VALÈNCIA. Un paisaje industrial. Viviendas humildes y calles con filas de casas de ladrillo negro, claramente de clase media baja y trabajadora. Una ciudad como tantas otras, impersonal, indudablemente fea y sin el menor encanto, cuya tipología reconocemos inmediatamente de tantas películas y series estadounidenses. También hay un plano del cementerio, lo que ya desde el inicio nos sitúa en una tesitura de muerte y pérdida. Una ventana iluminada, un teléfono que suena en la noche y nuestra protagonista, una inspectora de policía. Son las primeras imágenes de Mare of Easttown (HBO), la última e inesperada sensación seriéfila, la serie de la que todo el mundo habla. Claro y meridiano: esto es Easttown, esta es Mare.
Mare of Easttown es un título con ciertas reminiscencias religiosas, y muy ajustado a lo que va a contar. Esta es la historia de Mare. El pueblo, sus habitantes y lo que allí sucede solo existen en función de su evolución, de una forma a veces demasiado obvia y forzada. Y en eso radica la debilidad del relato, pero, paradójicamente, también su fortaleza. Veamos.
Si se piensa con calma, resulta bastante sorprendente el éxito de la serie, porque admitámoslo, la intriga policiaca, que consiste en la investigación del asesinato de una joven madre y de dos adolescentes desparecidas, a) no es original y trae una historia que ya hemos visto muchas veces y mejor contada, y b) está mal hecha. No encuentro un modo más suave de decirlo. Es una sucesión de pruebas, personajes y testigos que aparecen a última hora de la nada, alehop, para que Mare pueda resolver al asesinato, un deus ex machina tras otro: la pistola, la bolsa de ropa, el testimonio de la prostituta, la foto que estaba en los diarios, el suegro de Lori, etc. Un guion deficiente, con la información mal organizada, que no siembra las pistas y las ofrece deprisa y corriendo cuando no le queda más remedio que resolver cosas.
La serie parte de un tópico de este tipo de intrigas, el crimen en un pueblo pequeño en el que todo el mundo se conoce y cuya investigación hace aflorar secretos y mentiras, bajo el viejo lema de “pueblo chico, infierno grande”. Podemos recordar muchos títulos, desde la seminal Twin Peaks, hasta The killing o Happy Valley y las series que conforman el llamado Nordic Noir, con las que tiene muchos puntos de contacto Mare of Easttown.
Lo que sucede en Mare of Easttown es que todo este microcosmos de la pequeña comunidad y el cliché de que los vecinos del pueblo oculten información está planteado con cierta torpeza, principalmente porque no se entienden las motivaciones de los personajes. ¿Por qué el exmarido de Mare no dice nada, motu proprio, sobre la situación familiar de la chica asesinada? ¿Alguien entendió el lío de los diarios? ¿Por qué su amiga del alma no solo no quiere que se conozcan, sino que no da a la policía la información vital que resolvería el caso, la dichosa foto? Hija mía, que han matado a tu amiga y la han dejado tirada en el bosque desnuda, no sé a qué esperas. Es más, ¿por qué a nadie parece importarle, realmente, el asesinato brutal de una muchacha, madre adolescente?
Pero la imperfección de Mare of Easttown, la impericia a la hora organizar la intriga, es un perfecto ejemplo de que una serie, como una película o como cualquier relato, no es simplemente un encadenamiento de sucesos según un orden interno. Es otra cosa. No es un A lleva a B y B lleva a C, esta tiranía de la causa-efecto donde mucha gente cree que radica la coherencia de un relato. Si así fuera, la serie no hubiera triunfado. Y es que, en este caso, lo que atrapa es lo emocional. Ahí sí está la coherencia que la intriga no tiene. Es donde gana totalmente la partida y le perdonamos, o dejan de importarnos, sus muchos fallos y agujeros de guion.
Un buen drama
Lo que nos agarra es esa policía perseverante y mediocre (no es una buena investigadora, esto es así), hundida tras el suicidio de su hijo e incapaz de encontrar la redención bajo un brutal sentimiento de culpa. Una madre incapaz de hacer el duelo, que vive en piloto automático y que ha decidido que su dolor es lo único que importa, arrastre a quien arrastre. Por momentos, Mare resulta verdaderamente odiosa. Ojo, espóilers: cuando pone las pastillas en el coche de la nuera; el modo en que siembra las dudas sobre su propio exmarido; cuando, tras descubrir al auténtico asesino, se dirige a por él al colegio sin titubear ni un segundo y, sobre todo, sin ni siquiera decírselo a su amiga y madre del niño (fin de los espóilers).
Toda la serie está construida en función de ella. Todos los personajes y lo que les sucede forma parte del proceso de duelo y redención de Mare, que es de lo que va la serie en realidad. El policía venido de fuera y lo que le sucede, la propia resolución del caso cuya función es hacer eco en el drama de Mare, el destino de la nuera (aquí la serie es particular e innecesariamente cruel con este personaje, solo para que Mare salga triunfadora en su batalla contra el dolor). Parece que el relato, de algún modo, necesita hundir a todos los personajes para que Mare haga su proceso de duelo y asunción de la pérdida.
Pero ya hemos dicho que esta es su fortaleza, y es que Mare lo llena todo. Y no solo porque desde la concepción de la historia sea así, sino porque está interpretada por una actriz extraordinaria que consigue insuflarle vida. Sin Kate Winslet la serie no existiría. O, si existiera, me juego uno de los vapeadores de Mare a que no hubiera tenido, ni de lejos, el eco que ha tenido. Y no lo digo porque ejerza de productora. Mare es Winslet. En la batalla que actores y actrices mantienen para ser considerados también creadores de las obras en las que participan, Mare of Easttown constituye una prueba irrefutable que ningún tribunal podría echar atrás.
Y como esta es una serie sobre mujeres, sobre madres (todo un tratado sobre la maternidad en sus muy diversas formas) y sobre la violencia masculina estructural, otros personajes femeninos tienen un gran peso. Dos de ellos están interpretados por otras dos grandes actrices, menos renombradas que Winslet, pero absolutamente perfectas en sus papeles. La gran Jean Smart es la madre de Mare y proporciona un personaje memorable. Esa mujer divertida y apasionada que, en la vejez, intenta denodadamente ser la buena madre que, intuimos, no fue en el pasado. Las secuencias y las conversaciones entre ambas son oro puro y podríamos pasarnos el rato viéndolas y disfrutando su interacción.
La otra es Julianne Nicholson, una actriz excelente que aquí interpreta a la mejor amiga de Mare y que también lleva consigo su propio drama. La secuencia del abrazo final de ambos personajes/actrices es inolvidable, por su interpretación y por la puesta en escena, con ese encuadre que las va encerrando progresivamente y el movimiento descendente. La escena culmina el relato, justifica por sí sola la existencia de la serie y la redime de todos sus fallos. Justo ahí, en ese momento de redención y perdón, es también cuando los espectadores olvidamos lo que no funciona, decidimos que qué más da y la eximimos de culpa. La emoción gana totalmente la partida.