleta. Esto impide que se ejecute la ampliación prometida de la casa de la Asegurada y que el museo se convirtiera en un IVAM, antes del IVAM. En la actualidad, los presupuestos que manejamos no nos han permitido hacer las campañas de promoción necesarias; no tenemos señalización alguna en la ciudad, como sí sucede con otros museos o, incluso, cualquier restaurante de la capital».
También influye la relativa juventud de la marca MACA. «Cuando el Museo de la Asegurada se cierra en 2005, para acometer las obras de ampliación», cuenta Castells, se decide soslayar todo el lastre de desencuentros que atesora, convirtiendo su sucesor en el Museo de Arte Contemporáneo de Alicante, que ya no es solo la colección de arte del siglo XX donada por Sempere, sino que pasa a ser un organismo mucho más grande, con un poder de decisión mayor, con la colección Sempere como núcleo, pero con una filosofía de crecimiento. De hecho de la casa de la Asegurada hemos salido, conquistando el solar adyacente, con la ampliación que ahora alberga las colecciones».
Pero dicho todo esto, la conservadora del MACA rompe el tópico. «No es verdad que el museo sea un gran desconocido; las salas están llenas cada día, nuestras actividades tienen sold out en el momento en que se abren los períodos de inscripción, las guías internacionales de turismo, como Trip Advisor, nos sitúan como uno de los lugares imprescindibles para visitar en la ciudad, unas cifras en torno a los 60.000 visitantes al año. Lo de ser un gran desconocido es también una coletilla que nos acompaña, en parte, por el centralismo cultural de los medios especializados y los canales de comunicación generalistas, según los cuales solo en ciertos distritos de Madrid ‘suceden cosas’ en el ámbito cultural y artístico».
*Este artículo se publicó originalmente en el número 7 la revista Plaza (edición Alicante)